Toda la población mundial es susceptible de enfermar de COVID-19, pero los datos que tenemos hasta ahora del Ministerio de Sanidad muestran que los mayores, los fumadores, las mujeres embarazadas, las personas con obesidad y los pacientes de cáncer tienen mayor riesgo de infectarse.
También aquellos aquejados de alguna enfermedad cardiovascular. Por eso, sería razonable pensar que los niveles de colesterol estarían asociados con un mayor riesgo de padecer la enfermedad o de tener un peor pronóstico si se han infectado. Pues bien, podría ser que no fuera así. Más bien al contrario.
La batalla contra la COVID-19 está generando una masiva cantidad de información científica. Los primeros datos obtenidos en China permiten hacer valoraciones y se empiezan a publicar las primeras asociaciones entre características de los pacientes infectados y la evolución de la enfermedad. Uno de estos primeros estudios ha sido realizado con datos del Hospital de Wenzhou. El manuscrito es una prepublicación, y por tanto, hay que valorarlo con precaución porque no ha pasado por la preceptiva revisión por pares que requiere toda publicación científica.
En el estudio se evalúa el perfil lipídico en 71 pacientes de COVID-19 y se compara con 80 controles sanos. El resultado más llamativo es que los pacientes de COVID-19 tenían niveles plasmáticos de colesterol significativamente más bajos que los controles, lo que incluye el colesterol-LDL, cuyos valores medios en los enfermos eran casi la mitad (119,5 mg/dL vs. 70,4 mg/dL). Algo parecido se observa en otro estudio con datos de Wuhan (Hospital Tongji), que compara diferentes variables entre supervivientes y fallecidos por COVID-19. Los niveles de colesterol eran algo más altos en los supervivientes.
Como digo, los artículos van saliendo como setas en otoño. Hace muy pocos días se publicó un estudio longitudinal retrospectivo realizado también en Wuhan (Hospital Zhongnan), esta vez sí revisado por pares. En él se monitorizan los lípidos en 17 casos de COVID-19 supervivientes y 4 no supervivientes antes de sus infecciones y durante el curso de la enfermedad. El resultado fue que, en los supervivientes, los niveles de LDL se redujeron al inicio de la enfermedad y volvieron a la normalidad con la recuperación. En los no supervivientes, continuaron descendiendo hasta el fallecimiento.
¿Cómo puede ser eso? ¿Tener el colesterol bajo supone un mayor riesgo frente al coronavirus? ¿Qué papel juega el colesterol en la infección?
Más preguntas que respuestas
En su artículo, los investigadores no se atreven a especular con la respuesta a estas preguntas, aunque sugieren que el colesterol puede jugar un papel no solo en la replicación viral y su internalización en las células, sino también en la activación del sistema inmunitario. En cambio, Uffe Ravnskov se tira a la piscina con una carta al editor del The BMJ en la que sostiene que el tratamiento para reducir el colesterol puede empeorar el resultado de una infección por COVID-19. Esto es muy serio porque implica que las personas afectadas y que están bajo tratamiento hipocolesterolemiante podrían ver agravada su enfermedad.
Ravnskov fundamenta su aseveración en evidencias que muestran que el colesterol-LDL bajo predispone a enfermedades infecciosas porque las LDL son capaces de inactivar microorganismos patógenos y sus toxinas. En concreto, se basa en trabajos propios en los que propone que las LDL participan del sistema inmunitario formando complejos con los microorganismos atacantes.
Impresionante, ¿no? Las LDL, que denominamos colesterol malo, participarían del sistema inmunitario y saldrían a defendernos. Es más, otros investigadores encontraron una asociación inversa entre los niveles de colesterol y el riesgo de ser ingresado en el hospital debido a una enfermedad infecciosa en los siguientes 15 años en un grupo multiétnico de más de 120.000 personas.
De confirmarse estos resultados, contribuirían a la controversia sobre los efectos de reducir el colesterol plasmático en la mortalidad cardiovascular. Por ejemplo, en un estudio con datos de 37250 pacientes no se pudo encontrar una asociación entre el colesterol-LDL y la mortalidad cardiovascular, pero sí con una reducción de la mortalidad por infecciones.
Ravnskov llega a sugerir que, dado que el colesterol-LDL también puede inactivar el virus, los pacientes de COVID-19 en grado severo que estén en tratamiento para reducir el colesterol, por ejemplo con estatinas, deberían suspenderlo hasta que se hayan recuperado de la infección. No todos están de acuerdo. Reconocidos lipidólogos, como Gerald Watts, opinan que las estatinas pueden mejorar la estabilización del endotelio en enfermos de COVID-19 y otro estudio acaba de sugerir que las estatinas podrían contribuir al tratamiento frente a la COVID-19, junto con bloqueantes del receptor de la angiotensina.
Prepublicaciones pendientes de revisión
En estos días, el SARS-COV-2 nos esta haciendo sufrir algunos de los momentos más tremendos de nuestras vidas y miramos con ansiedad a la ciencia, esperando una solución que llegue rápido. Circulan por doquier las prepublicaciones, manuscritos científicos sin terminar de corregir y publicar, que tenemos que coger con pinzas.
La ciencia tiene sus tiempos, y normalmente no son cortos, pero esta pandemia los está acelerando como nunca antes. Debemos seguir siendo cautos. Parte del conocimiento que se está obteniendo en estos meses puede que no sea de utilidad ahora mismo, pero lo será en el futuro. En lo que se refiere al colesterol-LDL y su posible papel protector frente a las infecciones, deberemos seguir investigando. Quizá para la siguiente epidemia lo tengamos más claro.
*Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
**Javier Sánchez Perona es investigador sobre Nutrición y el Metabolismo de los Lípidos, Instituto de la Grasa (IG - CSIC).