A veces, nos perdemos en la frialdad de la estadística y todo parece, hasta cierto punto, un juego. Bajemos un momento a la realidad: España promedia más de 15.000 casos por día en la última semana. El número de ingresos diarios supera los 2.000. Las muertes notificadas por comunidades autónomas rozan las 200. Eso, insisto, cada día. Uno tras otro.
Cuando alguien mencione que la incidencia acumulada en 14 días es de 452,63 casos por 100.000 habitantes… más los atrasos en notificación correspondientes, recuerden que hablamos de que una persona de cada 200 ha dado positivo en un test. No ya en un municipio o en una región suelta, sino en toda España.
Dar positivo en un test, obviamente, implica tener el virus, pero desgraciadamente la cosa no funciona al revés: a esos 212.853 casos detectados en estas dos semanas habrá que añadir todos los que no han pasado por ninguna prueba de detección.
Para colocar de nuevo la cifra en perspectiva y no perdernos en abstracciones, hasta el final del estado de alarma -21 de junio, cuatro meses después de los primeros casos- se detectaron 246.504 positivos. Dos semanas que valen por toda una primera ola. Aunque el número de tests supera el millón cada siete días entre PCRs y antígenos, la positividad se dispara de nuevo, rozando el 14%.
El balance de estos catorce días no puede ser mucho peor: además de los 212.853 casos, hemos pasado de 11.671 a 17.073 hospitalizados, lo que quiere decir que una de cada ocho camas hospitalarias está ocupada por alguien con clínica Covid. La subida es de un 46,28%.
Peor aún está la cosa en lo que respecta a las UCIs: el 14 de octubre había 1.652 camas ocupadas, hoy hay 2.368, una subida del 43,32% que implica que una de cada cuatro esté ocupada por un paciente Covid. Y eso teniendo un concepto muy amplio de lo que es una cama UCI, es decir, incluyendo reanimación, neonatos, y otras unidades que en condiciones normales no se habilitarían para el cuidado intensivo.
Aparte, quedan los muertos. Tengo la sensación de que nos hemos insensibilizado ante la cantidad de gente que muere cada día en este país por patologías derivadas del coronavirus. El ministerio de Sanidad ha notificado 2.053 fallecidos en estas dos semanas. Sí, han leído bien.
Y lo peor es que las cifras no están del todo actualizadas: las comunidades autónomas han informado durante este período de 2.203 y aún quedan bastantes pendientes de entrar en el acumulado. La media diaria está acercándose a los 160 diarios y pronto llegará a los 200, lo que implica 6.000 muertos en noviembre si todo va bien.
El problema es precisamente que las cosas no van bien. Es cierto que los datos de hoy miércoles nos dan un puntito de esperanza: la incidencia acumulada en 7 días ha bajado unas décimas, lo que indica que, quizá, la curva esté empezando a doblarse. La de 14 días sigue creciendo a toda velocidad, especialmente en Aragón, Cataluña, Melilla y Extremadura. Si consideramos el umbral de la alarma los 100 casos cada 100.000 habitantes, solo Canarias cumple.
Ahora bien, incluso doblando ese umbral, Baleares sería la única en unirse al club. 17 de las 19 CCAA tienen una incidencia por encima de 200, 15 por encima de 300, 12 por encima de 400 y así sucesivamente. Insisto, esto no son solo cifras, son personas que inician un proceso que derivará en determinado porcentaje en hospitalizaciones y fallecimientos en las próximas semanas. Un proceso que, ya iniciado, no podemos parar.
Como llevo diciendo desde finales de agosto, lo que podemos parar es su continuación en el tiempo, es decir, podemos evitar que los 6.000 muertos que habrá como mínimo en noviembre sean otros 6.000 en diciembre. El asunto es que no sabemos cómo. O sabemos cómo pero no nos atrevemos. Las medidas de mitigación o de contención sirven para eso, es decir, para contener.
Los ejemplos más claros son los de Aragón y Cataluña. Durante los primeros días de julio, ambas comunidades tuvieron rebrotes muy importantes que fueron aplacados con medidas muy similares a las que vemos en el nuevo estado de alarma: confinamientos quirúrgicos, limitaciones de aforo, prohibición de determinadas actividades.
Eso sirvió para bajar las incidencias a la mitad y mantenerse en una meseta durante dos o tres meses. No sirvió para erradicar la transmisión y al primer estornudo, Aragón ha subido de los 410 casos por 100.000 habitantes que tenía el miércoles 14 de octubre a los 940,4 que tiene hoy. Cataluña, en el mismo período, ha pasado de 263,4 a 656,9.
Con todo, y por ser prudentemente optimistas, parece que el número de positivos no se dispara como sí lo hizo la segunda semana de octubre en Francia, Italia, Reino Unido o Bélgica. Los nuevos casos comunicados hoy no llegan a 20.000 por los pelos. Puede que mañana o el viernes nos llevemos el susto y veamos 25.000 o 30.000, pero de momento no estamos en ese escenario. De momento.
En ello influye muchísimo que Madrid y Castilla-La Mancha, las dos zonas más afectadas en la primera ola, mantengan algo parecido al control si aceptamos unos 2.000 nuevos casos, 300 ingresos y 35-40 fallecidos diarios como sinónimo de normalidad. Es decisivo que Madrid mantenga esta dinámica y que no veamos brotes descontrolados de asintomáticos sin detectar en los próximos días. El cierre perimetral puede ayudar a que, si se da el caso, al menos el virus no se extienda por todo el país.
En resumen, lo que queda es la incertidumbre. Sabemos que la situación sanitaria se salva con un confinamiento severo pero también sabemos que ese confinamiento acabaría con una economía ya de por sí maltrecha. Es un cálculo que cada uno resuelve lo mejor que sabe y que creo que ninguno podríamos asumir desde una posición de responsabilidad.
La segunda ola parece relajarse en el resto de Europa, deteniendo un crecimiento que rozó lo exponencial durante buena parte de octubre. Es complicado que nosotros frenemos ya teniendo en cuenta que empezamos más tarde, pero visto lo visto casi firmamos los 20.000 casos de media y sus 250-300 fallecidos al día.
Lo inquietante es que no sabemos cómo bajar de ahí. O no, al menos, cómo bajar del todo. Tomás Pueyo recomendaba martillo y baile… pero nosotros hemos decidido ponernos a bailar sin mirar atrás en ningún momento. Bailar con este volumen de casos es arriesgado. Las consecuencias las conoceremos en breve.