Al vivir en la costa hawaiana, uno espera disfrutar de las maravillosas vistas al mar y de una brisa ligera y refrescante que embarga los sentidos. Los habitantes de Kauai, una de las principales islas del famoso archipiélago estadounidense, lo hacían. Estaban poco menos que en el paraíso hasta que cierto joven multimillonario vino a aguarles la fiesta.
En 2014, el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, compró un terreno de casi 300 hectáreas al noroeste de la isla, en primera línea de playa, por más de 100 millones de dólares (unos 90 millones de euros al cambio actual). Nada más comprobar que el magnate hacía y deshacía a su antojo para mantenerse lejos de miradas indiscretas, los vecinos comenzaron a ponerse nerviosos.
La última y más sonada polémica que el empresario ha protagonizado en tan idílico lugar gira en torno a un muro: la barrera de casi dos metros de altura que está levantando alrededor de su extensa propiedad y que ha privado a los antiguos residentes de algunos de sus placeres más mundanos.
"La sensación es verdaderamente opresiva", ha asegurado un habitante de la zona al periódico local The Garden Island. "Es muy triste que alguien pueda aparecer de repente, comprar un enorme terreno y, nada más llegar, cortar las vistas de las que ha disfrutado la comunidad durante años". Por no hablar de la brisa marítima que ya no llega a sus viviendas, más modestas.
Oficialmente, la función de semejante parapeto es impedir que el ruido de los coches que circulan por las carreteras y autovías cercanas llegue hasta la residencia de Zuckerberg. Sin embargo, no es la primera vez que este multimillonario puntocom toma medidas para aislarse y preservar su intimidad.
Mientras tanto, el negocio de Facebook se basa en vender una publicidad personalizada hasta el extremo, con anuncios dirigidos a una audiencia que se puede segmentar con precisión milimétrica gracias a la inmensa cantidad de datos que generan los más de 1.600 millones de usuarios de la red social. En ocasiones, dicha información se recaba por vías que muchos consideran invasivas. Sin embargo, el máximo responsable de la compañía parece ser un defensor acérrimo de la privacidad. Al menos, de la suya.
Y no se trata sólo de que tape la cámara de su ordenador y de capar el micrófono del mismo, como se ha podido comprobar en una foto reciente.
Sobre el secretismo de los magnates de la tecnología se ha escrito de todo, aunque los aludidos casi siempre niegan la mayor. Que exigen a los albañiles, fontaneros y electricistas que trabajan en sus mansiones que firmen un acuerdo de confidencialidad, que instalan los sistemas de seguridad más avanzados y contratan irrespetuosos guardaespaldas para evitar que sus intimidades salgan a la luz, que compran las viviendas contiguas para no tener vecinos fisgones...
En concreto, esto último se comprobó cuando Mark Zuckerberg llegó a un acuerdo con una joven desarrolladora freelance, su vecina, para adquirir su casa. Dinero y contactos del sector tecnológico, potenciales socios y clientes para ella, era lo que el fundador de Facebook prometía -pero, según la otra parte, jamás llegó a entregar- a cambio de que hiciera las maletas y despejara el otro lado del tabique.