Aún estábamos a 17 de septiembre cuando Josep María Argimon, el epidemiólogo de referencia en la gestión de la Covid-19 en Cataluña, vaticinaba un aumento “leve” de casos a dos semanas vista.
Argimon es un especialista reputado y con gran predicamento entre sus colegas de profesión. Su gestión de la crisis de julio, con el cierre de la comarca del Segrià y varios confinamientos “quirúrgicos” acompañados de cribados masivos, había sido elogiada en distintos medios y, lo más importante, había funcionado.
A diferencia de lo que pasó en Aragón durante el mes de agosto y lo que le pasó a Madrid en el de septiembre, Cataluña se mantenía aún en esas postrimerías del verano en una incidencia razonable: 160,18 casos por 100.000 habitantes cada 14 días, una de las seis más bajas del país.
Es probable que Armingón supiera algo más pero no lo quisiera decir. Eso pasa a menudo porque esto no es una ciencia exacta. Intuyes que viene algo pero en realidad no lo ves, así que si alertas de algo invisible quedas como un alarmista.
El epidemiólogo vaticinó el aumento, pero, insisto, lo calificó como “leve” y lo asoció a la vuelta al colegio y a la actividad laboral. Todo parecía indicar una falsa alarma cuando pasaron las dos semanas y la incidencia incluso había bajado a 156,58.
Fue a partir de la tercera cuando todo empezó a ir mal… y no un poco mal, precisamente. El lunes 8 de octubre, la incidencia subía a 211,80. El 15, estaba ya en 288,14. El 22, cuatro semanas después de la previsión de Argimon, se había disparado a 444,70. Un perfecto ejemplo de lo que pasa con este virus cuando se descontrola: todo va bien hasta que aterrizas.
Una de las primeras medidas fue cerrar la restauración y la hostelería, un sector importantísimo en la economía catalana y que llevaba funcionando con restricciones severas desde mediados de julio.
El 14 de octubre, todos los bares y restaurantes de la comunidad autónoma tuvieron que echar el cierre pese al buen tiempo que aún reinaba en todo el país. La incidencia alcanzó su máximo el 3 de noviembre con 752,54 casos por 100.000 habitantes. En solo veinte días, los contagios se habían triplicado.
A partir de ahí, llegó una bajada vertiginosa que permitió la apertura de nuevo de bares y restaurantes el 23 de noviembre aunque fuera a medio gas, y la de centros comerciales el pasado lunes 14 de diciembre, también con limitaciones de aforo.
El problema es que, igual que tuvieron que pasar veinte días desde que se cerraron los bares y restaurantes hasta que se empezó a ver el efecto en la curva de infectados, veinte días han bastado también para que dicha curva vuelva a empinarse y esté en el filo del desbordamiento.
Como se puede observar en el gráfico superior, la primera señal de alarma la vimos durante la semana del puente de la Constitución (aunque el día 7 no fue festivo en Barcelona).
Pese a contar con un día laborable menos, el número de casos se mantuvo en una cantidad muy parecida al de la semana anterior. Eso indicaba que, después de un mes y pico de caída, Cataluña entraba en algo parecido a una meseta.
Ha sido justo esta pasada semana en la que hemos comprobado que tal meseta era en realidad un repunte. Del 11 al 17 de diciembre (últimos datos consolidados para la consejería de Salud) ha habido un aumento del 54,12% respecto a la semana anterior.
Aunque parte de esta subida puede tener que ver con algún tipo de atraso en la comunicación producto de los festivos, el porcentaje es demasiado grande como para no preocuparse.
La tendencia que observamos en los siguientes tres días aún con datos parciales no es tan preocupante, pero sigue indicando una subida, hasta el punto de que es muy probable que lleguemos a Nochebuena y Navidad con una incidencia cercana o incluso superior a los 300 casos por 100.000 habitantes, es decir, prácticamente los números que obligaron al cierre de la actividad hostelera en octubre y que sirvieron de base para una explosión inmediata que puede volver a repetirse en caso de que no se tomen medidas suficientes en estas fiestas.
De hecho, parece que los primeros que van a pagar el pato van a ser de nuevo los restauradores. Desde este mismo lunes, los bares y restaurantes solo pueden abrir para desayunos y comidas, en horarios muy restringidos de 7.30 a 9.30 y de 13.00 a 15.30, lo que ha provocado las consiguientes quejas del sector.
En principio, la medida será válida hasta el 11 de enero, pero las proyecciones no son buenas: conocidas son las relaciones de Cataluña con las Islas Baleares, donde la epidemia ha encontrado su epicentro en este inicio de una posible tercera ola.
No estaría de más, quizá, investigar la relación entre este brote tan fuerte en Baleares y el que está cebándose con Gales y buena parte del sur de Inglaterra, cortesía de la famosa cepa B.1.17. No hace tanto de las últimas vacaciones escolares en Inglaterra y sabido es que tanto en Baleares como en Canarias -las dos comunidades con mayor crecimiento en el último mes- las colonias inglesas son numerosas.
Aunque los casos parecen suavizar su escalada, algo que probablemente veamos en el resto del país estos días de calma antes de la actividad social puramente navideña, los ingresos hospitalarios empiezan ahora su cuesta arriba, con el retraso habitual que ya conocemos en los plazos de la pandemia por parámetro.
Afortunadamente, el incremento semanal ha empezado con un leve 7,53%, aunque la tendencia de los últimos tres días también es al alza, lo que probablemente nos coloque en cifras de hace tres-cuatro semanas.
Esto puede ser un verdadero problema si se confirma el repunte de Navidad, habitual por otro lado en otro tipo de coronavirus ya conocidos en enero y principios de febrero.
Curiosamente, ni Argimon ni su equipo han considerado necesario restringir aún más la movilidad, que será casi total dentro de Cataluña durante el período navideño. Tampoco se ha modificado la orden ministerial de permitir a familiares y allegados entrar y salir desde otras comunidades autónomas.
Las reuniones se han limitado a 6, excepto en los días 24, 25, 31, 1 y 6 de enero, que podrán ser de diez personas de dos grupos distintos de convivencia. Si es suficiente o no, en tres semanas lo sabremos.