La altura siempre ha estado relacionada con los cánones de belleza. Sin embargo, con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que esto es algo subjetivo y que sólo responde al imperativo social. Lo que sí se ha demostrado es que la estatura tiene relación con el desarrollo de ciertas enfermedades, ya que ser más alto puede ser un 'salvavidas' para el corazón, pero también un factor de riesgo para desarrollar cáncer, por ejemplo.
Así lo ha constatado un estudio publicado en PLOS Genetics y que es, además, la mayor investigación sobre el tema hasta la fecha, pues la muestra en la que ha basado sus resultados está compuesta por datos genéticos de más de 250.000 personas y han analizado más de 1.000 condiciones y rasgos.
Lo dicho. Ser alto no es mejor que ser bajo, ni para cuestiones estéticas ni para la salud, ya que ambas estaturas se han asociado con factores de riesgo para diversas dolencias. Entre los pros de tener una mayor altura se encuentran un menor peligro de desarrollar enfermedades coronarias, problemas de presión arterial o niveles de colesterol altos.
Sin embargo, la investigación concluyó que ser alto entraña una mayor amenaza de aparición de fibrilación articular, un tipo de arritmia; neuropatía periférica, daños en los nervios que causan debilidad, entumecimiento y dolor en manos y pies; infecciones en la piel y huesos y varices.
"Hemos encontrado pruebas de que la estatura de los adultos puede influir en más de 100 rasgos clínicos, incluidas varias afecciones asociadas a resultados y calidad de vida deficientes", sentencia el autor principal de la investigación, Sridharan Raghavan, especializado en estudios sobre la diabetes, obesidad y enfermedades coronarias en el Rocky Mountain Regional VA Medical Center (Colorado, Estados Unidos).
Las conclusiones de Raghavan van en la línea de trabajos anteriores que habían encontrado también una relación entre la altura y la predisposición a ciertas enfermedades.
Riesgo de cáncer
En el caso de la gente alta, el debate ha girado en torno a un posible incremento del desarrollo de cáncer. En este sentido, una de las publicaciones con más repercusión se hizo en 2011 en The Lancet Oncology. Al parecer, se observó que, por cada 10 centímetros por encima de los 153 de estatura, el riesgo relativo de padecerlo aumenta un 16%.
Realizada por un equipo de la Universidad de Oxford, los resultados se basaron en un seguimiento de 10 años a 1,3 millones de mujeres del Reino Unido. En ellas, se registró una incidencia de 97.376 casos, entre los que primaba el cáncer rectal, de colon, de mama, melanoma maligno, útero, ovario, riñón, linfoma del sistema nervioso central, linfoma no Hodgkin y leucemia.
La intención de este estudio era comprobar si la altura tenía una relación con el cáncer, como habían apuntado líneas de investigación anteriores, o si, en cambio, los resultados obtenidos por esos trabajos se habían visto influenciados por la situación social y económica de los participantes, su índice de masa corporal o malos hábitos, como la ingesta de alcohol o fumar.
Jane Green, epidemióloga de la Universidad de Oxford y autora principal del estudio, se mostró muy tajante al respecto: los resultados no variaban teniendo en cuenta aquellos factores y sólo en el caso de los no fumadores la incidencia de cáncer era significativamente menor.
Emilio Alba, presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), sin embargo, pedía observar los datos con cautela. Según él, ser más alto puede ser un factor más, pero no se puede establecer una relación causal entre cáncer y altura.
La pregunta es ¿por qué ser alto puede ser un factor para el desarrollo de cáncer? A esto también han intentado contestar varias investigaciones y, de entre todas ellas, se ha llegado a dos grandes hipótesis.
El factor nutrición
Por un lado, está la posibilidad de la nutrición. Eso es lo que expuso un trabajo publicado en The Lancet Diabetes & Endocrinology en 2016 y que relacionó ser alto con tener menos riesgo de padecer diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares y una mayor amenaza de desarrollar cáncer.
"Los datos muestran que, por cada 6,5 centímetros, el peligro de morir de una enfermedad cardiovascular disminuye un 6%, pero la posibilidad de padecer cáncer se incrementa un 4 %", sentenciaba Matthias Schulze, epidemiólogo molecular del German Institute of Human Nutrition y autor principal del estudio.
Según él, el incremento de la altura está relacionado con el consumo de productos de alto contenido calórico y ricos en proteína animal, una dieta que influye positivamente en el metabolismo de los lípidos, lo que disminuye el riesgo de diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, excitar la hormona del crecimiento tiene como contrapartida posibles efectos negativos en la IGF, una proteína que contribuye al crecimiento. Concretamente, una sobreestimulación de la IGF-1 se ha asociado con la activación del crecimiento de células cancerígenas.
Mientras, la otra hipótesis que relaciona la altura con un mayor incremento de cáncer tiene que ver con el número de células. Así lo defendió el biólogo evolutivo de la Universidad de California en Riverside Leonard Nunney.
Según su trabajo, publicado en The Royal Society Publising, el riesgo de padecer cáncer aumentaba un 10% por cada 10 cm de altura, un porcentaje muy similar a los ofrecidos anteriormente.
El factor células
En base a su teoría, la causa de esta relación podría explicarse con el hecho de que una mayor altura acarrea tener un número más grande de células, por lo que es posible que se produzcan más divisiones celulares a lo largo de la vida, lo que, a su vez, incrementa el riesgo de que alguna escape de control y se empiece a reproducir anómalamente en forma de cáncer.
Pero, ojo, que no todo va a ser 'mal de altura'. Tal y como detalla la investigación que nos atañe, ser una persona baja también tiene sus contingencias y estos tampoco han pasado inadvertidos.
Al ya mencionado incremento de enfermedades cardiovasculares, algo que confirmó un trabajo publicado en New England Journal of Medicine, se suma el peligro de sufrir un accidente cerebrovascular.
Esta conexión fue publicada en la revista Stroke, que concluyó que medir entre cinco o siete centímetros menos que la media incrementa las posibilidades de sufrir un ictus en un 11%.
En este caso, los investigadores no pudieron llegar a los mecanismos de la relación, pero sí llegaron a un factor determinante, la persona tenía que haber medido poco en la infancia. Es decir, si a los siete años, un niño está por debajo de la media, tiene más posibilidades de sufrir el ictus de adulto.