Una cosa es la realidad y otra cosa es el relato. Si a cualquiera le preguntaran qué provincia se vio más afectada durante la primera ola de Covid en España, no tardaría ni dos segundos en contestar “Madrid”.
En efecto, la situación en Madrid fue horrible y su volumen en casos, hospitalizados y muertos es imposible de igualar porque partimos de una población enorme, la provincia más poblada de España con mucha diferencia.
Ahora bien, ese es el relato, esa es la historia oficiosa repetida mil veces en medios de comunicación y conversaciones de Zoom. Otra cosa es la realidad: la primera ola golpeó duro a Madrid (125 muertos por cada 100.000 habitantes hasta el 3 de mayo), pero más duro golpeó a Soria (126), Segovia (127), Cuenca (132) y, sobre todo, Ciudad Real (202 muertos por cada 100.000 habitantes, es decir, un 0,2% de la población total).
Nadie se acuerda de Ciudad Real como me temo que nadie se acordará de otros lugares cuando hablemos de esta segunda ola. Recordaremos, de nuevo, Madrid. Las broncas de Ayuso y Sánchez. El estado de alarma exclusivo. Las acusaciones de falsear datos por un lado y de cercenar libertades esenciales por el otro. Y, sin embargo, esta segunda ola no es una cosa madrileña.
Lo fue, de acuerdo, durante buena parte de agosto y septiembre, cuando Europa aún nadaba en la complacencia. Desde principios de octubre, son otras las comunidades que están sufriendo de lo lindo ante la indiferencia de la opinión pública, que no encuentra amigos ni enemigos de suficiente peso a los que apoyar o atacar en las tertulias televisivas o radiofónicas.
Abandonadas a su suerte, Extremadura, Galicia, Comunidad Valenciana, Aragón, Murcia, Andalucía o, de nuevo, las dos Castillas, no reciben la atención que merecen pese a la multitud de medidas a menudo desesperadas que han impuesto a sus ciudadanos.
Ahora bien, si la segunda ola se ha cebado en alguna zona geográfica de nuestro país, esa ha sido el norte. La situación de Navarra y La Rioja, al ser sostenida desde el verano (La Rioja también estuvo entre las más golpeadas por la primera, lo que pone un poco en entredicho la teoría de la “inmunización de grupo” para explicar la bajada de Madrid), más o menos nos la conocemos.
El 9 de octubre, fecha en la que el gobierno aprobó un estado de alarma a la medida para la capital de España, pues nadie más en ningún otro lado cumplía los requisitos marcados casi en exclusiva para Madrid, Navarra presentaba una incidencia a 14 días de 675,31 casos por 100.000 habitantes (más que Madrid, que ya llevaba dos semanas de intenso descenso) y La Rioja acumulaba 378,47.
Poco más de un mes después, y aunque Navarra superó los 1.100 y rozó los 1.200 a finales de octubre, las durísimas medidas impuestas por el gobierno navarro ha dejado la cosa en 751,59 según el último informe de Sanidad y con clara tendencia a la baja. Lo que eran 242 hospitalizados son ahora 331 (un 36,77%) y por el camino han fallecido 165 personas.
Algo parecido podemos decir de La Rioja. Su incidencia de 378,47 llegó hasta 803,7 este mismo lunes para empezar a bajar a lo largo de la semana hasta 785,7. El problema con La Rioja es que su escasa población hace que cualquier parámetro por habitante varíe mucho y que los números totales llamen poco la atención.
Ahora bien, las cifras de hospitalizados y de UCIs son terribles: de 82 hospitalizados totales se ha pasado a 174, más del doble. Las 18 camas UCI ocupadas son ahora 34, un 56,67% del total de camas disponibles, el porcentaje más alto de toda España y que nos invita a pensar que, contando las demás patologías, hace tiempo que el sistema hospitalario ha colapsado en la comunidad.
En cuanto a los fallecidos, desde el citado 9 de octubre van 80 en una población de 350.000 habitantes. Sería el equivalente a unos 11.000-12.000 en toda España.
Navarra y La Rioja ya serían ejemplos contundentes de cómo se ha cebado el virus en el norte. Podríamos hablar también de Burgos, cuya incidencia rozó la pasada semana los 1.300 casos por 100.000 habitantes y con tendencia al alza. O de Huesca (1.363), Palencia (988) y Zamora (1.053), pero sería extender mucho el foco.
