No es casualidad que la histerectomía o extirpación del útero se parezca a la palabra "histeria". Ambos términos proceden del griego hystéra, útero, y esta relación se remonta a una antigüedad clásica que produjo grandes obras en el pensamiento y las artes, pero cuyo conocimiento científico a veces no sólo andaba muy perdido, sino que se basaba en explicaciones que hoy ruborizarían al más machista.
Un ejemplo era la creencia de que el útero era una especie de animal errante capaz de vagar sin rumbo por el interior del cuerpo de la mujer, y cuyos paseos entre las vísceras eran la causa de enfermedades como la "sofocación histérica" (hysterike pnix) que no se arreglaba de otra manera sino, en palabras de Platón, "cuando el hombre y la mujer, reunidos por el deseo y por el amor, hacen que nazca un fruto".
Platón es hoy una figura reverenciada en occidente como uno de los padres del pensamiento occidental, desde la filosofía a la política. En cambio, no es tan conocido por haber definido también lo que hoy conocemos como pensar con el pene, cuando en su diálogo Timeo escribió: "Las partes genitales, naturalmente sordas a la persuasión, enemigas de todo yugo y de todo freno, se parecen en el hombre a un animal rebelde a la razón, y que, arrastrado por apetitos furiosos, se esfuerza en someterlo todo y mandar en todas partes". Tal vez deberíamos revisar nuestro concepto de "amor platónico".
Pero la reflexión del filósofo no acababa aquí, sino que a continuación pasaba a definir el útero femenino como "un animal ansioso de procrear". "Si permanece sin producir frutos mucho tiempo", añadía el filósofo, "se irrita y se encoleriza; anda errante por todo el cuerpo, cierra el paso al aire, impide la respiración, pone al cuerpo en peligros extremos, y engendra mil enfermedades".
Una bola en la garganta
Pero ¿de qué hablaba Platón? Aunque algunos expertos dudan de que el filósofo realmente creyera en ello, en realidad no hacía sino seguir una idea extendida en su época. El propio padre de la medicina, Hipócrates, contemporáneo de Platón, se refería en su tratado sobre las enfermedades de las mujeres a la sofocación histérica, una dolencia que aparecía cuando el útero emigraba hacia la parte superior del abdomen en busca de fluido.
Esto provocaba en las mujeres síntomas como dificultad de respiración, dolores en el corazón, mareos, pérdida de la voz y exceso de saliva. Según escribían Harold y Susan Merkey en la revista Canadian Medical Association Journal, este supuesto movimiento del útero causaba asfixia y una sensación de "bola en la garganta".
Para forzar al útero a que regresara a su lugar, Hipócrates recomendaba masajes manuales, pero también empapar un pedazo de lana en perfume y enrollarlo alrededor del cañón de una pluma de ave, introduciéndolo después en la vagina. Al mismo tiempo, en la nariz se colocaba alguna sustancia de olor desagradable, como vinagre, o se quemaba polvo de cuerno para que la paciente lo inhalara.
De este modo, como en el sistema del palo y la zanahoria, el útero regresaba atraído por el aroma del perfume en la vagina y huyendo del olor molesto o del humo en la nariz. Sin embargo, según los Merskey la cura definitiva y segura era "el matrimonio o el embarazo".
Lo curioso es que esta idea del útero como una especie de animal con voluntad propia perduró durante siglos, incluso después de saberse que estaba anclado en su lugar a través de ligamentos. Según los Merskey, unos 500 años después de Platón e Hipócrates, el médico griego Areteo de Capadocia escribía que el útero "se asemeja estrechamente a un animal", ya que "se mueve por sí mismo aquí y allá en los flancos y también hacia arriba", hacia el hígado, el bazo o el corazón.
"En una palabra, es errático", concluía. Areteo añadía, siguiendo a Hipócrates, que al útero le atraían los aromas fragantes, huyendo de los olores fétidos. "En resumen, el útero es como un animal dentro de un animal", decía. Los mismos autores describen un exorcismo medieval para ordenar al útero que abandonara otros órganos, enumerados en la fórmula desde la cabeza a los dedos de los pies, y que permaneciera "tranquilo en el lugar que Dios te ha asignado".
"Te conjuro, útero, por nuestro Señor Jesucristo, para que no dañes a esta doncella sierva de Dios", decía el ritual. Según los Merskey, documentos como este sugieren que en aquella época la sofocación histérica se asociaba a la brujería y la posesión diabólica. Los escritos medievales se referían a la asfixia histérica como "globus hystericus".
Paroxismo histérico
Pero si la teoría del útero errante acabó cayéndose, no así la de la sofocación histérica, que después llegaría a ser conocida simplemente como histeria. Por entonces ya no se consideraba exclusivamente restringida a las mujeres, pero sí seguía sosteniéndose que ellas eran las más afectadas, reflejando la incomprensión de los ciclos menstruales, la menopausia y sus efectos fisiológicos y psicológicos.
Algunos autores suponían un influjo de la putrefacción del semen retenido en el útero, mientras que otros achacaban la enfermedad precisamente a la falta de penetración que privaba a la mujer de los presuntos beneficios de la emisión masculina.
Una solución al problema era la manipulación de los genitales femeninos hasta llegar al "paroxismo histérico", el orgasmo. Pero dado que la masturbación femenina se consideraba tabú, los médicos no la recomendaban. Algunos especialistas recurrían a esta cura, en ocasiones por medio de una comadrona que se encargaba de masajear a la paciente.
En el siglo XIX, con la electricidad y la industrialización, aparecieron los primeros vibradores electromecánicos. Según Rachel P. Maines, autora del libro La tecnología del orgasmo: la histeria, los vibradores y la satisfacción sexual de las mujeres (edición en castellano: Milrazones, 2010), el vibrador fue el quinto electrodoméstico que salió al mercado, después de la máquina de coser, el ventilador, la tetera y la tostadora, y antes que la aspiradora y la plancha.
Maines señala que este útil aparato permitía a los médicos inducir el paroxismo histérico a sus pacientes sin el trabajoso esfuerzo manual, pero también a las propias mujeres emplearlo en la comodidad de su hogar. "La vibración es vida", decía un anuncio de la época. Para no ser un animal errante, desde luego la matriz femenina sí ha tenido que recorrer un largo camino histórico para llegar a ser comprendida por una medicina dominada por el punto de vista androcéntrico.
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