Algunos expertos en aviación afirman que detrás de todo desastre aéreo suele haber una confluencia de causas. Aquel 27 de marzo de 1977 concurrieron varias. Primero, un atentado perpetrado por un grupúsculo terrorista en el aeropuerto de Gran Canaria obligó a desviar el tráfico aéreo a Los Rodeos, en Tenerife, entonces demasiado pequeño e infradotado para acoger un tráfico intenso de grandes aeronaves. Segundo, el incidente sometió a las tripulaciones a una carga de trabajo extra. Tercero, aquel día una tupida niebla que envolvía el aeropuerto tinerfeño impedía la visión de unos aviones desde otros o desde la torre de control.
El resultado trágico de todo ello fue que aquella tarde un Boeing 747 de la aerolínea holandesa KLM arrollaba durante su despegue a otro jumbo de la compañía estadounidense Pan Am. Ambos aparatos quedaron destruidos. De los 396 ocupantes del vuelo 1736 de Pan Am, sólo 61 lograron salvarse, mientras que en el avión de KLM no hubo supervivientes. Con un total de 583 víctimas mortales, el accidente permanece hasta hoy como la mayor catástrofe aérea de la historia.
Sin embargo, la investigación del accidente de Los Rodeos reveló que la causa última fue un error humano debido a un fallo de comunicación entre los pilotos y la torre de control, provocando que el vuelo 4805 de KLM iniciara el despegue cuando la aeronave de Pan Am aún bloqueaba la pista. Y aunque una interferencia entre las comunicaciones simultáneas de ambos aviones silenció un mensaje crucial, el principal problema fue un simple malentendido de consecuencias fatales.
2.100 muertos por mala comunicación
Según explica a EL ESPAÑOL la investigadora lingüística de la Universidad del Oeste de Sídney (Australia) Dominique Estival, hubo dos errores clave: en primer lugar, cuando el controlador indicó al piloto holandés que tenía permiso (clearance, en inglés) para las maniobras posteriores al despegue, éste lo interpretó como una autorización para despegar. Y en segundo término, cuando el comandante de KLM informó a la torre de que se hallaba "at take off", "en despegue", quería decir que estaba despegando, traduciendo literalmente del holandés. Por el contrario, la torre interpretó que estaba listo para hacerlo y respondió con un "OK", que no era una fórmula estándar. Cuando el controlador añadió "espere para el despegue", las interferencias hicieron el resto: ya era demasiado tarde.
"Se ha discutido mucho sobre el accidente de Tenerife en el contexto del lenguaje y la mala comunicación en aviación", dice Estival. En la tragedia de Los Rodeos, tanto el piloto de KLM como el controlador de Tenerife hablaban el inglés como segunda lengua. Pero hay otros casos en los que la confusión se ha producido incluso entre hablantes nativos de este idioma que han interpretado una misma palabra de forma diferente.
Un ejemplo: en 1981, la comunicación se embrolló entre el controlador del aeropuerto John Wayne del condado de Orange, en California, y un aparato dispuesto a tomar tierra. El motivo fue que la torre empleaba el verbo "hold" según su significado estándar en aviación, "detén lo que estás haciendo", mientras que el piloto lo interpretó en el sentido que se le aplica en inglés coloquial, "sigue haciéndolo". El resultado fue que el avión acabó aterrizando sobre la panza, con el tren retraído. Por suerte, no hubo víctimas mortales.
Según Estival, "desde 1976, más de 2.100 personas han muerto en al menos 10 accidentes de avión causados por errores de comunicación". "“Aunque no me gusta hacer recuentos de víctimas", advierte. Pero debido a su doble condición de lingüista y pilota, además de instructora de vuelo, la investigadora se dedica a estudiar el llamado Inglés de Aviación y cómo mejorarlo para evitar malentendidos funestos. Sus conclusiones se detallan en su reciente libro Aviation English: A Lingua Franca for Pilots and Air Traffic Controllers (Routledge, 2016), escrito junto a sus colaboradores Candace Farris y Brett Molesworth.
Aprender de los errores
Todo accidente aéreo sirve para aprender de los errores, y el de Los Rodeos "fue uno de los más importantes que llevaron a endurecer las restricciones en la comunicación de la aviación", cuenta Estival. Como resultado de aquel desastre, por ejemplo, se reservó el uso del verbo "take off", despegar, exclusivamente para la orden explícita de hacerlo o para cancelarla. Además se aumentó la exigencia de emplear sólo lenguaje estándar, y se insistió en la necesidad de que el comandante cuente con las opiniones de su tripulación: la grabación de la caja negra del vuelo de KLM reveló que el copiloto dudaba de que el avión de Pan Am hubiera abandonado la pista, pero el comandante desoyó el comentario.
El inglés de aviación es hoy un lenguaje que tiende a la máxima precisión y concisión, "muy estructurado y codificado para minimizar las ambigüedades y los malentendidos", dice Estival. Incluso la pronunciación se altera; por ejemplo, para evitar la confusión por la similitud de sonidos entre "five" (cinco) y "nine" (nueve), la primera palabra se vocaliza con una f final fuerte, "fife", mientras que la segunda se transforma en "niner". Las instrucciones están estandarizadas, su orden está prestablecido, y deben repetirse una vez escuchadas. Hay pocos verbos y adjetivos, siempre con significados específicos, y casi los únicos pronombres son "you" y "we". Es tan simple que, según Estival, "tal vez ni siquiera podría considerarse una lengua humana".
Pero a pesar de los esfuerzos por evitarlos, los errores ocurren. Estival y sus colaboradores han estudiado los porqués en experimentos de simulación de vuelo. Y naturalmente, tener el inglés como primera lengua o no es un factor que influye. Aunque el dominio de este idioma es un requisito imprescindible hoy según la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), Estival subraya que la comprensión por radio siempre es más complicada que en el cara a cara, y que por tanto los nativos en inglés "tienen la responsabilidad de entender a los hablantes del inglés como segunda lengua y de hacerse entender".
Sin embargo, curiosamente el del idioma no es el principal obstáculo identificado por Estival y sus colaboradores. Según la investigadora y con independencia de la lengua nativa de los pilotos, el factor principal que incide en la mala comunicación es el nivel de entrenamiento, pero no el número de horas de vuelo. "Este fue un resultado inesperado", comenta Estival. "De hecho, como lingüista e instructora de vuelo, solía pensar que cuanto más tiempo de vuelo no sólo pilotas mejor, sino que también manejas mejor la comunicación; en cambio, resulta que la clave es probablemente la calidad de la formación".
Las soluciones, según Estival, podrían pasar por el uso de más tecnología. Hoy existen sistemas de reconocimiento automático de voz que podrían transcribir las comunicaciones de voz a texto escrito para mayor seguridad. Los pilotos deben comunicarse con precisión y claridad al tiempo que manejan un gran aparato con muchas vidas a bordo, a veces en situaciones de gran estrés y en condiciones acústicas que están muy lejos de ser óptimas. Pese a todo, "la aviación es el medio de transporte más seguro", concluye Estival, "y es importante destacar que la mayoría de los malentendidos se resuelven sin consecuencias trágicas".