Desde hace años se han realizado diversas investigaciones que han relacionado la luz de las pantallas con mala calidad del sueño, dado que parece tener algún tipo de efecto nocivo a nivel del ritmo circadiano, y motivo por el cual se desaconseja su uso en la cama o previamente al inicio del sueño nocturno.
Ahora, un nuevo estudio llevado a cabo por la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad de Nortwestern, y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, ha ido un poco más allá, analizando los efectos de domir en una habitación moderadamente iluminada. Y no, no es buena idea.
Aunque la tecnología avance, el cuerpo humano data de la edad de piedra, y se rige por los mismos ritmos que antaño. El más importante de ellos es el ritmo circadiano o de sueño-vigilia, que nos obliga a dormir cada noche y a mantenernos despiertos durante el día, siempre y cuando no se vea alterado.
El exceso de luz a deshoras es una clara y conocida alteración del ritmo circadiano, y las pantallas de los dispositivos electrónicos han demostrado perjudicarlo, acarreando diversas consecuencias para la salud: desde aumento del riesgo de cáncer hasta enfermedades cardíacas o aumento del riesgo de sufrir obesidad.
En este nuevo estudio se ha analizado cómo respondería el cuerpo humano a la exposición a una luz nocturna moderada, dado que hay menos información respecto a esta exposición continuada, más allá de la mencionada alteración por uso de pantallas previamente al sueño. En estudios previos ya se habría sugerido que habría relación entre los niveles de luz del dormitorio y problemas de salud como la diabetes o la obesidad, aunque dichos estudios eran observacionales y no experimentales.
En este caso, el nuevo trabajo reclutó a 20 adultos jóvenes sanos y los dividió en dos grupos: un grupo pasó dos noches consecutivas en un laboratorio del sueño con luz tenue (menos de tres lux), y el otro grupo pasó una noche con luz tenue y una segunda noche con niveles de luz moderados (100 lux).
Según Daniela Grimaldi, coautora del estudio, se detectó un aumento de la freciencia cardíaca en los participantes expuestos a la luz más brillante durante el sueño. Este mayor extrés, explica, podría ocasionar perjuicios en la salud cardiometabólica a largo plazo: aunque se esté durmiendo, el sistema nervioso autónomo sigue activo, y eso no es nada beneficioso. Lo habitual sería reducir la frecuencia cardíaca durante la noche y no al revés.
Así mismo, también se objetivó una mayor resistencia a la insulina en los participantes la mañana después de dormir bajo una luz moderada, algo que ofrecería pistas respecto a los estudios observacionales que relacionaban la exposición a luz nocturna con un aumento del riesgo de diabetes.
Sin embargo, a pesar de estos cambios cardiometabólicos objetivables, cabe destacar que los participantes no informaron de diferencias subjetivas en la calidad del sueño: no notaron las diferencias entre la exposición a un tipo de luz u otra, al menos subjetivamente. Tampoco hubo diferencias en la secreción de melatonina respecto a los diferentes tipos de luz.
No hubo un sueño más fragmentado en el grupo expuesto a luz britallente, aunque sí se objetivaron cambios en las etapas del sueño, con un menor porcentaje de ondas de sueño lentas y sueño REM en el caso de la exposición a luz moderada.
Así pues, y aunque los investigadores son conscientes de que el estudio es pequeño, sus hallazgos demostrarían que la exposición a la luz durante la noche sí produce cambios fisiológicos cuyos efectos se objetivarían a largo plazo y no de forma inmediata. Por dicho motivo, aconsejan mantener las luces nocturnas lo más tenues posibles y cerca del sueño, además de evitar la exposición a luz blanca o azul, más estimulantes que las luces anaranjadas.