Empiezan a colarse en nuestras casas. Las ventas de Amazon Echo y Google Home se han disparado durante el periodo de compras navideño. Según un estudio de la compañía VoiceLabs, el número de estos dispositivos que han partido con rumbo a los hogares durante las fechas señaladas se ha cuadruplicado. También se ha incrementado notablemente el uso de estos aparatos que dan cuerpo a Alexa y Google Assistant, los mayordomos virtuales de los gigantes de internet que pronto aterrizarán en España.
Nos responden cualquier pregunta formulándola de viva voz, controlan los demás artilugios de nuestro hogar cada vez más inteligente (bombillas, termostatos, etc.) y son capaces hasta de pinchar la música que nos gusta nada más entrar en el salón. Todavía tienen mucho que aprender, pero cada día nos sorprenden con alguna nueva habilidad que ni siquiera habíamos imaginado.
También pueden hacer de detectives. Siempre están ahí, a la escucha: saben lo que hacemos y lo que decimos (y, aún más importante, cuándo). De ahí que algunos teman su presencia como la de espías silenciosos que amenazan nuestra privacidad. Y de ahí que puedan ser de gran utilidad incluso para investigar delitos, por suerte o por desgracia para su propietario, presunto delincuente.
Lo está aprendiendo de la forma más dura James Andrew Bates, un estadounidense acusado de asesinato en primer grado por la policía de Bentonville (Arkansas). En noviembre de 2015, las autoridades encontraron en su jacuzzi el cuerpo estrangulado y ahogado de Victor Collins, que había estado en su casa, junto a dos amigos más, viendo un partido. Según la versión de Bates, cuando él se fue a la cama, a eso de la una de la madrugada, se quedaron Collins y otro de los otros invitados, Owen McDonald, bebiendo y bañándose en el jacuzzi. Vio el cadáver cuando se despertó, a la mañana siguiente.
McDonald, por su parte, afirma haberse marchado de la casa media hora antes, a las doce y media. Su mujer lo confirma. Pero, ¿quién está mintiendo? Solo hay alguien que podría conocer la verdad: Alexa, la asistente virtual, encargada de poner la música que amenizó la velada con final trágico. Por eso la policía incautó el Amazon Echo del sospechoso y ahora está pidiendo al gigante del comercio electrónico que le otorgue acceso a la información que recogió el dispositivo.
Dichos datos, que Amazon se niega a entregar sin la debida orden judicial, podrían ser la clave para esclarecer lo que pasó aquella noche. Pero también podrían resultar inútiles: el dispositivo Echo graba todo lo que sucede a su alrededor, pero solo lo almacena y envía a los servidores de la multinacional cuando el usuario despierta al asistente utilizando un comando de voz predefinido. Si se activó durante la noche de marras, sobre todo después del asesinato, lo que hubiera registrado podría ser esclarecedor. ¿Qué voces se escuchaban? ¿Quién estaba despierto y en la casa?
Además de Alexa, en este caso podría haber otra importante prueba de naturaleza tecnológica. El dispositivo inteligente que controlaba el agua de la residencia de Bates podría revelar detalles de lo sucedido. Según el diario estadounidense que ha destapado el caso, los registros de ese aparato indican que se consumieron unos 530 litros de agua entre la una y las tres de la madrugada.
Un ejemplo más de que los artilugios de la internet de las cosas saben más de lo que parece (o incluso de lo que deberían). Como demuestra lo sucedido en Bentonville, podrían llegar a utilizarse para incriminarnos o exculparnos de un delito en los juicios del futuro.