La lucha contra la obesidad hace tiempo que dejó de ser algo tan sencillo como la repetitiva y errónea falacia de "moverse más y comer menos". A día de hoy se sabe que existen multitud de otros factores a tener en cuenta, y no solo se trata de un mero asunto de fuerza de voluntad.
Saber esto es en sí mismo una buena y mala noticia: hemos estado equivocados durante años, pero aún es posible remediar el error. Sin embargo, algunos factores son relativamente más fáciles de controlar que otros.
Entre los más complicados estarían los compuestos ambientales, es decir, productos químicos presentes de forma natural o artificial alrededor del ser humano que se habrían relacionado con el aumento de peso, y que además causarían dificultades para perderlo. Es el caso de las sustancias perfluoradas o PFAs, las cuales en su momento ya demostraron colaborar en la epidemia de obesidad.
Ahora, un nuevo trabajo llevado a cabo por la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y publicado recientemente en la revista JAMA reafirma el papel de estas sustancias en la obesidad, pero también sugiere algo más: la dieta y el ejercicio, una vez más, servirían para contrarrestar este efecto.
Comunes hasta en el agua del grifo
En este trabajo los investigadores se centraron en los compuestos perfluorados o PFAs, una serie de productos químicos sintéticos cuyos usos son muy diversos: desde formar parte de sartenes antiadherentes hasta telas repelentes de agua, pasando por envases alimentarios antigrasas o productos de estética o limpieza. En 2011, Damià Barceló, director del Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA), alertaba de que su uso común les había llevado a introducirse en el agua de grifo.
El problema de estos compuestos es que han demostrado poder acumularse en el organismo humano durante mucho tiempo, y una gran exposición a los mismos se habría relacionado con diversos problemas de salud, incluyendo bajo peso en el nacimiento o problemas reproductivos entre otros. De hecho, algunos trabajos también han relacionado a los PFAs con problemas hormonales, y ya se había mencionado su relación con el "efecto rebote" tras seguir una dieta.
En este nuevo trabajo se analizaron 950 individuos que ya sufrían sobrepeso u obesidad, y que tenían prediabetes -niveles de azúcar en sangre elevado sin llegar al diagnóstico claro de diabetes mellitus. Todos ellos formaron parte de un estudio iniciado entre los años 1996 y 1999 cuyo objetivo original era saber si la pérdida de peso puede evitar o retrasar la aparición de la diabetes tipo 2 en personas de riesgo. Sin embargo, también aprovecharon para analizar otros parámetros, como los niveles de PFAs en sangre durante un periodo de 15 años en total.
La mitad de los participantes fueron asignados a un programa de pérdida de peso, donde se incluía dieta, ejercicio, cambios en el estilo de vida y asesoramiento individualizado. El objetivo era que perdiesen al menos un 7% de su peso corporal inicial. Por otro lado, la otra mitad de los participantes representaron el grupo control, los cuales tan solo recibieron información estándar sobre la importancia de la dieta y el ejercicio, pero no fueron asesorados ni tuvieron un seguimiento específico.
Los PFAs promueven la ganancia de peso
Como ya esperaban los investigadores, el grupo que recibió asesoramiento llegó a perder hasta 7 kg de media tras un año. Sin embargo, recuperaron el peso gradualmente con el tiempo. Tan solo lograron mantener una pérdida de 2 kg respecto a su peso inicial tras el paso de 10 años. Por su parte, el grupo control mantuvo su peso durante todo el estudio.
Según los datos del estudio, aquellos individuos con niveles más altos de PFAs en sangre tenían una relación más estrecha con el aumento de peso, pero solo en el caso del grupo control: cada duplicación de los niveles de PFAs venía acompañada de un aumento de alrededor de 2 kg de peso tras el paso de nueve años. Los individuos del grupo dieta y ejercicio no sufrieron los efectos de los PFAs.
Según los investigadores, sus hallazgos indicarían que los PFAs actúan como "obesógenos", es decir, sustancias químicas que aumentan la propensión de aumentar de peso. Pero, en este caso, estas sustancias solo actúan junto a otros factores que aumentarían el riesgo de obesidad. Si se reducen mediante una vida activa y una alimentación saludable, los niveles de PFAs en sangre no serían significativos para tenerlos en cuenta.
Para finalizar, los investigadores puntualizan que este trabajo tan solo incluyó a individuos que ya sufrían sobrepeso u obesidad. Además, se sabe que los niveles de PFAs de la población general en Estados Unidos han ido progresivamente disminuyendo. Aún así, siguen recomendando la dieta y el ejercicio como factores clave para tratar y prevenir la obesidad.
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