Se trata de uno de los debates sociológicos recurrentes. Una parte de la sociedad generalmente ajena a un fenómeno achaca a ese mismo fenómeno un comportamiento antisocial. Ha pasado con los videojuegos, las series o las películas violentas, presuntamente culpables de que niños y adolescentes indefensos se conviertan en unas máquinas sedientas de sangre. Ahora le toca el turno a la pornografía. Sin embargo, las investigaciones no han hallado un vínculo claro entre el consumo de vídeos de sexo explícito y las agresiones sexuales.
La proposición de ley registrada por el PSOE para abolir la prostitución ha incluido un artículo referido a las producciones audiovisuales de carácter pornográfico, que quedarían prohibidas tal y como está redactado en la actualidad.
De hecho, la secretaria de Igualdad de los socialistas, Andrea Fernández, indicaba en una entrevista con EL ESPAÑOL de 2019 que "hay que actuar contra la pornografía, porque es un ámbito sobre el que apenas se ha trabajado y es lo que está educando manadas". La ciencia, en cambio, no apoya esa afirmación.
Que nadie se sienta extrañado: es muy difícil asociar la exposición a un producto audiovisual a algo tan complejo como el comportamiento humano. El laboratorio, un entorno que busca eliminar las infinitas variables de la vida real para relacionar inequívocamente una causa con su efecto, es engañoso cuando hablamos de la conducta de las personas.
Por ejemplo, son muchos los estudios que tratan de medir cierta respuesta de una persona tras la exposición a un contenido determinado. Se ha hecho con los videojuegos, las series violentas y la pornografía, con unos resultados parecidos: la agresividad de un individuo era mayor tras la exposición. Pero hay un problema: se trata, por lo general, de una respuesta inmediata que no dura en el tiempo.
La oportunidad de no hacer daño
Además, se trata de una respuesta fomentada por los investigadores. Por ejemplo, en un estudio en que se les decía a los participantes masculinos que acaban de ver un video pornográfico que aplicaran descargas eléctricas a una mujer, aplicaban una descarga mayor.
Sin embargo, como señaló William Fisher, profesor de Psicología en la Universidad Western Ontario, en Canadá, si a los mismos hombres se les ofrecía la posibilidad de una respuesta no agresiva, ninguno de los participantes optaba por aplicar una descarga eléctrica.
Fisher, experto en el estudio del comportamiento sexual, intervino en 2017 ante la Comisión Permanente de Salud del Congreso canadiense para hablar de la relación entre pornografía y comportamientos sexualmente violentos. Su conclusión fue que no hay tal relación.
Por ejemplo, estudios con delincuentes sexuales convictos hallaron un consumo menor de pornografía que el grupo de comparación. Un trabajo de 1985 sobre una muestra de 259 criminales sexuales concluyó que solo el 1% había cometido la agresión influido por la pornografía. Uno de 1988 mostró que estos delincuentes no tenían una exposición más temprana o inusual a la pornografía que las personas no condenadas por estos crímenes.
Es más, entre los países industrializados, Japón es el que más pornografía relacionada con violaciones, pero también de los que menos tasas de violaciones reportan. Tampoco se ha vivido un aumento del número de agresiones sexuales tras legalizar la pornografía. Dinamarca, Suecia y la República Federal Alemana lo hicieron entre finales de los años 60 y principios de los 70. Dos décadas después no habían vivido un cambio de tendencia en los crímenes sexuales.
Correlación y causalidad
Ni siquiera la mayor disponibilidad de contenidos pornográficos que llegó con la explosión de internet ha modificado las tasas de agresiones sexuales. Al contrario: encuestas realizadas en Estados Unidos revelan actitudes más igualitarias hacia las mujeres en aquellos hombres que afirmaban consumir porno que en aquellos que decían no hacerlo.
Muchos defensores de la relación entre pornografía y las agresiones sexuales indican que ha sido la popularización del 'porno gratis' de los últimos años lo que puede marcar la diferencia respecto al pasado. Sin embargo, un meta-análisis publicado en 2020 indica que "la pornografia violenta se correlaciona débilmente con las agresiones sexuales". Incluso, hay estudios a nivel poblacional que sugieren que la cada vez mayor disponibilidad de pornografía se asocia con una reducción de las agresiones.
Otro trabajo más, esta vez de 2017, incidía en que no era la frecuencia de consumo de pornogafía sino la modalidad de porno lo que podría relacionarse con comportamientos sexualmente coercitivos (que no agresiones sexuales), algo que ya advertía uno anterior de 2011: mientras que la pornografía en general no se asociaba con comportamientos agresivos, la pornografía violenta sí lo hacía.
El problema con este y otros trabajos del estilo es un clásico de la ciencia: correlación no implica causalidad. La mayoría de estudios de este tipo se basan en encuestas donde se pregunta a los participantes sobre su exposición a la pornografía y su comportamiento sexual. Que una persona vea pornografía violenta y sea agresiva sexualmente no quiere decir que la causa de su agresividad sea la pornografía.
Volviendo nuevamente al informe de William Fisher ante los diputados canadienses: "Hombres con un impulso sexual más fuerte informan de un mayor uso de material sexualmente violento y de un comportamiento sexualmente más agresivo". Es decir, que puede haber una tercera causa que explique ambas cosas.
"Incluso, cuando predecimos, de forma estadística, el comportamiento sexualmente agresivo sobre la base del impulso sexual, el uso de la pornografía y las características de la personalidad preexistentes, es la combinación del impulso sexual y de las características de la personalidad la que predice los comportamientos sexualmente agresivos, y el consumo de pornografía no juega aquí ningún papel", concluía.