"La enfermera había cogido una sierra radial y me estaba cortando el brazo. Luego me cortó las piernas. La pared detrás de mi se abrió y apareció otra sierra que me partió la cabeza en dos. Estaba convencida de que querían matarme". Este angustioso relato es uno de los recogidos por la publicación estadounidense The Atlantic para ilustrar uno de los fenómenos más inquietantes ligados a los ingresos por COVID-19 en UCI: el delirio y el trauma psiquiátrico que pueden arrastrar los pacientes más graves.
El coste de la pandemia provocada por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 para la salud mental se considera a menudo en un segundo plano, oscurecido por la enormidad de la crisis sanitaria y económica. Pero no debería ser así, según alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su último informe. La prevalencia de la ansiedad, provocada por el estrés del confinamiento, el miedo al contagio y la inseguridad socio-laboral, alcanza el 40% en EEUU, el 60% en Irán y el 35% en China.
Como es de imaginar, quienes más sufren la presión psicológica por la pandemia son los que se enfrentan a ella en la primera línea: médicos y sanitarios, que al final del brote por coronavirus en Wuhan y la región de Hubei en China padecían depresión en una tasa del 50%, de ansiedad en un 45%, y un 34% tenía insomnio. Los mismos síntomas que se han detectado en España, según explican los profesionales de Salud Mental que han ofrecido apoyo durante la crisis al personal sanitario.
Por otro lado, las personas con patologías psiquiátricas previas son especialmente vulnerables durante esta crisis, al verse obligadas a la reclusión y a interrumpir terapias y rutinas que les son beneficiosas en su día a día. La 'infodemia', la 'epidemia paralela' de 'sobre' y 'des' información, está provocando manifestaciones específicas.
Asi, el primer caso de 'paranoia por COVID-19' diagnosticado y documentado en la revista Psychiatry Research fue de un alemán de 43 años con antecedentes de esquizofrenia, convencido de que se había infectado por un whatsapp enviado desde China y que escuchaba voces acusándole de poner en peligro a sus padres.
Se trata de un problema a varios niveles: primero, las alteraciones emocionales y mentales provocadas por la crisis en sí; segundo, los trastornos preexistentes que pueden verse exacerbados y adquirir nuevas dimensiones en estas circunstancias; y, tercero, el hecho de que el COVID-19 ha demostrado poder inducir delirium en las fases más avanzadas de la enfermedad.
Un estudio publicado en EEUU asocia el delirio al 80% de los casos más graves de la UCI, en parte también por los fármacos de sedación y analgesia que se prescriben en esa etapa. Cuanta más larga es la estancia, subrayan, mayor es la probabilidad de sufrirlo, lo que a su vez se relaciona con una mayor mortalidad a los seis meses. En España, un proyecto impulsado por HUCI ('Humanizando los Cuidados Intensivos') recluta participantes tras observar que "los pacientes afectados con COVID-19 que ingresan en UCI están desarrollando cuadros de delirium muy graves".
Pero, ¿qué incidencia tendrá esto a largo plazo? La respuesta es que una pequeña pero significativa parte de la población habrá desarrollado psicosis a resultas de la crisis del COVID-19. Así lo aseguran investigadores de la Universidad Orygen and La Trobe de Melbourne, Australia, en un trabajo que publica Schizophrenia Research. Los tres factores determinantes, advierten, son la exposición viral, el estrés psicosocial y las vulnerabilidades preexistentes.
"El COVID-19 supone una experiencia muy estresante para todo el mundo, y particularmente para aquellos con necesidades mentales complejas", explica la Dra. Ellie Brown, que ha dirigido un estudio con datos a 20 años basados en pandemias precedentes: SARS, MERS o la gripe porcina. "Sabemos que los primeros episodios de psicosis se desencadenan frecuentemente por un estrés psicosocial sustancial. En el caso de la epidemia actual, incluimos los factores de aislamiento y de circunstancias familiares conflictivas".
La población que ya padecía antecedentes de psicosis, subraya, es "particularmente vulnerable". Según el trabajo, "su mentalidad sobre la contaminación y sobre los conceptos de distanciamiento social pueden ser diferentes a los de la población general". En ese sentido, exhortan, los médicos deben reforzar la vigilancia para asegurarse de que asimilan medidas básicas de prevención como el lavado de manos y que los brotes psicóticos no desembocan en mayor riesgo de contagio.
Por otra parte, como señala el profesor Richard Gray, coautor del estudio, un dato puede que más preocupante todavía es que una pequeña cantidad de pacientes de COVID-19 van a desarrollar síntomas psicóticos, como oír voces o tener alucinaciones vívidas. Aunque las enfermedades mentales mayoritarias como la depresión y la ansiedad han estado en el foco sanitario de la pandemia, concluyen, hay espectros menores pero más graves de problemas psiquiátricos que emergen como secuelas.
Es el caso relatado por una paciente británica, Charlotte R., que sufrió la enfermedad a finales de febrero, antes incluso de que se supiera que el coronavirus ya circulaba por Europa: "A veces pensaba que me estaban envenenando. Otras, que había atropellado a un bebé y ahora estaba en protección de testigos". Dos meses después del alta, Charlotte sigue sufriendo insomnio y pesadillas lúcidas.