El estrés es uno de los grandes males del mundo occidental en la actualidad, siendo a su vez uno de los principales causantes de las bajas laborales por ansiedad y/o depresión. Por ello, lograr acabar con esta patología invisible sería todo un hito para la ciencia.
De hecho, ese es el plan del neuroendocrinólogo Christopher Lowry y sus colegas, cuyo estudio se ha publicado recientemente en Psychopharmacology. Según sus hallazgos, habría sido posible aislar un patrón molecular que permitiría el desarrollo de una vacuna contra el estrés.
Este patrón molecular estaría escondido dentro de una bacteria inofensiva para el ser humano que habita en el suelo, conocida como Mycobacterium vaccae. Un tipo específico de grasa encontrado en su interior explicaría por qué la exposición a dicha bacteria no solo no es peligrosa para los humanos, sino que tendría beneficios significativos.
Relación con las alergias
Anteriormente ya se sospechaba que los humanos evolucionamos de forma conjunta a determinados microorganismos útiles. Sin embargo, la exposición al entorno moderno ha dado lugar a un aumento del número de enfermedades alérgicas y autoinmunes, según algunos expertos.
Según Lowry, a medida que los humanos se han ido alejando de las granjas y el modo de vida agrícola o de cazador-recolector, el contacto con los microorganismos ha disminuido, dando lugar a una mala regulación del sistema inmune y un exceso de reacciones proinflamatorias descontroladas, como las mencionadas enfermedades autoinmunes o incluso los trastornos psiquiátricos.
De hecho, el científico ha estudiado el Mycobacterium vaccae durante años, llegando a la conclusión en un estudio anterior de que inyectar una preparación con dicha bacteria a ratones podría prevenir la aparición de reacciones inducidas por el estrés en animales. Sin embargo, se desconocía cómo esta bacteria podía dar lugar a estos beneficios.
En esta ocasión, Lowry y sus colegas han logrado aislar y sintetizar de forma artificial un ácido graso llamado ácido 10 (Z) - hexadecenoico, el cual parece ser clave para que la bacteria pueda reducir la reacción inflamatoria asociada al estrés.
Según sus hallazgos, este ácido graso parece unirse a un tipo de receptores llamados PPAR o receptores activados por el proliferador de peroxisomas. Cuando se produce esta unión, las vías de la inflamación dejan de funcionar, al menos en ratones a nivel experimental: cuando la bacteria M. vaccae es absorbida por las células inmunes, se liberan los ácidos grasos y se unen a los receptores, evitando la reacción inflamatoria asociada al estrés.
De momento queda mucho por investigar para saber si este efecto puede replicarse en humanos, pero los investigadores sugieren que si es posible, sería el primer paso para desarrollar una vacuna contra el estrés, una solución para multitud de individuos que se ven sometidos a altos niveles de estrés y que están en riesgo de acabar en un trastorno de estrés postraumático.
De hecho, Lowry es optimista y estima que en "solo" 10 o 15 años podría existir ya una vacuna con estas características.