La vacuna de la gripe es un peligro mortal, calentar comida en recipientes de plástico produce cáncer, mezclar vitamina C con marisco es un veneno, el zumo de limón previene los tumores y la carne que comemos está llena de antibióticos.
Todas estas ideas han circulado en los últimos meses por internet y las redes sociales, pero ninguna es cierta. Entonces, ¿cómo puede saber una persona si es fiable la información sobre salud que le llega por WhatsApp o que aparece en sus búsquedas de Google?
Un grupo de investigación de la Universidad de Alicante se ha propuesto atajar el problema. Si la tecnología permite la difusión de los bulos, también puede proporcionar gran parte de la solución, así que estos expertos están desarrollando un software que detecta las fake news más sensibles.
"Nos jugamos la salud de la gente, no es nada trivial, destaca en declaraciones a EL ESPAÑOL Estela Saquete Boro, doctora en Ingeniería Informática y miembro del grupo de investigación Procesamiento del Lenguaje y Sistemas de Información. "Las noticias falsas sobre temas políticos pueden influir en tu voto, pero esto es aún más importante", añade.
Su equipo, integrado por una docena de personas, trabaja en "el procesamiento del lenguaje natural", lo que básicamente quiere decir "que la máquina pueda entender el lenguaje escrito de las personas". En principio, un texto no significa nada para una aplicación automática, pero este software especializado puede realizar tareas concretas, por ejemplo, búsquedas inteligentes en internet o clasificaciones automáticas basadas en el contenido.
En este caso, la clave está en encontrar "qué cosas marcan lo que es una mentira en castellano", puesto que estas herramientas están más desarrolladas en inglés. La psicolingüística ofrece pistas sobre las características más repetidas en las informaciones falsas: frases simples, sin referencias a personas, mensajes ambiguos, afirmaciones difíciles de situar en el tiempo y en el espacio, el uso de la negación y expresiones que denotan emoción.
En opinión de Estela Saquete, este último punto es uno de los principales rasgos. "Muchas veces buscan la visceralidad, el miedo, el enfado", destaca la ingeniera informática de la Universidad de Alicante, "así que las emociones son fundamentales y podemos localizarlas en el texto".
En realidad, los investigadores no necesitan introducir todos estos elementos en su programa, puesto que funciona mediante un sistema de aprendizaje automático. "Ha sido entrenado con un corpus que contiene ejemplos de bulos y otras informaciones sobre salud que son verdaderas. El sistema detecta cuáles son los aspectos lingüísticos predominantes en unos y otros", señala.
La importancia de las fuentes
La identificación de las fuentes de la información es otro elemento fundamental, porque a veces "nombran a un doctor que ni siquiera existe". En otros casos, las fake news se retroalimentan entre sí o remiten a las mismas webs de dudosa reputación, así que "contrastar los datos con fuentes externas es esencial" y esta tarea también se puede automatizar.
Con todos estos elementos, el software permite clasificar la fiabilidad de un texto, "darle un grado de veracidad". Incluso si las fake news sobre salud se vuelven progresivamente más sofisticadas, el sistema podría reconocer patrones e ir evolucionando para seguir cazándolas.
Asimismo, este programa, que está en fase de prototipo y aún no tiene nombre, sirve para estudiar cómo impacta este tipo de desinformación, por ejemplo, "si lo que se busca es polarizar a la gente por medio de la emoción", algo evidente en la desinformación política y que también tiene su reflejo en el ámbito sanitario, con defensores acérrimos de la homeopatía o los antivacunas.
¿Y esto qué impacto tiene?
Los estudios dicen que más del 60% de la población española realiza consultas sobre salud en internet, así que está claro que el fenómeno de la desinformación "genera mucho daño", asegura la experta. "Cuando un bulo se hace viral es muy difícil que un desmentido posterior llegue al mismo nivel. Incluso está demostrado que es complicado quitarse de la cabeza algo que has oído constantemente por mucho que después haya sido desmentido", señala.
No es de extrañar que algunos investigadores, tras comprobar que internet tiene una influencia poderosa en las decisiones sobre salud, hayan dicho que la conjunción de la salud y las redes sociales se ha convertido en la "tormenta perfecta" en el mundo de la información.
