A las puertas del recinto ferial un hombre espera a Mark Zuckerberg, una de las estrellas del pasado Mobile World Congress 2016, con un cartel. "El móvil puede eliminar el sinhogarismo", reza. Y pide tres minutos con el CEO de Facebook para explicar su proyecto. Durante el mayor evento de móviles a nivel mundial, que en esta edición acogía a más de 100.000 asistentes, Barcelona hierve de directivos trajeados, taxis en fila y manifestaciones, que también las hubo.
Aunque se le vea en fotos haciendo footing por Barcelona, Zuckerberg no utiliza la puerta principal que usan la mayoría de asistentes. Al menos Andrew Funk no lo ve en el tiempo que estuvo allí plantado, y no consigue esos tres minutos.
¿Para qué hablar con Zuckeberg? "Él quiere que todo el mundo esté conectado [la iniciativa de Facebook 'Free Basics' pretende llevar Internet, aunque restringido, a regiones sin conexión] y en el primer mundo hay mucha gente que está desconectada", se refiere Funk a parte de las personas que están sin hogar. "El móvil es como su cordón umbilical con la sociedad", afirma, explicando que puede actuar como el último vínculo que les ata a la sociedad.
Funk está embarcado en el proyecto 'Homeless Entrepreneur' y actualmente trabaja con Marcos, para que este barcelonés de 40 años se reintegre en la sociedad. Y en esto el móvil resulta muy útil, entre otras cosas para que Marcos se pueda comunicar con Funk.
Comunicación con otros entornos, el escape
Manuel, que no se llama así, tiene 21 años. Llegó a Madrid para buscar trabajo, pero las cosas no salieron como esperaba. Ha vivido en albergues durante varios meses. En medio de un ambiente depresivo había algo sencillo que le daba ánimos. "Tengo una amistad en Nueva York. Esta persona sabe toda mi situación y me ayudó muchísimo el poder enviarle un WhatsApp por la noche y hablar con ella".
Ahora Manuel está en un piso compartido, bajo el proyecto Jóvenes sin hogar, de Rais Fundación, que trabaja con personas sin hogar, y la Fundación Tomillo, especializada en iniciativas sociales. Almudena Uceda, educadora social de la primera organización, habla sobre el móvil en la misma línea: "Puede ser una ventana hacia el mundo, para estar en contacto con entornos más normalizados".
Uceda comenta casos de gente que ha mejorado su relación con familiares gracias a la comunicación a través de un smartphone. De una persona cuenta que su sobrina fue madre hace unos años y a través de WhatsApp le envió unas fotos. "Empiezas por 'a ver si conoces a mi niña' y a partir de ahí ya tienes una excusa para establecer más contacto", apunta la educadora social.
Los ojos de Manuel están nerviosos hasta que arranca a hablar. Tiene la sonrisa diáfana y abrupta, la voz catalana, las manos ágiles y las cosas, claras. Su intención era salir del círculo cerrado en el que se acaban convirtiendo los albergues. "A mí el móvil me ha ayudado en el sentido de que yo estaba allí, en un entorno complicado, pero a través del móvil podía seguir en contacto con otra gente, podía evadirme de la realidad que me estaba envolviendo", apunta. Si en los últimos años cada vez es más popular la expresión "desconectar del móvil", para Manuel era al revés: "Te conectas para desconectar".
Una de las cosas que más le llamó la atención en los albergues es que en la mayoría había WiFi. Aparte de WhatsApp usaba Facebook. Manuel dice que usaba esta red social para ver lo que ha pasado, lo que hacen los amigos, y afirma que le servía para despegarse de su realidad.
Hoy usa también Google Drive, para anotar ideas – le gusta escribir, y dirige una compañía de teatro–. Anda envuelto en proyectos de corte solidario mientras busca trabajo con aplicaciones como Job Today, InfoJobs o Mil Anuncios.
