A pesar de la alta efectividad de las vacunas contra la Covid-19, hay un pequeño porcentaje de contagios incluso tras la inoculación de la pauta completa del suero. No hay que preocuparse: la verdadera importancia de las vacunas reside en la protección grupal, es decir, que aunque en una persona determinada no haya funcionado, ésta se encuentre protegida porque la mayoría de personas a su alrededor está inmunizada y sirve de barrera frente al virus.
Las vacunas de Pfizer-BioNTech y Moderna tienen una eficacia muy alta, superior al 90%. Las de AstraZeneca y Janssen la tienen algo inferior, cercana al 70%. Estas cifras se refieren a la probabilidad de no contagiarse de Covid-19 sintomático; en el porcentaje de personas que, aún vacunadas llegan a infectarse, la gran mayoría lo hace de forma leve, aunque tenga una alta carga viral.
Al igual que entre la población general hay personas con mayor riesgo de contagio de la enfermedad, entre las vacunadas también existen aquellas que pueden tener una probabilidad mayor de infectarse. "A día de hoy se está valorando la respuesta inmunitaria que se induce en distintas poblaciones: la gente mayor, que ha sufrido procesos de inmunosenescencia, tendrá una respuesta menos potente y, además, menos duradera", explica Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología.
Precisamente estas personas fueron las que se priorizaron en la estrategia nacional de vacunación y, "probablemente, tendremos que plantearnos revacunaciones en ellos". Actualmente, se están llevando a cabos estudios que determinen la duración y potencia de la respuesta inducida por las vacunas para valorar una posible dosis de recuerdo. En la segunda mitad del año esta cuestión debe quedar solventada.
Medicamentos que afectan al sistema inmune
El segundo grupo de personas más susceptibles de infectarse una vez vacunadas es más heterogéneo: el de aquellas personas con algún tipo de inmunodeficiencia, ya sea primaria o secundaria, esto es, causada por el tratamiento para una patología.
"Hay que tener en cuenta que cada día más población está sometida a tratamientos de base inmunológica", comenta López Hoyos. "Hay mucha gente que está tomando inmunosupresores para enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide. En general, son fármacos biológicos, pero también hay gente inmunosuprimida con corticoides, ácido micofenólico, metotrexato… Hay una gran cantidad de fármacos con capacidad inmunosupresora, porque muchas de las enfermedades crónicas que tratamos son inflamatorias, y al inhibir la respuesta inmunitaria para reducir la enfermedad es posible que también se inhiba, en cierto modo, la respuesta de la vacuna".
De hecho, estos son los pacientes que también han sido priorizados en la estrategia vacunal española aparte de la edad: personas sometidas a trasplantes de médula o de órganos sólidos, en hemodiálisis, en tratamiento con quimioterapia, etc. Según cálculos de la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas (Facme), son unas 350.000 personas, que se añadirían a los aproximadamente 12 millones de personas de más de 60 años que viven en nuestro país y que necesitarían vacunación de refuerzo.
El presidente de la Sociedad Española de Inmunología advierte, de todas formas, que es algo que está por determinar y para lo que se están realizando numerosos estudios en la actualidad. "No tenemos aún respuesta a la pregunta de quiénes tienen más riesgo de infectarse tras ser vacunados".
Considera, no obstante, que en personas adultas con buen estado de salud, es más que probable que la inmunidad generada por la vacunación dure más de un año, por lo que "la necesidad de vacunación no será tan importante; aunque esto, de momento, es una especulación".
Responder a la vacuna o no
Como en todo, y más en algo tan complicado como el cuerpo humano, las cosas no son blancas o negras. Hay personas que, pese a no estar en esos grupos de riesgo, pueden tener cierta probabilidad de enfermar, recuerda Rafael Ortí, presidente de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (Sempsph).
"Sabemos que hay personas que no se han vacunado en los plazos adecuados, o que no se preparó bien la vacuna o que, simplemente, no responden bien a la misma sin saber por qué", explica, basándose también en la experiencia previa con otras vacunas.
Además, hay otras personas que una enfermedad previa puede determinar un mayor riesgo de contagio. "Conozco el caso de una persona con síndrome de Tourette que se quitaba a menudo la mascarilla", recuerda Ortí.
De hecho, las recomendaciones que elaboró Facme sobre las enfermedades sobre las que se debía priorizar la vacunación incluían a otros pacientes que no se incorporaron a las directrices de la estrategia vacunal, como el trastorno mental grave, diabetes, obesidad o insuficiencia cardíaca.
La Sempsph elaboró previamente un documento donde clasificaba a los pacientes por riesgo alto, moderado o bajo de Covid grave. No se trataba únicamente de tener una enfermedad condicionante: una persona con dos enfermedades de riesgo moderado (pongamos, diabetes controlada y ser fumador activo) se consideraría también de alto riesgo. En principio, estas personas, aun vacunadas, entrarían en los grupos de mayor probabilidad para contagiarse.
Antes de poner el grito en el cielo, Ortí mantiene la calma y señala que lo primero será ver "en qué gente está fallando la vacuna; va a ser difícil de hacer, pero poco a poco iremos viendo en qué grupos de personas va fallando". Y eso solo lo puede decir el tiempo.