Latidos en el Majuy, un documental recientemente estrenado, trata de corazón y de montaña, de superación y de esperanza. Su protagonista, el escalador y montañero Eduardo Martínez Lobera (Vitoria, 1965), tiene una historia que contar, vinculada a la naturaleza y a la supervivencia, la suya propia. Ha sufrido dos infartos en cinco años y el último cuando iniciaba la ascensión a un elevado cerro colombiano. Ni la enfermedad ni el riesgo han quebrado su firme voluntad de resistir sin dejar de escalar. Un empeño que ha sido esencial para su recuperación.
La película, rodada en espectaculares paisajes, rinde un apasionado homenaje a la montaña a la vez que anima a los pacientes del corazón a secundar los programas de rehabilitación y abandonar el sillón del cuarto de estar.
La importancia de la medicación y la adopción de hábitos saludables van unidos a la necesidad de mantener una buena forma física. Con ello se puede salvar la vida. Quien presta testimonio en el film está convencido de que es verdad. Así se lo dijeron los médicos que lo atendieron en Colombia y así lo traslada a EL ESPAÑOL: "Yo estoy vivo porque he hecho deporte; si no lo hubiera hecho, no estaría aquí".
Más de 20 expediciones a lo largo de todo el mundo jalonan el historial escalador de Eduardo Martínez, que ha ligado su vida profesional al deporte y a la comunicación. Dirige en Vitoria una empresa especializada en la organización de eventos deportivos y culturales (Araba Ascentium), es presidente de un festival internacional de cine de montaña y aventura que se celebra en Bilbao (Mendi Film Festival), fundador de Comunika Sport y director del circuito Ironman Vitoria-Gasteiz que tendrá lugar en julio de este año. Su labor ha sido reconocida con distintos premios y entre sus colaboraciones en medios de comunicación destaca la realizada para el programa Al filo de lo imposible de TVE.
Primer infarto: "Busqué los síntomas en Google"
El primer infarto lo sufrió en septiembre de 2012. Un año especial, de cierto estrés, para Eduardo. En Vitoria se había celebrado bajo su dirección, y con gran esfuerzo personal por su parte, el campeonato del mundo de triathlon de larga distancia y acababa de volver de una expedición a las Montañas Rocosas de Canadá.
El día 16 era domingo y se encontraba en casa cuando después de comer sintió los primeros síntomas. "Empecé a notar una molestia en el estómago, cierta ansiedad, falta de aire, que no podía respirar y a tener un dolor en el pecho a la altura del esternón que no podía identificar. Después cierto hormigueo y dolor en el brazo izquierdo. Primero pensé en una angina de pecho y luego en un infarto y cogí el móvil para ver los síntomas en Google. Tenía nueve de diez".
Vivía muy cerca del Hospital Santiago de Vitoria al que se dirigió a pie. En Urgencias le confirmaron sus sospechas y se puso en marcha el protocolo de atención, que culminó con un cateterismo, la colocación de tres stent y su adscripción a la unidad de rehabilitación cardíaca.
El programa que llevó a cabo incluía ejercicios de correr en cinta y en bicicleta estática y la enseñanza de técnicas de relajación y respiración. Tras superar las pruebas de esfuerzo se encontró listo de nuevo para cubrir medias maratones, escalar grandes paredes y coronar cimas de 5.000 metros, siempre y cuando controlara los ritmos y las pulsaciones. Le gusta recordar que "el corazón es un músculo que se entrena a base de ejercicio físico".
El primer infarto pilló desprevenidos a Eduardo y a su entorno."¿Por qué a él si es tan deportista?", se preguntaban. Luego averiguarían la razón de su patología cardiovascular. Una alteración genética provoca que genere más colesterol y unas arterias un poco más finas de lo normal, propicias a romperse, incrementan el riesgo.
Segundo infarto: 20 minutos de marcha sufriendo el ataque
La segunda fecha marcada en rojo en el relato de Latidos en el Majuy es el 15 de agosto de 2017. Su protagonista se había encontrado muy bien años antes. En 2015 le habían rebajado la medicación y él, confiado, dejó de tomarla durante unos meses. Hoy no se lo recomienda a nadie: "Somos enfermos crónicos, no hay que olvidarlo".
En el verano del año fatídico se hallaba en Colombia en la tierra de su pareja, Yamile Salamanca, y después de correr una media maratón en Bogotá ambos se preparaban para un ultra trail (carrera de montaña de larga distancia) en el Parque natural de los Nevados. Su entrenamiento les llevó a subir al Majuy, un monte de más de 3.000 metros de altura perteneciente al municipio de Cota en Cundinamarca, próximo a la capital colombiana desde donde se divisa una de sus mejores vistas.
Cerca del mediodía, cuando aún estaban en la base de la montaña pero apartados del pueblo y la civilización, Eduardo reconoció los síntomas de un pasado que creía olvidado. Mareos, sudoración, cambio de color, problemas al respirar, dolor en el pecho… Estaba teniendo un segundo infarto y sabía que su salvación dependía en gran medida de él, de su reacción: "No perdí la consciencia y supe que si me quedaba ahí, paralizado, nadie iba a venir a sacarme. Afortunadamente era bajada".
