Casi 40.000 casos detectados en tres días, una media semanal de 10.000 que va en aumento y ya casi 13.000 hospitalizados en España, esto es, más del 10% de las camas totales ocupadas por una sola enfermedad.
Si nos fijamos en las UCI, la situación es aún peor, superando el 20%. Aunque es posible que la introducción de los tests de antígenos haya solucionado en parte los problemas de atrasos en notificación en muchas comunidades y eso provoque un aumento en los casos reportados en los últimos 7 y 14 días, la situación está adquiriendo tonos críticos.
En ningún caso, esta mejoría en la notificación debería provocar un aumento de casos totales… menos aún cuando se hacen hasta 60.000 tests menos que en los peores momentos de septiembre.
Por sorprendente que parezca, la realidad es esa: la semana del 21 al 27 de septiembre se hicieron 777.208 pruebas diagnósticas en España. Según los datos de hoy del ministerio, del 9 al 15 de octubre se han hecho 713.235. En consecuencia, la positividad vuelve a dispararse al 12,1%.
El pasado viernes estaba en el 11,3%. Hace dos semanas habíamos conseguido bajarla al 10,2%. Navarra ya roza los 1.000 casos por 100.000 habitantes en dos semanas, lo que quiere decir, en pocas palabras, que el 1% de los navarros ha dado positivo en este período. Su positividad supera el 15% y el número de hospitalizados sube un 25% en tres días, con una ocupación total del 12,99% sobre el total de camas disponibles.
Aparte de Navarra, cuya situación es objetivamente salvaje, y merece medidas inmediatas, tenemos a Melilla por encima de los 700 casos por 100.000 habitantes, a Aragón y La Rioja por encima de los 500, y a Castilla y León y Madrid por encima de los 400.
En la franja entre 300 y 400, es decir, entre tres y cuatro veces el nivel de alerta fijado por la OMS, encontraríamos a Cataluña, Castilla La Mancha, Ceuta, País Vasco y Murcia.
En total, son diez de las diecinueve comunidades o ciudades autónomas con unas incidencias disparatadas. Por debajo del umbral del peligro, se mantiene solo Canarias, a la que el final del verano y su aislamiento geográfico le ha sentado de lujo en lo sanitario aunque sea un desastre en lo económico. A este paso, puede acabar siendo la región de la Unión Europea con menos casos por habitante.
Como venimos diciendo en los últimos días, la situación de Cataluña y Aragón resulta paradigmática de lo que es este virus: alcanzaron los supuestos topes en julio y principios de agosto, se mantuvieron en meseta durante dos meses, creyendo que todo estaba controlado y ahora presentan números aún peores que entonces. Y lo que queda.
Cataluña ya ha ordenado el cierre de toda la hostelería, pero es difícil saber si eso va a servir para algo más que para volver a la meseta y esperar al siguiente repunte. Parece que esa era la idea en todo el país, la verdad, y de momento no ha funcionado muy bien. Convivir con el virus, intentar contenerlo en vez de destruirlo sin más es una solución muy apetecible a corto plazo, pero no sabemos si viable a medio y a largo. Quedamos demasiado expuestos.
La anomalía está siendo Madrid y volvemos al punto anterior: en el corto plazo, todo son buenas noticias. La incidencia acumulada baja ya sobradamente de los 500 casos por 100.000 habitantes, el número de ingresos hospitalarios se ha estabilizado y también lo ha hecho -con ligera tendencia a la baja- el de prevalencia hospitalaria (aunque hay que tener en cuenta el número de fallecidos, 646 en los dieciocho primeros días del mes de octubre).
Ahora bien, hay un dato preocupante: la bajada del número de tests y la renuncia a realizar pruebas a contactos asintomáticos, rompiendo así la cadena de rastreo y aislamiento, hace que uno de cada seis positivos acaben en el hospital. No es una cifra normal, sería como tener 1.700 ingresos diarios de media en el total del país.
Teniendo en cuenta que en julio, agosto y septiembre la proporción se mantuvo en torno a uno de cada diez, es probable que Madrid se esté dejando a cuatro personas de cada diez sin diagnosticar, obligados tan solo a una cuarentena de diez días (en caso de que alguien les informe de que de hecho son contactos o lo descubran ellos) y sin seguimiento alguno a sus contactos y así sucesivamente.
Es injusto no reconocer que las medidas tomadas en Madrid desde finales del mes pasado tienen mucho que ver en la disminución de los casos. También es demasiado inocente no darse cuenta de que la bajada en el número de pruebas también es clave.
Ambos factores se juntan en una combinación que no suele acabar bien: aunque Madrid solo es la sexta comunidad autónoma con más casos detectados en los últimos 14 días, sigue siendo la que mayor ocupación hospitalaria tiene, solo por detrás de Ceuta y Melilla, cuyos datos no son del todo equiparables al tratarse de volúmenes de población demasiado dispares.
Si por cualquier casual, esta estrategia lo que está provocando es una transmisión comunitaria incontrolada e indetectada, pensar tan solo en echar atrás cualquiera de las medidas de restricción de la movilidad sería un desastre para la región y para el país.
Por primera vez desde abril, la idea de un confinamiento nacional no parece tan impensable. Desde luego, sabemos que es la última opción de todas las autoridades porque nadie quiere cargar con la responsabilidad de la catástrofe económica que eso conllevaría. Ahora bien, puede ser necesario.
El virus está descontrolado por toda Europa y por toda España y pensar que una comunidad o un municipio se van a salvar milagrosamente es recurrir a la magia. Supongo que a veces funciona, pero como método se queda corto.
Cuando la gente piensa en marzo y en el estado de alarma, piensa tan solo en la soledad y en las calles vacías. Por lo que sea, no piensa en la precaución y la prudencia. Con precaución y prudencia, no haría falta un confinamiento.
Cuando nos piden que salgamos de casa lo mínimo posible, lo dicen de verdad. Cuando nos piden que no nos reunamos con no convivientes, lo dicen por algo. Cuando se recomienda el teletrabajo, hay que entenderlo como algo más que una recomendación. Si las recomendaciones no se siguen, cualquier cosa es posible.