Decía David Foster Wallace que la ironía "es la canción de un pájaro que ha aprendido a amar su jaula". En este caso el pájaro es azul, se llama Twitter y gana dinero dejándonos cantar para luego vender esas canciones e incluso la jaula en la que todos estamos metidos.
En el segundo trimestre de 2016, Twitter ha ganado 485 millones de euros en publicidad. Los anuncios suponen el 90% de la facturación de una red social donde para el usuario todo es gratis. ¿Y el 10% restante? En el mismo periodo, la compañía dirigida por Jack Dorsey facturó casi 60 millones con la venta de datos -es decir, tuits a mansalva- a terceras partes. La cifra supone, según Bloomberg, un 35% más que en 2015 y es seguramente la gran apuesta de una compañía inmersa en continuos rumores de venta.
El lado oscuro de Twitter
Cada día, todos ustedes y yo generamos un volumen total de 500 millones de tuits, con sus chistes, denuncias, zafiedades, enlaces, fotos o vídeos. Desde la fundación de la empresa en 2006, son ya billones de tuits y millones de cuentas agrupados en lo que Twitter conoce como Firehose.
Usted, como usuario normal, tiene acceso a algunos de los tuits publicados. Aunque puede buscarlos por palabras clave, los resultados sólo arrojan un pequeño porcentaje. Si una persona o empresa quiere acceder a todos los tuits, o incluso al 10% de los tuits (lo que Twitter conoce como Decahose) tiene que pagar. Algunas empresas, como Google o Microsoft, han comprado acceso al Firehose de Twitter por cantidades no especificadas pero que algunas fuentes valoran en más de un millón de dólares anuales.
¿Por qué tanto dinero por algo que es gratis?
Cada uno de los tuits que posteamos tiene, en primer lugar, las palabras que, con más o menos originalidad o vehemencia, hemos compuesto.
Pero además de esto, un tuit contiene otra treintena de campos de información que habitualmente no vemos: desde qué dispositivo se emitió el tuit, cuántas veces fue visto o desde dónde fue tuiteado, algo que muchas empresas de minería de datos son capaces de inferir pese a no tener la geolocalización activada. El texto de un tuit es sólo el 3% de los datos que contiene. El resto, como dijo a Bloomberg el investigador de Berkeley Gerald Friedman, "es básicamente información sobre ti".
Al principio, acceder al Firehose de Twitter era gratuito, lo que provocó que aparecieran muchos negocios dispuestos a descargar esos datos y vendérselos a anunciantes, académicos o encuestadores. Así que Twitter empezó a vender esos paquetes de datos a empresas. En mayo de 2014, la red social adquirió Gnip, una de las compañías líderes en minería y comercio de sus propios datos, por casi 120 millones de euros. El movimiento, según algunos expertos, era similar a cuando adquirió la herramienta Tweetdeck por 28 millones de euros: convertir a su principal competencia en otra parte de su negocio.
El arma secreta de los dictadores
Una empresa puede usar los datos de Twitter por razones muy diversas.
Snaptrends, una start-up de Austin, Texas, saltó a la fama positivamente cuando detectó que una estudiante californiana tenía pensamientos suicidas. El sistema de escuelas públicas del condado de Orange había contratado los servicios de esta empresa de minería de datos para vigilar las actitudes de los 200.000 estudiantes que viven en esta región. Al ver aparecer un tuit que decía "nadie me echará de menos", la compañía dio la voz de alarma.
Pero Snaptrends no sólo sirve a los buenos, sirve a cualquiera que contrate sus servicios. Entre ellos, autoridades de países como Azerbayán, Baréin, Malasia, Arabia Saudí o Turquía, lugares donde la libertad de expresión en redes sociales conlleva en ocasiones castigos muy punitivos.
Arabia Saudi, por ejemplo, aprobó una ley que condena las críticas al gobierno o a la familia real en redes sociales hasta con la pena de muerte. Ha habido numerosos casos, desde el hombre que en 2014 fue sentenciado a ocho años de cárcel por burlarse del rey en YouTube al que, el año pasado, fue condenado a tres por usar sus redes sociales "para practicar la homosexualidad". O Dolan bin Bakheet, un saudí en silla de ruedas al que le cayeron 18 meses de prisión y cien latigazos por protestar sobre cómo le trataban en la sanidad pública del país wahabí.
Documentos internos de Snaptrends a los que ha podido acceder Bloomberg muestran relaciones no sólo con la inteligencia saudí, sino también, por ejemplo, con el Rapid Action Batallion, una unidad antiterrorista de Bangladesh, donde las ejecuciones extrajudiciales son tristemente comunes.
La ironía de todo esto es que muchos de esos datos sirvieron para alzarse contra la tiranía de estos regímenes. El uso de Twitter en países como Arabia Saudí llegó a ser abrumador en 2013, cuando uno de cada tres habitantes era activo en la red de micro-blogging. Hoy en día, los que ayer protestaban contra la Casa de Saud no se sienten tan seguros: aplicaciones encriptadas como WhatsApp o más discretas como Facebook Messenger superan ya a Twitter en penetración.
Pero hay una ironía aún mayor
Snaptrends empezó a ofrecer en los últimos meses sus servicios a distintas policías locales de Estados Unidos diciéndoles que podían aumentar su tasa de arrestos en un 400%, algo que no gustó a Twitter, que respondió recientemente cortando el acceso de la empresa de análisis de datos a su Firehose.
Precisamente ayer, The American Genius informaba de que Snaptrends -que dependía al 100% de los metadatos tuiteros- ha despedido a toda su plantilla y comenzado a cesar operaciones.
No será trending topic pero, probablemente, es la mayor y más silenciosa victoria de la libertad de expresión en mucho tiempo.