Los pros y los contras de las máquinas más listas
El aprendizaje automático es uno de los campos con más proyección en inteligencia artificial.
19 agosto, 2016 00:38Noticias relacionadas
Los miles de millones de dispositivos que se conectan a internet cada día generan una cantidad abrumadora de información. Son montones de terabytes de datos que aparecen de la nada diariamente.
Esto abre el apetito por obtener valor de la información. Y la inteligencia artificial es clave aquí. El término se suele asociar con la robótica, una herencia cultural de la ciencia ficción, pero lo cierto es que la inteligencia artificial es algo mucho más abstracto que robots humanoides caminando o que los dilemas del superordenador Hal en 2001: una odisea del espacio.
Podría decirse que la inteligencia artificial asoma la cabeza por primera vez en los años 60 con sistemas predictivos y a partir de ahí evoluciona a velocidad de crucero. Hoy se usa para evitar fraudes bancarios, en el reconocimiento de voz, en el filtro anti spam del correo electrónico, incluso en el etiquetado de fotos automático de Facebook o en los videojuegos.
Lo que está por venir en inteligencia artificial –ya se ha investigado mucho sobre ello– son los coches autónomos, la medicina de alta precisión o el procesamiento del lenguaje natural que le pediremos a los Siri, Google Now o Cortana en los próximos años. Son algunas de las áreas para las que el aprendizaje automático o machine learning es necesario.
Que las máquinas aprendan es fundamental porque es uno de los elementos que retrasará su obsolescencia prematura, reforzando su autonomía. Este aprendizaje es uno de los temas que han sobrevolado la Conferencia Internacional de Desarrolladores (IDF) de Intel.
Hoy el 7% de todos los servidores presentes en el mundo están dedicados a tareas de aprendizaje automático. Y más del 97% de estos servidores funcionan con procesadores de Intel. Si bien en campos como los coches autónomos la compañía se ve amenazada por los productos de su competidora Nvidia.
En todo caso, esta rama de la inteligencia artificial es la que tiene mayor proyección. Intel proporciona el hardware sobre el que los desarrolladores pueden programar sus algoritmos de inteligencia artificial. Para entrenar a los algoritmos la compañía ofrece el procesador Xeon Phi, mientras que para ejecutar una tarea determinada, ya aprendida, cuenta con el Xeon.
"Trabajamos con instituciones académicas y desarrolladores para asegurarnos de que pueden usar el hardware optimizado", comenta Nidhi Chappell, responsable de aprendizaje automático en la división de centros de datos de Intel. "Hay muchos beneficios en tener el software y el hardware optimizado. ¿Podrías trabajar con procesamiento del lenguaje natural en un Xeon no optimizado? Sí, pero cuanto más optimices los elementos, tanto en software como en el hardware, más rápido harás los trabajos".
Se necesita que el rendimiento del hardware sea muy alto, pero también que sea fácil de poner en marcha. Y otra de las claves para optimizar este aspecto es la compatibilidad con diferentes tipos de algoritmos. "Queremos habilitar nuestros productos para soluciones que estén basadas en código abierto", indica Chappell. "Pues muchas de las cargas de trabajo en deep learning, como el procesamiento del lenguaje natural o el etiquetado de imágenes, están basadas en frameworks (marcos de trabajo para desarrollar software) de código abierto".
Los algoritmos del 'Deep learning'
El Deep learning o aprendizaje profundo, considerado una parte del aprendizaje automático, se basa en redes neuronales artificiales, inspiradas en el funcionamiento de sistemas biológicos. Muchos algoritmos que usan deep learning proceden de empresas o universidades, como Google o Berkeley, y una parte de ellos están bajo código abierto. Lo que hace Intel es asegurarse de que la arquitectura de sus productos está optimizada para estos algoritmos.
El conocimiento que los nutre proviene de compañías privadas, de centros académicos y también de instituciones públicas. No todo se pone a disposición del público, pero compartir la información y los progresos técnicos es uno de los motores para el aprendizaje de las máquinas.
Cloudera, una de las empresas presentes en el IDF, trabaja en big data con plataformas de código abierto. Su portavoz en el congreso de Intel, Johnny Pak, cree que la colaboración es necesaria para no estancarse. "El código abierto ayudará al desarrollo rápido de la inteligencia artificial. La posibilidad de construir sobre el trabajo de otros es lo que va a ayudar a avanzar", reflexiona.
Aprender bien la lección
El aprendizaje automático tiene otra cara. Se puede descontrolar, como le ocurrió al bot Tay, programado por Microsoft para aprender de la gente a través de sus interacciones en Twitter. Su cuenta en la red social pronto empezó a lanzar mensajes xenófobos tras el troleo de algunos usuarios y la compañía tuvo que suspender este experimento social.
"Siempre se necesitará un marco para limitar al algoritmo", es la opinión de Pak. "Una máquina no es más que un conjunto de algoritmos. Lo que significa que las máquinas no tienen la libertad que las personas tenemos". Así, esa especie de libertad social que Tay tuvo para aprender acabó por volverse en su contra. "Si vas a usar algoritmos en un entorno social creo que tienes que poner unos límites, de la misma forma que nosotros tenemos límites sociales", sentencia Pak.
Es una forma de controlar la toma de decisiones. Por cierto, para una persona estas decisiones no siempre están basadas en el razonamiento lógico y no siempre se obtiene así el mejor resultado. La intuición a veces es un factor determinante y no es algo que se aprenda de forma lógica. ¿Pueden los algoritmos actuales dotar a una máquina de intuición?
El caso que más se acerca a una toma de decisiones intuitiva por una máquina es el del sistema Alpha Go, desarrollado por Google y que venció Lee Sedol, el campeón mundial del Go, un juego mucho más complejo de aprender para una máquina que por ejemplo el ajedrez.
Pak apunta que la toma de decisiones de Alpha Go a veces no partía de la lógica. "No estaba calculando, como sí hacen en ajedrez, millones de interacciones para determinar qué es lo que va a hacer el jugador. Tenía que vislumbrar cuál era el mejor movimiento. Y ganó. Lee solo gano una partida". Y es que ni siquiera los científicos detrás de Alpha Go predecían cómo se iba a comportar su programa.