No se puede decir que la situación estuviera controlada en Europa a lo largo del verano pero sí se puede decir que lo parecía. Frente a la anomalía española y francesa, el resto del continente se movía en cifras razonables: tan tarde como el 25 de septiembre, los únicos países que superaban el listón de alerta de los 100 casos por 100.000 habitantes cada dos semanas, aparte de los citados, eran Bélgica y Holanda, con 134 y 127 casos respectivamente.
En ambos países se procedió a la toma de medidas a pesar de que su incidencia era la mitad de la española: el 28 de septiembre, el gobierno holandés estableció el cierre obligatorio de bares y restaurantes a las diez de la noche, amenazó con multas y cierres a las empresas que no fomentaran el teletrabajo, y limitó a tres los invitados que uno puede tener en su casa.
Bélgica le siguió un poco más tarde. El 6 de octubre, viendo que la situación no mejoraba (más bien al contrario, como veremos ahora mismo), Bélgica tomó decisiones similares: recomendación del teletrabajo (para evitar desplazamientos en transporte público), reuniones de un máximo de cuatro personas y cierre de la hostelería a las 23.00.
Esa misma semana, Francia anunció el cierre de bares y restaurantes en París y el estado de alarma en todo el país. Marsella ya llevaba una semana con restricciones importantes.
Alemania limitaba a diez el máximo de personas que se podían reunir para cualquier actividad y la República Checa, ya para entonces el gran foco europeo de la pandemia, declaraba el estado de alarma.
Recordemos que Italia nunca lo ha llegado a levantar desde febrero. Por su parte, en Portugal, se hacía oficial el “estado de calamidad” y se limitaba a cinco el número de personas que podían reunirse en público, además de limitar también el horario de bares y restaurantes.
De Reino Unido, poco se puede decir. Sus medidas rara vez son nacionales sino que dependen de las distintas regiones. Boris Johnson ha declarado varias veces que quiere evitar a toda costa otro confinamiento total y de momento se han aplicado tres fases de restricciones, la más dura de las cuales afecta a Liverpool, que ha visto cerrada toda su hostelería.
¿Cuál ha sido el resultado de estas restricciones parciales? De momento, escaso, aunque es cierto que hace falta tiempo para valorarlas en justicia. Si miramos la media diaria de casos que se reportan cada siete días observamos que, desde el 5 de octubre, Francia, Reino Unido y Portugal prácticamente duplican su número de casos; Alemania lo dobla con creces; Bélgica, Italia y República Checa lo triplican… mientras otros países como Suiza o Polonia prácticamente lo multiplican por cuatro.
Todo esto, insisto, en doce días y sin perspectiva a corto plazo de mejora. Las medidas son de contención y es probable que algunas de esas cifras bajen a partir de la semana que viene pero cerrando bares y teletrabajando es complicado acabar con el virus, solo mitigarlo y cruzar los dedos.
Según el último informe del ECDC, el equivalente al CCAES español pero para toda Europa, la incidencia acumulada en los últimos 14 días supera los 800 casos en República Checa, los 700 en Bélgica, los 500 en Holanda y roza los 400 en Francia. Aparte, Reino Unido e Islandia superan los 300.
¿Qué ha pasado con España, líder absoluto de incidencia durante todo el verano y principios de otoño? Queda justo detrás de los países mencionados, con una incidencia oficial de 312,4 casos por 100.000 habitantes que no coincide con la del PDF de Sanidad pero supongo que el ECDC tendrá otras formas de calcular. Sobre eso ya hablamos el pasado lunes.
En tiempos de miedo, escasa movilidad y nulo turismo, ¿cómo es posible que esta segunda ola haya afectado a todos los países europeos a la vez, desde Portugal a República Checa? ¿Cómo se explica este estallido conjunto, similar al de marzo?
Hay que pensar que es una cuestión de hábitos: aparte de los lugares públicos de socialización, que poco a poco se van limitando o cerrando, la llegada del frío ha podido suponer un aumento de las reuniones bajo techo y, sobre todo, problemas de ventilación al no poder mantener ventanas abiertas durante demasiado tiempo. En cualquier caso, es chocante.
El tiempo no ha podido ser el mismo en Portugal y en Suiza. Estos brotes coordinados en varios países aún deben ser debidamente explicados, porque lo que está claro es que no conseguimos evitarlos.
La siguiente pregunta es: si toda Europa, y eso incluye nuestros vecinos Portugal y Francia, está disparada… ¿por qué en España apenas estamos notando el cambio? Aquí entran en juego varias explicaciones: una de ellas, obviamente, es el “pensamiento mágico”: el virus ya se ha cebado lo suficiente con nuestro país, consiguiendo un nivel de inmunidad que hace improbable otro rebrote después del de verano.
Desgraciadamente, no hay evidencia científica al respecto y confiar, sin más, en una hipótesis no probada (no tenemos datos de seroprevalencia pero difícilmente superará el 20% incluso en las zonas más golpeadas) resulta peligroso.
La otra tiene que ver con la meteorología. Octubre está siendo un mes relativamente apacible y no es raro encontrarse aún con parques y terrazas llenas de familias, amigos que salen a dar una vuelta y contagios que se evitan al no quedarse en lugares cerrados. Sin duda, eso influye seguro.
Precisamente por eso le tenemos tanto miedo al frío, los bares cargados de aire sin ventilar, la calefacción puesta a todo trapo y el partido del Atleti en la televisión. De momento, no da la impresión de que nos estemos preparando para un posible rebrote: nuestras medidas actuales son en general muy parecidas a las de los países que luchan ahora por contener su segunda ola y, sin dar un paso adelante, es difícil pensar que vayan a tener más efectos por ciencia infusa.
Lo peor de todo es que los datos de la semana pasada ya apuntaban a un aumento de casos y de ingresos. Mientras se palpa en las calles una cierta normalidad, ambulatorios y hospitales siguen al borde del colapso atendiendo a pacientes.
Nuestra incidencia acumulada está en cifras de mediados de septiembre y subiendo. El número de ingresos diarios y el de prevalencia acaba de batir su récord de esta segunda ola y lo mismo se puede decir del de fallecidos (en los últimos diez días, 1.309 personas han fallecido con clínica Covid según las comunidades autónomas, datos aún sin consolidar).
Si algo nos salva de la catástrofe es que Madrid aguanta. Viendo lo visto cada fin de semana y renunciando a testar a contactos asintomáticos, no aguantará mucho. En ese momento, España volverá a ser Europa, solo que lo que ellos llaman “segunda ola”, para nosotros será la tercera.