Quizá es ya un lugar común, pero no por ello hay que dejar de repetirlo: ninguna oleada del coronavirus SARS-CoV-2 es inofensiva, ni siquiera cuando la población vulnerable está vacunada casi al completo. Si la quinta ola demostraba que ningún grupo de edad estaba a salvo de las graves consecuencias de la Covid-19, su conclusión es similar a las anteriores: quienes la acaban pagando son las personas de mayor riesgo.
El relativo éxito de la cuarta ola permitía aventurar unos meses de periodos expansivos 'suaves' del coronavirus con unas tasas de hospitalización reducidas. La efectividad de la vacuna era tan alta que se nos olvidó un principio básico de la medicina: ningún tratamiento es eficaz al 100%. La explosión de casos de Covid-19 de finales de junio y principios de junio hizo el resto.
Ahora estamos en la fase de descenso de esta quinta oleada y podemos empezar a hacer recuentos: más de un millón de contagiados y 3.311 muertes. De estas últimas, 2.357 han ocurrido en agosto, mientras que el grueso de infecciones (casi el 70%) se dieron en julio.
Los datos facilitados por el Ministerio de Sanidad y el Instituto de Salud Carlos III nos permiten trazar un perfil de quiénes han sido las principales víctimas de esta oleada del virus. Aunque la tónica general es la misma, con el mayor número de fallecimientos entre los mayores de 60 años, hay ciertas características que la diferencian de otras olas pandémicas.
Por ejemplo, la inmensa mayoría de las defunciones ha sido en mayores de 80 años. La quinta ola no ha golpeado de manera proporcional al resto de franjas de edad, incluida la de entre 60 y 79 años. En esta realidad, distinta al resto de las oleadas anteriores, puede haber jugado un papel crucial el hecho de que los mayores de 80 fue el primer grupo en vacunarse según criterio de edad, por lo que la efectividad de la vacuna puede haber bajado después de varios meses.
Hay que tener en cuenta, además, que el ritmo de vacunación de los primeros meses del año fue muy distinto al que ha habido a partir de mayo. Así, ya había muchos mayores de 80 años vacunados en el primer trimestre del año, una parte de los cuales puede haber visto reducidas sus defensas en este tiempo, ya que, como indicaba recientemente la inmunóloga Yvelise Barrios a EL ESPAÑOL, "su sistema inmune es más frágil y las respuestas son menos vigorosas".
Así, según los datos del Carlos III, las muertes entre mayores de 80 años han superado las 1.700 entre el 23 de junio y el 24 de agosto (los informes que detallan las defunciones por edades se publican una vez por semana). En lo que llevamos de mes han sido más de 1.100 las defunciones en este grupo poblacional.
Hay otro detalle más que diferencia esta quinta ola de las anteriores. Si en el punto álgido de cada periodo expansivo había una diferencia notable entre hombres y mujeres en cuanto a las tasas de mortalidad, en esta ocasión es distinto. Hasta ahora, la mortalidad masculina era destacablemente superior. Ahora, es similar a la femenina, tan solo ligeramente por encima, advierte la gráfica del último informe del Instituto.
Estos datos son corroborados por el sistema MoMo, que vigila los excesos de mortalidad por todas las causas. El último periodo en que se detecta un exceso de mortalidad respecto a lo estimado comenzó el 19 de julio y todavía dura estamos en él.
Dicho periodo relata un exceso de 6.504 muertes respecto a la media de los últimos años, un 16% más de las esperadas. Estas se reparten en 3.376 para los hombres y 3.190 para las mujeres, exactamente el mismo porcentaje, 16%.
Además, el sistema advierte de que hubo un exceso de 5.231 muertes entre los mayores de 74 años, frente a las 870 de las personas entre 65 y 74, y las 499 muertes entre los menores de 64 años. El porcentaje de desviación respecto al exceso de mortalidad esperado en los individuos de la franja de edad superior es del 18%.
Los datos de excesos de muertes no coinciden con los fallecimientos notificados por Covid-19. Las razones de ello son múltiples y no tienen que deberse todas a la pandemia. Sin embargo, ésta puede impactar indirectamente en otras muertes no relacionadas con el coronavirus debido a, entre otras cosas, una mayor presión hospitalaria, el miedo a acudir al médico por el riesgo de contagio, el retraso en el diagnóstico y tratamiento de algunas enfermedades, etc.
Vuelven las muertes a las residencias
La gran tragedia de la pandemia, sin discusión ninguna, fueron los estragos que el coronavirus causó en las residencias entre marzo y abril de 2020, dos meses que parecieron durar años. La cifra oficial se situó en 20.286 fallecimientos.
Por eso, la estrategia vacunal priorizó a los usuarios de centros sociosanitarios y a sus trabajadores. Los datos reportados por el Imserso reflejaban una curva aplanada de contagios y muertes desde principios de marzo, cuando la gran mayoría de individuos en residencias ya estaba vacunada.
Nadie esperaba que la curva de contagios, y consecuentemente la de muertes, volviera a elevarse, pero así ha sido. Desde principios de julio se han detectado 6.961 casos. El número de fallecimientos se ha elevado hasta 578, con sus máximas cotas en las dos últimas semanas: 170 y 166 muertes. Hasta que la curva vuelva a aplanarse todavía pasarán unas semanas.
La principal lección de la quinta ola ha sido la de que las vacunas por sí solas no acabarán con la pandemia. Los expertos no han parado de advertirlo y hemos visto las consecuencias de la relajación de medidas.
Probablemente, esta no será la última ola que vivamos. Algunos especialistas avisan de que la vuelta a las aulas este año no será como la del anterior, que no debemos confiar en los éxitos pasados sin más y hay que estar atentos al nuevo panorama abierto por la variante Delta. Puede que no podamos evitar nuevas oleadas pero sí que podemos prevenir sus nefastas consecuencias.
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