Quedémonos con las tres comunidades del norte que más problemas parecen tener ahora mismo para controlar la pandemia, aunque sus evoluciones sean distintas: País Vasco, Cantabria y Asturias.
Empecemos por la comunidad vasca, que también tuvo a Guipúzcoa por encima de los 1.000 casos por 100.000 habitantes la semana pasada. Desde el 9 de octubre, la incidencia total se ha multiplicado por 3,29; su número de hospitalizados ha pasado de 463 a 830 (+79.26%), la ocupación en UCI ha subido de 54 a 121 (+124%) y se han registrado 304 defunciones.
País Vasco seguía subiendo a principios de esta semana pero por lo menos la evolución desde entonces ha sido positiva. Algo parecido se puede decir de Cantabria, región que consiguió contener al virus en la primera ola y que ahora se está viendo desbordada.
El 9 de octubre, la incidencia estaba en apenas 107,39 casos por 100.000 habitantes. Era la segunda comunidad con mejores números en ese sentido de todo el país, competía con Canarias por el primer puesto y prácticamente cumplía con el estándar de control epidémico de 100 casos por 100.000 habitantes marcado por la OMS.
Cinco semanas después, tan solo cinco semanas después, la incidencia está en 519,21. No llega a ser cinco veces la cifra original, pero por muy poco. Los hospitalizados han pasado de 45 a 202 (x4,49) y los críticos de 8 a 35 (x4,37). En todo septiembre, murieron 15 personas… desde entonces, lo han hecho 44.
Cantabria y País Vasco, insisto, mantienen una ligera tendencia semanal al alza, pero los datos del viernes fueron esperanzadores. No se puede decir lo mismo de Asturias.
El caso asturiano choca especialmente porque fue la gran anomalía de la primera ola y se intentó explicar desde mil ángulos distintos: empezaron antes a hacer tests, los hicieron en más número que en ningún otro lado (de hecho, siguen siendo la segunda comunidad que más tests hace por habitante, solo por detrás de… País Vasco) y mantuvieron todos los parámetros en cifras aceptables. Con las mismas medidas y los mismos responsables aplicándolas, la cosa se ha ido por completo de las manos.
El ejemplo asturiano es ideal para explicar que esto hay que pararlo a tiempo, que no se puede esperar. Asturias pasó un verano maravilloso pese a todo el turismo que les llegó encima.
El 4 de septiembre, presentaban una incidencia acumulada de 51,53 casos por 100.000 habitantes cada 14 días cuando la media nacional ya estaba por encima de 200. Todo perfecto, ¿verdad? Pues no. A las dos semanas, la incidencia había subido a 81,93. El famoso 9 de octubre estaba ya en 135,80. A partir de ahí, el horror.
Cinco semanas después, Asturias presenta una incidencia de 573,43, con un incremento semanal por encima del 20% y siendo la única comunidad junto a la valenciana que sigue subiendo día a día pese a todas las medidas impuestas. En unos dos meses, han multiplicado los contagios por diez.
En una población envejecida, eso ha tenido un impacto devastador sobre los hospitales: los 50 hospitalizados de mediados de septiembre pasaron a ser 136 a principios de octubre (ya de por sí preocupante) y son ahora 974. Hablamos de multiplicar casi por 20 en dos meses y por 7 en apenas cinco semanas.
Al igual que sucede en Cantabria, el crecimiento semanal sigue ahí: de viernes a viernes, Asturias aumentó su total de hospitalizados en un 23% y la ocupación de sus camas UCI un 24% hasta un total de 138 cuando el 9 de octubre eran 24. En cuanto a fallecidos, hablamos de 276 en estas cinco semanas cuando en las cinco anteriores se habían notificado 20. Sobre una población de un millón de habitantes, sería como si en este período hubieran muerto 13.000 personas en toda España.
El 2 de noviembre, Asturias pidió el confinamiento domiciliario pero el Gobierno central no lo consideró necesario. Probablemente, sea la única medida para evitar un aumento mayor aún de fallecidos, pero es verdad que choca con la decisión de mantener los actos de entrega de los Premios Princesa de Asturias apenas un par de semanas antes.
Desde ese 2 de noviembre han muerto 167 personas en el Principado (el equivalente a 7.515 en todo el país) y la prevalencia hospitalaria ha pasado de 595 a 974 ingresados. Los hospitales no dan para más y la tendencia, insisto, sigue siendo al alza. Dicen las autoridades que volverán a pedirlo cuantas veces haga falta. Bueno sería que empezaran a escucharles.