En Ámsterdam puedes ir al cine del futuro. Entras, te sientas en tu butaca, te colocas las gafas. Y empieza la película. No puedes tocar al de al lado, porque las butacas están muy separadas, ni mucho menos comentar algo al oído. Te sumerges en un mundo de imágenes que te atropellan, te acunan, te arrastran. La butaca da vueltas a tu voluntad y tus ojos se asombran con los efectos de la realidad virtual.
Sí, es un cine, pero no hay un gran lienzo a donde mirar., como tampoco hay un proyector. Cada uno mira, más bien ve, a pocos centímetros de su cara, a través de unas gafas Samsung Galaxy Gear VR y un smartphone de alta gama de la misma marca. La entrada vale 12,5 euros y da acceso a media hora de realidad virtual.
Hay sillas rotantes y cascos para que la inmersión sea total. A partir de ahí se puede mirar hacia arriba, hacia abajo, girar la cabeza hacia los lados y explorar todos los ángulos. En marzo este cine abrió sus puertas en la capital holandesa, a cinco minutos de la Estación Central. Es la primera sala permanente de realidad virtual.
Este domingo abre otro en París, como si la capital francesa recogiera los ecos pioneros de los Lumière, y ya. El resto de exhibiciones de realidad virtual son temporales. Una empresa instala un puesto improvisado en un centro comercial o en una plaza pública y ofrece demostraciones durante un tiempo.
La pregunta que surge ante todo esto es si tiene sentido desplazarse a un cine para ver películas en realidad virtual. Pepijn Hentenaar, que trabaja para The VR Cinema –así han bautizado al cine de Ámsterdam– como desarrollador de ideas, argumenta que la gente no puede disfrutar de una experiencia de realidad virtual en su casa porque no tiene el dispositivo: "Solo un 1% de la gente en Holanda tiene gafas de realidad virtual en casa".
Hentenaar reconoce que su modelo de negocio tendrá que evolucionar a medida que los consumidores adopten la tecnología: "En nuestras oficinas ahora tenemos HTC Vive. Cuando se vuelvan más baratas las tendremos en nuestro cine. Pero ahora estamos trabajando estrictamente con las Samsung Galaxy VR Gear".
Las primeras ofrecen una experiencia más enriquecedora que las segundas, que funcionan a base de introducir un móvil de última generación en unas lentes. Pero no se puede dejar todo en manos de la técnica. "Lo que marca la diferencia es que cada mes o cada tres semanas hacemos una nueva selección de contenido. Seleccionamos lo mejor de lo mejor que está saliendo en el mundo. Así cuando vienes a nuestro cine puedes elegir entre tres paquetes diferentes", explica Hentenaar. Los paquetes son: contenido para niños (sobre todo animación), terror y documentales.
¿Cines o parques de atracciones?
The VR Cinema consta de una sala de 50 personas. Hacen pases cada hora desde la una de la tarde a las once de la noche. Un equipo de tres o cuatro personas –estudiantes de Cine en la universidad– ayuda y aconseja a los clientes. Pero se trata de un negocio secundario. La empresa que ha abierto el cine se dedica a desarrollar contenidos en realidad virtual para otras compañías.
Un cine tradicional es otra cosa. Y convertirlo a la realidad virtual sale caro. Para hacerse una idea de cuánto ha costado poner en marcha The VR Cinema solo hay que echar cuentas, como sugiere Hentenaar.
Aparte del local y la adecuación de la sala, la empresa ha comprado 50 smartphones, modelos Samsung Galaxy S6 y Galaxy S7, y 50 gafas Gear VR. La versión básica de cada uno de estos modelos cuesta entre 500 y 700 euros, más 100 euros por cada gafa. A una media de 650 euros cada kit serían 32.500 euros para equipar una sala donde caben 50 personas.
Los cines, que en los últimos años ya han hecho una inversión considerable para pasar del celuloide a los proyectores digitales, tienen salas con varios cientos de butacas. Adaptar una de sus salas no solo supondría comprar una montaña de dispositivos de realidad virtual sino arrancar los sillones que hay ahora y poner otros rotantes.
En España de momento no hay visos de una transición así. Desde Cinesa, la empresa con mayor cuota de mercado en exhibición cinematográfica, aseguran que de momento no se está haciendo nada en relación a la realidad virtual. Y sólo mencionan el papel de las distribuidoras, que han utilizado la tecnología para promocionar algunas películas últimamente.
Óscar Hormigos, CEO de The App Date, que ha traído a Madrid uno de estos puestos temporales para hacer demostraciones de realidad virtual, cree que sí tendrán sentido cines de este tipo, pero con un añadido más allá de las gafas. "Tiene que ser más una experiencia que un pase de una película. Se tiene que convertir en algo más tipo parque de atracciones, que involucre todos los sentidos".
Hormigos cree que este es el concepto hacia donde los cines podrían evolucionar para ofrecer algo que no tendremos en casa. "Guantes para tocar, un sillón con sensores o que de repente haya olores" son algunas de las cosas que en su opinión podrían configurar las salas de cine del futuro.
Cuando Metro Goldwyn Mayer empiece a hacer películas con Brad Pitt y Angelina Jolie habrá un mercado para esto
Desde la Federación de Cines de España (FECE) no consideran como competencia a la realidad virtual hoy por hoy, ni siquiera para el 3D. Y es que la calve del cine siempre han sido los estrenos, que atraen público en masa.
Hentenaar es de los que cree que la realidad virtual funcionará para los cines tradicionales cuando los grandes estudios apuesten fuerte. "Cuando Metro Goldwyn Mayer empiece a hacer películas con Brad Pitt y Angelina Jolie habrá un mercado para esto", señala.
Cree que aún tendremos que esperar tres o cuatro años, pero está seguro de una cosa: "Mis hijos no irán a un cine tal y como lo conocemos hoy". Si esto es así, por cierto, se acabó el ir al cine en plan romántico. Si quieres tener contacto físico con la otra persona tendrás que estirar el brazo y tantear a ciegas. "Si te esfuerzas mucho puede que llegues", sonríe Hentenaar. "Pero no es la idea".
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