Por eso cree que la herramienta que están desarrollando podría utilizarse como sistema de alerta previa. Las fórmulas pueden ser diversas. Por ejemplo, mediante la instalación de un plugin en el navegador que nos advierta al encontrar este tipo de información o al entrar en webs que acostumbran a recogerla.
Pacientes indefensos
"Es evidente que los bulos se han multiplicado en estos últimos años por las cadenas de mensajería instantánea y las redes sociales", comenta Carlos Mateos, coordinador de la plataforma Salud sin Bulos, una entidad que también colabora en el proyecto. Según explica, este fenómeno se traduce en "la indefensión de los pacientes, que tienen dificultades para distinguir la información correcta de la incorrecta, es lo que se llama infoxicación".
Los profesionales sanitarios tampoco saben muy bien cómo orientarles: "Suelen decirles que no miren internet, que no se fíen, pero la realidad es que lo hacen antes y después de ir a la consulta, y es normal". Para colmo, no suelen faltar los famosos que le dan credibilidad a todo tipo de desvaríos.
La falsa asociación entre vacunas y autismo, reiteradamente desmentida por los expertos, fue el detonante para la creación de esta plataforma el pasado mes de febrero. "Ante una barbaridad como esa las administraciones suelen responder tarde, así que vimos la necesidad de actuar involucrando a todos los actores relevantes, es decir, profesionales, periodistas y pacientes", comenta.
Pseudociencias, alimentación y cáncer
Una encuesta de Salud sin Bulos realizada a 300 sanitarios de todas las comunidades autónomas que fue presentada el pasado mes de noviembre ofrece la dimensión del problema: el 69% de ellos aseguró haber atendido en el último año a pacientes confundidos por algún bulo. Las pseudoterapias (nombradas por el 71%), la alimentación (54%) y el cáncer (41%) son los temas estrella de estas falsas informaciones. Y muchas veces se combinan, "como cuando se habla de superalimentos contra el cáncer".
¿Cómo puede reconocer un ciudadano un bulo de salud sin la ayuda del software que desarrolla la Universidad de Alicante o de los profesionales? Según Carlos Mateos, en primer lugar hay que desconfiar de las alertas "tanto para lo bueno como para lo malo".
Y mientras llega el software, ¿qué hacemos?
Por una parte, no creer en soluciones milagrosas que de repente prometen la cura del cáncer y saber que "la ciencia no encuentra remedios de un día para otro y muchas veces hay estudios con ratones que al final no llegan a refrendarse en humanos". Por otra, también suelen ser mentira las alarmas sobre hábitos de la vida cotidiana que se denuncian como tóxicos. "Hay que desconfiar si no viene de una fuente oficial, como el Ministerio de Sanidad o las consejerías de las comunidades autónomas o si los medios de comunicación no se han hecho eco de ello", afirma.
Del mismo modo, ofrecen poca credibilidad las referencias a supuestos estudios de una desconocida universidad china o algún hospital de Estados Unidos sin precisar y mucho menos si como solución a un problema ofrecen un producto concreto, como el MMS, la lejía que supuestamente curaba el autismo.
A pesar de este último ejemplo, en Salud sin Bulos consideran que la mayoría de las fake news de este ámbito no tienen que ver con intereses económicos. "Es difícil de saber y no tenemos datos, pero suele haber pirómanos de la red que disfrutan inventando bulos y viendo hasta dónde llegan o que parten de algún hecho que distorsionan o exageran. En ocasiones, son webs que quieren visitas y entonces sí que estaríamos hablando de un factor económico", apunta.
Estrategias
La gran pregunta es qué se puede hacer para frenar este fenómeno, al margen de que los ingenieros informáticos pongan algo de su parte. "Una estrategia es identificar y desmontar la desinformación, como hacemos nosotros; otra es la formación, que podría dirigirse a los profesionales y también impartirse en los colegios en materia de cultura científica y sobre cómo orientarse en internet", indica el coordinador de la plataforma.
Más delicada es la posibilidad de legislar sobre esta materia. "Es un debate para los legisladores, pero si consideran punible que alguien grite falsamente ‘fuego’ en un teatro abarrotado porque una estampida puede causar muertos, podrían aplicar el mismo criterio en este caso", opina Mateos, que es partidario de sanciones de tipo económico.
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