Las vacunas han sido uno de los mejores inventos de la historia de la humanidad. Es una lástima que no dispongamos de una máquina del tiempo para que los defensores de los movimientos antivacunas pudieran darse una vuelta por el siglo XVIII y épocas anteriores para ver los estragos que causaba la viruela, una patología hoy erradicada.
Precisamente, la primera vacuna fue inventada en 1796 contra esta enfermedad. Su creador, Edward Jenner, se dio cuenta de que las personas que estaban en contacto con las vacas no la contraían, así que inoculó a personas sanas la viruela de las vacas, que confiere inmunidad. Y de vaca, vacuna.
Sin embargo, aunque Jenner fuera muy listo, no hay que atribuirle todo el mérito. Muchos avances científicos que parecen fruto de la genialidad de una sola persona tienen detrás una larga de historia de ideas y observaciones anteriores y muy probablemente también ocurrió en este caso, sobre todo teniendo en cuenta que en la Inglaterra de finales del siglo XVIII ya se practicaba un procedimiento similar aunque más arriesgado, la inoculación o variolización, que fue introducida en Occidente por la aristócrata Lady Mary Wortley Montagu.
La vida de esta viajera que asombró a intelectuales como Voltaire, convertida hoy en día en un icono feminista, fue muy poco convencional para una mujer de su época. Era esposa de un miembro del parlamento inglés que en 1716 fue nombrado embajador en Constantinopla, hoy Estambul y entonces capital del poderoso Imperio otomano, así que el matrimonio se instaló allí durante algún tiempo.
En su intensa correspondencia, Mary Montagu relata su fascinación por un mundo nuevo y sorprendente. Las cartas derriban mitos y prejuicios sobre una cultura completamente alejada de su Inglaterra natal. Los lugares a los que ella accedió, como mujer de posición acomodada, no tenían nada que ver con la visión que habían ofrecido viajeros anteriores, así que se la considera pionera del orientalismo y de la literatura de viajes.
El papel de las mujeres
En particular, se fijó en el papel de las mujeres turcas, que en aquella época y en algunos sentidos eran más libres que las inglesas, ya que podían comprar, vender y viajar sin permiso de sus maridos. No obstante, los otomanos valoraban a las féminas por los hijos que tenían, así que no se privó de criticar éste y otros aspectos de la sociedad que no le gustaban con una mirada muy avanzada.
Uno de los temas más destacados de los escritos que enviaba a Inglaterra era la viruela –ella misma la había sufrido y había perdido a un hermano–, en una época en la que se calcula que un 60% de la población europea padecía la enfermedad y un 10% moría. En abril de 1718 describió cómo entre los turcos el problema era mucho menor gracias a que un grupo de ancianas practicaban un injerto.
Montagu lo relata así: "Viene la anciana con una cáscara de nuez llena de pus de la mejor viruela y entonces pregunta a la gente qué venas desean que les abra. De inmediato, abre aquella que le es ofrecida con una aguja enorme —no produce más dolor que un simple rasguño— e introduce en la vena tanto veneno como cabe en la punta de su aguja y después venda la pequeña herida con una cáscara hueca y así, de esta manera, abre cuatro o cinco venas".
Lo que estaban haciendo –parece ser que heredando una tradición procedente de China y la India– era inocular pústulas o polvo de las costras de enfermos, de manera que provocaban los síntomas más leves de la enfermedad, por ejemplo, fiebres de un par de días, pero la persona quedaba inmunizada.
Su propio hijo, inoculado
No dejaba de ser una práctica arriesgada, porque transmitía la propia enfermedad aunque en una fase ya atenuada, a diferencia de lo que después haría Jenner, al vacunar con una forma leve de viruela bovina que el ser humano no desarrollaba. En cualquier caso, tras haber visto con sus propios ojos que aquello funcionaba, Montagu no dudó en inocular a su propio hijo, que había nacido en suelo turco.
Además, en sus cartas manifestó su firme voluntad de llevar el remedio a su tierra. Al principio encontró una oposición feroz tanto entre los médicos, que aún no entendían lo que era la inmunidad, como en la iglesia, que consideraba aquellas ideas orientales como "herejía musulmana". Sin embargo, logró convencer a la familia real británica y pocos años más tarde ya se inoculaban contra la viruela todas las cortes europeas.
En España
En España también se extendió la práctica y está documentado algún caso, como el de la localidad de Majaelrayo, en Guadalajara, que en 1768 logró frenar una epidemia con esta técnica. Por el contrario, el cura de un pueblo cercano, Campillo de Ranas, se opuso porque decía que estaba detrás la mano del demonio y el resultado fue desastroso, ya que la viruela causó muchísimas muertes.
Aunque regresó pronto a Londres, la vida de Lady Montagu quedó marcada por sus años en Constantinopla y ya no pudo soportar los corsés de la sociedad británica. Aunque formalmente siguió casada, se fue a Venecia con un poeta italiano y más tarde se dedicó a viajar sin descanso por Europa.