A pesar de que Japón se encuentra a miles de kilómetros de España y que sus culturas son muy diferentes, estos dos países tienen más en común de lo que creemos. Uno de estos aspectos es que ambos se encuentran a la cabeza de dos ránquines: el de países con mayor esperanza de vida al nacer y el de países que más cantidad de pescado consumen cada año. De hecho, es posible que la clave de nuestra longevidad compartida se encuentre en lo que comemos.
Las dietas mediterránea y japonesa se han relacionado en múltiples estudios con un menor riesgo de mortalidad y se consideran un modelo a seguir en todo el mundo. Ahora bien, estas dos formas de alimentarse están en peligro porque en los países en los que se practican cada vez es más común la dieta de tipo occidental. Es decir, en la que se abusa de las carnes rojas, de los alimentos ultraprocesados y azucarados. Al contrario que las dietas tradicionales, estas se asocian a un mayor riesgo de enfermedades.
Por esta razón, españoles y japoneses deberíamos conectar más con la dieta tradicional de nuestros países para vivir con más calidad. Además, podemos aprender una cultura de la otra para adoptar los aspectos más beneficiosos. En este sentido, los españoles tenemos muchas cosas que conocer de la alimentación en Japón: a pesar de lo que muchos piensan, la comida de este país va mucho más allá del sushi. Comer como un japonés puede ayudarnos a mejorar nuestra salud y también a perder peso.
A continuación, cuatro características de la dieta japonesa que la hacen muy saludable:
Sus alimentos tradicionales
La comida tradicional de Japón está basada en alimentos tan saludables como las frutas, las verduras, las legumbres, los cereales y los pescados. Estos grupos de alimentos son muy similares a los que caracterizan a la dieta mediterránea más tradicional y, por eso, ambas dietas tienen beneficios en común, como un menor riesgo cardiovascular.
Esto se debe a que estos productos vegetales aportan una gran cantidad de fibra, que es capaz de reducir el azúcar y el colesterol en la sangre, y grasas cardiosaludables provenientes de los pescados. La grasa proveniente de mamíferos y de aves es menos frecuente y utilizan varios alimentos fermentados.
Menos sal y azúcar
En la cocina de un occidental nunca falta el salero y el azucarero para corregir los sabores de los platos que preparamos. Los japoneses, sin embargo, suelen poner en sus comidas condimentos muy potentes, pero que no están basados en ninguno de estos dos productos. Por lo tanto, no tienen los mismos riesgos para la salud asociados.
La sal es un ingrediente cuyo consumo excesivo se relaciona con la hipertensión y el azúcar es capaz de aumentar los niveles de glucosa en sangre muy rápido, aumentando el riesgo de obesidad y de desarrollar diabetes tipo 2. Estas tres condiciones son conocidas como factores de riesgo de las enfermedades cardiovasculares.
Pequeñas cantidades
Una de las características de la dieta japonesa es que se suele ofrecer una mayor diversidad de platos, pero en cantidades más pequeñas de lo que estamos acostumbrados en España. Aunque depende de cada hogar, en nuestro país solemos tomar tres platos por comida de un tamaño muy superior y tenemos por costumbre no dejar nada en él.
Comer más platos, pero de menor tamaño puede hacer que nos resulte más fácil ajustarnos a la cantidad que realmente necesitamos para nutrirnos sin llegar a pasarnos de calorías. Si comemos habitualmente hasta que no podemos más, tendremos un mayor riesgo de superar el número diario recomendado de calorías y, como consecuencia, engordar.
Cocciones saludables
Aunque en España la cocina es muy saludable —principalmente, por el empleo de aceite de oliva—, una buena cantidad de nuestros platos más populares están fritos en abundante grasa a altas temperaturas. Los japoneses también fríen algunos de los alimentos que cocinan, pero en su caso es poco frecuente.
Otra de las características positivas de la cocina japonesa tradicional es que la mayoría de los alimentos se preparan al vapor o a fuego lento. Ambos tipos de cocción se relacionan con un contenido inferior de grasas, pero también con una menor cantidad de sustancias peligrosas para la salud generadas por la exposición a altas temperaturas.