En la calle es diferente
Aunque tiene nombre de príncipe ruso, Nikolai es de Rumania y su trono es un banco soleado. Lleva dos meses en la calle. Con la garganta esclava de un catarro perpetuo hace la zona de San Bernardo, zapateando de arriba abajo. Si toma confianza es capaz de sacar su armónica y tocar algunas melodías de su país. Según Rais Fundación, hay entre 800 y 900 personas en Madrid que viven como él, mientras que las sin hogar se elevan a unas 2.000.
Nikolai también sonríe. Lo hace cuando se jacta de tener papeles, por si se los pidieran (lleva 15 años en España) o cuando habla de la armónica (no la que tiene en las manos, esta es de los chinos, sino la armónica en general, como instrumento). La toca desde que era así –pone una mano de albañil a un metro de altura– y siempre la lleva consigo. Vive con una mochila desinflada. Todas las posesiones que se le intuyen son su ropa, su armadura de chupa de cuero y una gorra. "Armónica, teléfono, documentos", repite alardeando de dentadura. Esto sí que es lo básico.
Rebusca en su chupa y saca un Nokia con teclado, sin Internet, claro. No lo usa porque no tiene dinero. No tiene dinero para recargar y no tiene dinero para llamar. No tiene dinero para nada. Y sin dinero, entre otras muchas cosas, no hay conectividad.
"Es costoso tener el teléfono", comenta Uceda, de Rais. "Porque, a veces, o no tienes dinero para recargar o en la biblioteca no puedes cargarlo ese día". Ella trabaja directamente con Álvaro, de 29 años, que ha pasado seis en la calle. Por los albergues no pisaba. "Hay mucha gentuza", dice con acidez. Ahora está dentro del programa Hábitat, de Rais, que le proporciona una vivienda con apoyo.
Después de dormir en Moncloa, en el aeropuerto, luego en el Parque Berlín y hasta en un coche en la estación de Chamartín, Álvaro vivió en Colón, antes de que se hiciera la reforma del teatro, "bajo la cascada que antes no estaba", con otras 10 ó 15 personas. En esa época cargaba el móvil –cuando tenía– en la Biblioteca Nacional.
Solía gastar una BlackBerry, aunque ahora tiene un Sony Xperia, demasiado lento y que no tiene memoria para abrir muchas aplicaciones. Lo utiliza para llamar. "Bueno, para que me llamen. Yo no llamo a nadie", corrige inmediatamente. Aunque reniega del móvil, Álvaro se sabe todos los trucos para conseguir WiFi gratis, desde las bibliotecas municipales hasta la tienda de Apple en Sol ("Cuando cierran te quedas fuera, que no hay nadie, y el WiFi está más libre"). El del McDonalds va lento y en los quioscos es imposible conectarse. En el aeropuerto solo dan media hora al día por cada correo, "un coñazo".
Cuando estaba en la calle usaba el móvil para escuchar música –siempre ha pagado su tarifa de datos–, el WhatsApp, para comunicarse, aunque "luego te empiezan a meter en los grupitos esos, que acabas teniendo 500 mensajes", comenta exagerando su fastidio. En el móvil no utiliza otras redes sociales "porque me consumen mucha memoria, se sobrecarga la CPU".
En la última encuesta que realizó el INE, en 2012, el número de personas sin hogar en España se estimó en casi 23.000. Según Almudena Uceda, prácticamente todas ellas tienen móvil, aunque en su mayoría no son smartphones. Y el uso que hacen de él es irregular, pues no es fácil mantenerlo porque a veces lo pierden o se lo roban.
"A una persona que esté en la calle, tener un teléfono no le va a hacer salir o no", señala Uceda. "Pero sí ayuda para informarse sobre recursos, para estar más en contacto con los equipos que trabajan con ellos. Cuando una persona deja de estar en el parque donde duerme, el teléfono te ayuda a estar en contacto con esa persona".
Funk va más allá. Habla propiamente del smartphone como un factor clave. La sociedad se ha vuelto digital y el no tener uno de estos dispositivos contribuye a la brecha. "Por desgracia o no, sin internet y sin el móvil la vida va un poco más lenta", apunta Funk. Lenta como el móvil de Álvaro o como los tañidos que la armónica de Nikola arranca al viento de primavera. Al menos ya no hace frío.