Es un día lluvioso. Milena Canning observa cómo las gotas de agua resbalan por el cristal de la ventana. Sin embargo, no puede ver qué ocurre al otro lado del cristal. La mujer escocesa, de 48 años, tiene una rara ceguera, conocida como síndrome de Riddoch, que solo le permite ver objetos que están en movimiento.
Todo empezó hace dieciocho años, después de que padeciera una infección respiratoria, seguida de varios derrames cerebrales y ocho meses de coma. Tras despertar, había perdido totalmente la visión, pero con el tiempo descubrió que podía detectar algunas formas y colores, siempre y cuando no estuviesen quietas. Cómo ocurrió exactamente es un misterio, pero ha servido a los médicos que la tratan para conocer más sobre el funcionamiento del cerebro.
Cuando Milena despertó del coma, todo era oscuridad. Sin embargo, seis meses después, comenzó a percibir pequeños instantes de luz. Primero fueron destellos provenientes de un paquete envuelto en papel de regalo metalizado. Después algunas ráfagas de color, cuando alguien pasaba frente a ella. Podía ver la cola de caballo de su hija en movimiento, cuando corría delante de ella, pero no visualizaba a la niña. Incluso veía el agua caer por el sumidero de la bañera cuando bañaban a su hijo, pero no detectaba al pequeño.
Un extraño sindrome
Al comprobar lo que le ocurría, acudió en busca del oftalmólogo Gordon Dutton, de Glasgow, que tras observarla le recomendó que usara una mecedora para percibir mejor las imágenes. Poco a poco, la mujer aprendió a mantener la cabeza en movimiento para percibir mejor los objetos estacionarios, pero su problema seguía siendo un misterio, por lo que el oftalmólogo la derivó al Brain and Mind Institute de la Universidad Occidentald e Londres, en Canadá.
Allí fue atendida por el equipo de la neuropsicóloga Jody Culham, que comenzó por hacer un análisis completo de su cerebro mediante resonancia magnética.
Como cabía esperar, le diagnosticaron el síndrome de Riddoch, también llamado disociación estatocinética. La enfermedad cuenta también con un caso contrario, llamado akinetopsia, que impide a quienes lo padecen ver objetos en movimiento.
En ambos casos, la ceguera se debe a lesiones en el lóbulo occipital del cerebro, encargado en condiciones normales de la visión. A Milena le faltaba un pedazo de tejido del tamaño de una manzana, que constituía casi la totalidad de esta región cerebral.
Según concluyen los investigadores encargados del caso, publicado en Neuropsychologica, tras los derrames cerebrales que sufrió esta parte de su cerebro quedó seriamente dañada, causándole lo que habría sido una ceguera completa, pero se adaptó al cambio, desarrollando una especie de “vía alternativa” que le permitiría ver en casos muy concretos.
El caso de esta mujer ha supuesto la creación del mapa cerebral más extenso hasta día de hoy y servirá para poder estudiar a fondo cómo afectan las lesiones cerebrales a la visión y cómo actúa la plasticidad cerebral al respecto.