Se le atribuye a Napoleón Bonaparte la frase "Esta noche no, Josefina", considerada apócrifa para un gran número de historiadores. La habría utilizado para rechazar los requerimientos sexuales de su esposa, Josefina de Beauharnais. Según indica alguna biografía sobre el gran emperador de los franceses, en realidad fue ella quien, en más de una ocasión, rechazó conyugalmente a su marido, al que consideraba un inepto en la cama. Su incapacidad para satisfacer sus necesidades carnales motivó que acabase en brazos de otros amantes.
Pero el apellido Bonaparte no solo ha estado estrechamente relacionado con el poder sino también con los asuntos de alcoba. Al contrario que Napoleón, otros miembros de esta insigne familia disfrutaban del sexo e incluso, dependiendo de quién, hasta demasiado.
Tal y como indican algunos biógrafos, Pauline, considerada la hermana favorita del emperador, padecía de ninfomanía, siendo continuos sus devaneos sexuales con hombres mucho mayores que ella y con los que empezó siendo todavía una adolescente de quince años. Por tal motivo Napoleón decidió llevársela con él hasta Milán y obligarla a casarse con uno de sus hombres de confianza, con el fin de que la atase en corto.
Pero la joven díscola no dejó de lado su promiscua vida por el mero hecho de estar casada. Tuvo una desenfrenada actividad sexual con algunos de los soldados destinados en Haití durante los años que pasó junto a su esposo en la isla caribeña, tras ser enviados a resolver un problema de insurrección en la entonces colonia francesa. Enviudó joven, volviéndose a casar en menos de un año, pero su imperiosa necesidad de escarceos no la abandonó durante el resto de sus días.
Otro de los miembros de esta célebre saga familiar aficionado a los excesos sexuales, fue Carlos Luis Napoleón, segunda generación de los Bonaparte y sobrino del 'Pequeño corso'. En sus años de juventud, quien sería el futuro presidente de la República francesa y emperador bajo el nombre de Napoleón III fue enviado por su estricta y puritana madre, Hortensia de Beauharnais, a formarse en la ciudad de Roma. Allí, con 24 años de edad, famosas fueron sus escapadas nocturnas con el fin de mantener una activa vida amoroso-sexual.
Tuvo algunos sonados y desenfrenados encuentros sexuales con varias mujeres romanas –algunas mucho mayores que él- siendo de dominio público el escarceo que mantuvo con Luigia Marzio, esposa de un panadero local, a la que visitaba de incógnito travestido de mujer con el fin de hacerse pasar por una costurera y no levantar sospechas entre el vecindario. En cierta ocasión los apasionados amantes fueron pillados in fraganti por el cornudo marido y el escándalo fue de tal magnitud en toda Roma que el joven fue llamado al orden por el mismísimo papa Gregorio XVI.
Pero en las antípodas del disfrute carnal de estos Bonaparte nos encontramos con Marie, sobrina-nieta de Napoleón, quien padeció a lo largo de su vida de anafrodisia, una anomalía que consistía en la falta de deseo sexual al no sentir ningún tipo de placer en sus relaciones.
Marie Bonaparte jamás supo lo que era tener un orgasmo, por lo que visitó a diferentes especialistas médicos que le fueron aconsejando las más extravagantes prácticas: desde tener numerosas relaciones con amantes de diferentes edades y condiciones a someterse a una cirugía con la que reubicarse de lugar el clítoris, con el fin de colocárselo unos centímetros más cerca del orificio vaginal. Esta descabellada idea partió de Rudolph Loewenstein, un joven psicoanalista discípulo de Sigmund Freud y amante ocasional de Marie.
Según teorías hoy en día totalmente refutadas, el placer sexual de una mujer provenía principalmente vía penetración vaginal y aquellas que no lograban alcanzar el clímax se debía a una supuesta anomalía ocasionada por tener el clítoris demasiado alejado del mencionado orificio.
Era tal el interés de Marie Bonaparte por este tema que, antes de ponerse en manos del cirujano y ginecólogo austriaco Josef von Halban para reubicarse el clítoris, realizó una serie de entrevistas a 243 mujeres a quienes preguntó sobre sus vidas sexuales e incluso llegó a medir la distancia que había en la vulva, del que salió un tratado médico que durante varias décadas, a lo largo del siglo XX, fue utilizado por especialistas en psicología y sexualidad femenina.
La operación de reubicación del clítoris fue un fracaso total, motivo por el que volvió a someterse a otra cirugía para revertir y colocar el órgano carnoso de nuevo en su sitio, algo que le provocó la insensibilidad total de las terminaciones nerviosas de toda la zona íntima y sin posibilidad alguna de sentir placer en sus relaciones sexuales y conocer qué era tener un orgasmo durante el resto de su vida.
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