La demanda de piedras y cristales con dudosos poderes curativos ha crecido tanto en los últimos tres años que ya se habla de gran boom. Aunque existe poca evidencia científica, si es que hay alguna, la industria del bienestar se empeña en ensalzar los beneficios de las gemas para la curación física y emocional.
Así, se dan prácticas tan místicas entre sus prescriptores como rellenar la botella de agua del gimnasio con cuarzo rosa y amatista, con la intención de "añadir una dosis de sanación al entrenamiento". Pero este negocio que mueve millones de dólares al año tiene un trasfondo mucho más oscuro. Vayamos por partes.
En 2017, el New York Times ya anunció la fiebre del cristal. Un año después la revista británica Hello! hablaba de la mayor tendencia en salud y bienestar del año. Ahora, basta con asomarse a Instagram para ser testigo del furor. Los hashtags #crystals (cristales) y #healingcrystals (cristales curativos) suma millones de publicaciones. Pero, ¿cuál fue el detonante que puso de moda esta pseudociencia?
Sin base científica
Su uso se popularizó por primera vez en Occidente en los setenta. Entonces era algo que los hippies habían cogido prestado de las filosofías medicinales orientales. Hoy, el interés por su compra puede competir con el que genera el último diseño de Gucci. Este resurgimiento coincide con un creciente interés por la espiritualidad y las prácticas curativas que han penetrado en el mercado de bienestar de lujo. Sus seguidores creen que los cristales conducen la energía ambiental, como si fueran torres de control en miniatura que recogen señales y que las canalizan hacia el usuario, reequilibrando así las energías malignas, curando el cuerpo y la mente.
Según el Centro de Investigación Pew, el 42% de los adultos estadounidenses piensa que la energía espiritual se puede canalizar a través de objetos físicos como los cristales y más del 60% apoya al menos una de las creencias de la "nueva era", como la astrología o el poder de los médium.
Ruby Warrington, autora del libro Material Girl, Mystical World (Chica material, mundo místico), que rastrea los orígenes del auge del bienestar de gama alta, tiene su teoría: "A medida que nuestras vidas se entrelazan cada vez más con la tecnología, anhelamos prácticas que nos reconecten con la humanidad o la tierra", según dijo al rotativo neoyorquino.
Una moda que mueve millones
Una de las seguidoras de esta corriente es Kim Kardashian. Tras el asalto a punta de pistola que sufrió en París en 2016, la empresaria se abrazó a los cristales "curativos" para recuperarse del incidente. Creencia que trasladó a los perfumes que vende en todo el mundo. Hay otra cara conocida que también saca beneficios de esta moda con escasa base científica. Se trata de Gwyneth Paltrow. La actriz se hace de oro a través Goop, su marca de estilo de vida saludable. Pero el año pasado le pararon los pies en los tribunales.
Paltrow vendía en su web unos "óvulos vaginales" de cuarzo y jade que prometían regular las hormonas, el ciclo menstrual, prevenir el prolapso uterino y aumentar el control de la vejiga al precio de 66 dólares (unos 58 euros) sin ninguna base científica. Tras una demanda por publicidad engañosa, la actriz tuvo que pagar 145,000 dólares (unos 131.000 euros). Aún así, este negocio continúa creciendo.
Es tal el boom que se podría decir que casi hay un cristal para cada ocasión. Se venden piezas enormes del tamaño de una mesa de comedor por decenas de miles de dólares, trozos de cuarzo rosa por 100 dólares (unos 90 euros) o huevos de cristal por 1.50 dólares (algo más de un euro). El pasado febrero se celebró en Tucson (Arizona) la exposición de cristal más grande del mundo donde se reunieron más de 4.000 vendedores de cristal, minerales y piedras preciosas con todas las formas imaginables: cuchillos, bañeras, penes o ángeles.
Según cuenta The Guardian, en este encuentro se decide el destino de decenas de miles de toneladas de cristales que salen hacia museos y galerías, centros de curación con cristales, centros de yoga y minoristas de bienestar de Europa y Estados Unidos. En este último, la demanda de cristales y piedras preciosas se ha duplicado en los últimos tres años, y las importaciones de cuarzo se han duplicado desde 2014.
Pero, a pesar de su crecimiento explosivo, la forma en que opera la industria del cristal ha evitado en gran medida el escrutinio. Según el diario británico, hay pocos esquemas de transparencia en este negocio si se compara con los desarrollados para productos como el oro y los diamantes. Muchos de estos materiales se extraen en condiciones mortales en uno de los países más pobres del mundo.
Buenas intenciones pero poca regulación
Se trata de Madagascar; debajo de su suelo cuenta con un inmenso cofre del tesoro. Cuarzo rosa y amatista, turmalina y citrino, labradorita y cornalina. Este país africano los tiene todos. Este país de 25 millones de personas se encuentra ahora junto a naciones mucho más grandes, como India, Brasil y China, como uno de los productores de cristales más relevantes del mundo.
Pero en un país donde la infraestructura, el capital y la regulación laboral son escasos, son las personas en lugar de la maquinaria las que extraen los cristales de la tierra. Mientras que hay algunas grandes compañías mineras que operan en Madagascar, más del 80% de los cristales se extraen "artesanalmente", es decir, por pequeños grupos y familias, sin regulación, a quienes se les paga sueldos miserables.
"Son como dos galaxias", explica sonriendo el propietario de Madagascar Specimens, Liva Marc Rahdriaharisoa, a The Guardian. "Hay una gran diferencia. Si le digo a la gente de la mina cómo es Tuscon, nunca lo entenderán. Son mundos muy diferentes ".
Si bien el negocio del cristal está en auge en gran medida entre los consumidores que tienden a preocuparse por el impacto ambiental, el comercio justo y las buenas intenciones, por ahora hay pocos indicios de que la regulación vaya a mejorar las condiciones de sus trabajadores.