Su descenso, infartado, para acceder a un núcleo de población, pudo durar veinte minutos más o menos y él no lo recuerda con precisión. Sólo refiere que estaba concentrado en que tenía que bajar y que lo hizo ayudado por unos bastones de aluminio, mientras Yamile realizaba una doble carrera a la desesperada; de bajadas, para lograr ayuda, y de retrocesos para guiar su marcha, móvil en mano en contacto con los servicios de emergencia de la zona.
No fue nada fácil identificar el lugar exacto de su emplazamiento ni llegar a las primeras casas, donde un vecino se avino a llevarles a un centro deportivo, con ambulancias pero sin conductores ni sanitarios. De allí al centro de salud de Cota, con pocos recursos, y de este al hospital de Chía, con más medios pero insuficientes, donde empezaron a estabilizar a Eduardo antes de su traslado a la Fundación Santa Fé de Bogotá. Una odisea de diez horas que el enfermo, a veces semiinconsciente, recuerda con más tranquilidad que la experimentada por su compañera, autora de las gestiones de socorro tanto médicas como burocráticas. Yamile las vivió en la mayor de las angustias entre tráficos atascados por horas punta y ambulancias circulando a la desesperada en sentido contrario para salvar la vida de su pareja.
"Me ayudó mi instinto de supervivencia y conocer la montaña. Gracias al deporte se fortalecen los músculos y eso es lo que hizo que pudiera aguantar tanto tiempo. La verdad es que entonces no tuve miedo a morir aunque sí sentía la preocupación de Yamile, a mi lado, llorando", relata Eduardo.
Lo malo para él vino después. "En Bogotá se me cayó el mundo encima. Me preguntaba cómo iba a salir de ahí. Le dije al médico que era deportista y que quería volver a la montaña".
Quirófano, un nuevo cateterismo, otros dos stent, ecocardiograma posterior… El corazón de "el españolito" – así le llamaban en el hospital de Santa fe- había sufrido importantes daños, la válvula mitral estaba afectada y debía afrontar sus limitaciones y un segundo programa de rehabilitación que luego completaría en Vitoria con ayuda de cardiólogos, fisioterapeutas, psicólogos y entrenadores deportivos.
"El enfermo debe salir de su estado de confort"
"Si llego a ser una persona que ha ido a dar un paseo, fumadora, obesa y que no conoce bien la montaña, de ahí no salgo. No sólo es el corazón, sino que el resto del cuerpo -las piernas, el pulmón, el hígado, el riñón- también está mejor preparado. La rapidez con la que se recupera un deportista de un infarto es tremendamente mayor que la de una persona que no lo es. Y a la hora de la rehabilitación, cuando muchos se quejan, él tiene el hábito y la disciplina para hacer el ejercicio físico, las series y el tiempo que demandan los cardiólogos".
Tal es su convencimiento que Eduardo no duda en proclamar que el deporte "ha sido clave" para superar su infarto. De ahí que el consejo a quienes padecen su misma patología vaya siempre en la dirección de cuidarse sin olvidar la medicación ni el ejercicio físico, al alcance de cualquiera. "Caminar rápido dos horas al día es gratis", resume. "Si has tenido un infarto tienes que empezar a moverte, es falso que te convenga una vida sedentaria, sal de tu estado de confort de enfermo y huye del proteccionismo de quienes te rodean", insiste.
Él no ha tenido miedo de volver a la montaña y ahora presume de esas marcas que se llevan sobre todo en el corazón: "No sólo volví al Majuy sino que a los siete meses subí una montaña de 5.000 metros, el Cocuy, y no fue una locura".
La experiencia vivida queda reflejada en Latidos en el Majuy, donde al relato expuesto se suman las voces de los profesionales que tratan a Eduardo y de los amigos, como el veterano atleta y campeón del mundo de maratón Martín Fiz. La historia se completa con las impactantes imágenes de valles y montañas que tienen un sitio privilegiado en la memoria del protagonista desde que a sus 14 años en Foncea (La Rioja) decidió abrazar el montañismo. Las localizaciones se extienden a cumbres alavesas, murcianas y colombianas en un rodaje de gran calidad técnica.
Respaldado por la Fundación Española del Corazón, entre sus objetivos figuran sensibilizar a la población del riesgo de las enfermedades cardiovasculares, principal causa de muerte en el mundo, e instar a la gente a practicar deporte y adoptar hábitos saludables desde la infancia. Además Eduardo Martínez Lobera se propone recaudar fondos para equipar la unidad de cardiología del hospital del valle de Macalu en Nepal, promovido por la Fundación SOS Himalaya que creó el montañero navarro Iñaki Ochoa de Olza, fallecido en 2008 en el Annapurna, y ayudar a la comunidad indígena de los muiscas en sus tareas de reforestación del Majuy.