El lunes 14 de diciembre de 2020 hubo 840 ingresos hospitalarios en toda España. En el total de esa semana entrante, 5.543. Era una consecuencia lógica de la bajada en el número de contagios que venía dándose desde finales de octubre y que se había invertido a principios de diciembre, anunciando lo que ya podía empezar a llamarse “tercera ola”, sobre todo en comunidades como Baleares o Madrid. Todo el mundo hablaba ya por entonces de una tercera ola, incluso las mismas autoridades que liberaban restricciones para las fechas navideñas.
Bastaba con rascar un poco en las cifras para advertir que dicha ola estaba empezando a formarse, poco a poco, con una transmisión comunitaria que volvía a dispararse en buena parte del país antes incluso de que nos reuniéramos para las fiestas. Esto ayudó a conformar un repunte que se ha parecido mucho más al de marzo de 2020 que al del octubre pasado.
¿Cuándo podremos dar dicha tercera ola por acabada? Ya comentábamos hace poco que son términos demasiado informativos como para buscar parámetros exactos con los que definirlos. De entrada, si esperas a una cifra o un umbral para decidir que estás ante lo que popularmente se llama una “ola” epidémica, lo más seguro es que para entonces ya sea imposible de controlar.
Las “olas” se tienen que detectar y detener cuando empiezan a formarse y no cuando llegan a la cresta. Esto es algo que es muy difícil de entender porque resulta poco intuitivo en la práctica: si todo parece ir bien, o al menos no demasiado mal, ¿por qué voy a tener que alertar a la población y movilizar recursos?
En ese mismo sentido, no es fácil determinar cuándo acaba una ola epidémica. Más que nada porque daría la sensación de que una vez dada la ola por terminada, ya empezaría algo distinto y eso, me temo, aún no se ha logrado. Vemos por todos lados que se liberan medidas pero muy lentamente, nada radical.
Sin necesidad de un calendario exhaustivo, vamos pasando por “fases” que incluyen aperturas de terrazas, el interior de algunos bares o restaurantes, y retrasos paulatinos en las horas de toque de queda. Cuando no son las autoridades correspondientes, son los tribunales los que consideran que no hay emergencia que justifique los recortes en las libertades individuales necesarios para luchar contra una pandemia.
De tener que buscar un dato objetivo, razonado, para decir “esto ya queda atrás, ya volvemos a esa base de contagios con la que hemos decidido convivir desde el pasado agosto”, lo normal sería pedir al menos que las cifras fueran las mismas que antes de la explosión. El mismo número de contagios y, con el tiempo, el mismo número de ingresos.
Volvamos, pues, a esa primera quincena de diciembre en la que las cosas se empezaron a complicar en términos de positivos detectados… aunque se redujeron al mínimo los ingresos hospitalarios. Desde aquel lunes 14 de diciembre, solo el siguiente lunes se bajó de los 1.000 ingresos diarios. De eso hace ya prácticamente dos meses.
Lo primero que hay que decir es que la incidencia de aquellos días está muy afectada por los festivos del puente de la Constitución, con lo que mejor sería atender a los primerísimos días del mes, antes de que los datos se llenaran de artefactos de notificación. Aunque la incidencia acumulada a 14 días llegaría a bajar hasta los 188,72 casos por 100.000 habitantes el 10 de diciembre, vamos a considerar como última cifra válida la del viernes 4 de diciembre, cuando nos quedamos en 231,11 y conseguimos bajar la IA en 7 días por debajo de 100 (98,56).
La última actualización del Ministerio, del 17 de febrero, nos indica que vamos en buena línea, pero que seguimos en 349,81 y 118,76 respectivamente. Es decir, que aún nos queda un poco, aunque pronto podríamos estancarnos en el corto plazo. Cuanto más tarde lo hagamos, mucho mejor.
De hecho, puede darse la paradoja de que deseemos que la tercera ola “no acabe”. Me explico: si entendemos las primeras tendencias ascendentes como parte de la ola, ¿por qué no hacer lo propio con el descenso final? Ese lento arrastrarse del agua hacia el final de la orilla. Hay que huir de las “mesetas” entre brotes o, al menos, hay que retrasarlas todo lo posible.
Las bajadas son tan fuertes, coincidentes con este “veranillo de febrero” y una ágil campaña de vacunación, que es probable que a finales de semana o principios de la siguiente a más tardar, bajemos de los 45.000 casos semanales, cifras que nos remiten de nuevo a lo mejor de diciembre. El asunto a partir de ahí, obviamente, es seguir bajando, aunque la relajación paulatina de medidas lo irá poniendo más complicado.
En cualquier caso, el número de casos puede bajar o subir por muchas razones, entre ellas cuántos tests se hagan y a quién se le hagan. El número de hospitalizados con el que empezaba este artículo me sigue pareciendo el más fiable. Hay que bajar de los 1.000 diarios, aunque sea de forma puntual y tras fin de semana. Este lunes 15 de febrero tuvimos 1.073, así que lo mismo nos encontramos con ese registro ya el lunes que viene.
De ahí a los 840 de mediados de diciembre solo hay un paso y nada hace indicar ningún repunte posterior. Estamos bajando muy rápido en número de casos y lo estamos haciendo en número de ingresos. Creo que es buen momento para ser ambiciosos e intentar acorralar al virus hasta una incidencia en torno a 100 en 14 días. No parece un disparate. Tampoco lo parece bajar de 500 ingresos diarios, aunque nunca hayamos visto cifras tan bajas desde que Sanidad empezó a dar datos de hospitales a finales de agosto.
Si somos constantes, estos objetivos pueden estar a unas tres semanas vista como mucho. Tres semanas. No es mucho pedir. Si mantenemos las cosas como están veinte días más, veremos un resultado esperanzador, sobre todo teniendo en cuenta que nadie descarta que a mediados de marzo pueda haber un ligero repunte que quizá devenga en una “cuarta ola” o quizá se quede como un último coletazo del virus tal y como lo hemos entendido en los últimos catorce meses.
Entonces, con esa transmisión ya dentro del umbral de alerta y con un número de ingresos asumible mientras se va dando de alta a los pacientes acumulados, quizá podamos decir “esto se ha acabado, hasta aquí llegó la tercera ola” y suspirar aliviados. Hacerlo antes parece un riesgo innecesario.
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