La bodega de La Rioja que nació de una excavación subterránea del siglo XVI celebra su centenario
- Ramón Bilbao, una de las firmas icónicas del vino español, ha celebrado sus 100 años de existencia con una gran fiesta en Haro, Rioja, donde entre muchas actividades han presentado un vino especial y han recordado con orgullo su historia.
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Cena de gala con actuaciones espectaculares, docenas de invitados entre distribuidores internacionales, proveedores nacionales, prensa y amigos. Final de la Spanish Wine Master, una iniciativa de la firma para impulsar el conocimiento del vino español; cata de los vinos de cinco firmas centenarias de diferentes países, y dos vinos muy mimados para la ocasión, fue la forma de celebrar el centenario de una de las firmas más poderosas y de mayor proyección del vino español.
La historia de un icono del vino
En esta casa y en la celebración hay tres elementos o personajes claves. Empecemos por el primero. Ramón Bilbao Murga nació en Etxebarri, Vizcaya, en 1876. Tras pasar un tiempo trabajando en la ciudad de Bilbao decidió, con 23 años, buscar su oportunidad en la ciudad riojana de Haro. Así que con su mujer y sus tres hijos se plantaron allí a montar un pequeño negocio de productos importados, granos, y alguna cosa más.
Haro en 1899 es una ciudad de oportunidades. Compite con Jerez en ser la primera ciudad española en tener alumbrado público. El Banco de España ha abierto una sucursal en el centro de la ciudad debido al movimiento económico de la zona. Hay un tren que lleva a Bilbao y que suele ir cargado de vino. En aquellos años, en Rioja, había unas 80.000 hectáreas de viñedo. Mucho más que ahora.
Enseguida el joven Bilbao se interesa por el vino y se hace con una pequeña bodega subterránea del siglo XVI excavada en la roca, en el barrio donde proliferan esas bodeguitas y que se llama, lógicamente, Las Cuevas. Monta fudres y barricas para elaborar, y en la parte de arriba, que da a la calle, organiza un pequeño despacho de vinos para vender directamente y donde cuelga un cartel que pone “Vinos de Ramón Bilbao”. Es en el año 1914. Sin embargo, no es hasta 10 años después, el 29 de septiembre de 1924, cuando registra oficialmente la marca. Y esta es la fecha que los actuales propietarios marcan para el centenario, el registro de la marca.
La firma pasa por diversas vicisitudes, los herederos de Ramón Bilbao, la van manteniendo. Luego se vende a un grupo de empresarios locales que en 1973 constituyen la sociedad Bodegas Ramón Bilbao S.L., una clásica firma riojana con sus vinos crianza, reserva y gran reserva. Producían unos 500.000 litros y contaban con tan solo dos hectáreas de viñedo.
De La Rioja al mundo
En el año 1999, hace ahora 25, entra en juego el segundo actor. Se trata de Zamora Company. Es una empresa familiar, cartagenera, propietaria y elaboradora de una marca de prestigio, el Licor 43. Este es el más vendido de todos los licores españoles con una producción de más de un millón de cajas de 12 botellas, que se exportan a varias docenas de países, con Alemania a la cabeza. La compañía había decidido invertir en el mundo del vino, y, naturalmente, seleccionaron Rioja, y se hacen con Ramón Bilbao.
La firma no tiene ni idea de hacer vinos, aunque sí saben lo que quieren; así que buscan un director que además sea enólogo y lleve también la dirección técnica. Y aquí interviene el tercer actor. Una mañana de marzo de 1999, se presenta a las 10 de la mañana en las oficinas centrales de Zamora Company en Madrid, un joven de 31 años, llamado Rodolfo Bastida Caro. Tiene una cita con el presidente de la compañía, Emilio Restoy Zamora.
Ha sido preseleccionado para el puesto, pero falta la entrevista final. Es riojano, ingeniero agrónomo, con master en viticultura y enología, otro de dirección de empresas y además tiene experiencia porque ha trabajado antes en Bodegas Bretón.
El encuentro empieza a las 10 de la mañana. A las 14 horas Restoy le dice a su secretaria que reserve una mesa en algún restaurante donde seguir hablando. Terminada la comida vuelven al despacho donde continúa el intercambio de pareceres. A las 21 horas se van a cenar a otro sitio y continúa la charla. Han estado 12 horas seguidas de entrevista. Bastida busca un hotel para pasar la noche, ya que es demasiado tarde para volver a Logroño. Uno se va, sabiendo que ya tiene el director que buscaba; y el otro, que le espera por delante una enorme responsabilidad y un trabajo muy exigente.
Han pasado 25 años. La bodeguita de dos hectáreas de viñedo ha pasado a tener 225. La producción se ha multiplicado por 9 y ahora producen 4´5 millones de botellas. Lo primero que pone en marcha Rodolfo Bastida es Mirto, el vino icónico de la casa, es de los que se llamaban entonces de “alta expresión”, es decir nada del típico vinito riojano muy maderizado, bajo de color. Este es frutal, radiante de color, contundente. Su nueva carta de presentación.
Reorganiza toda la bodega y empiezan a sacar nuevos vinos. Viñedos en Altura, Edición Limitada, Límite Norte, Límite Sur, la línea de blancos y de rosados; además de los crianza, reserva y gran reserva, a los que ha dado la vuelta totalmente.
El plan debatido con Emilio Restoy en aquella reunión interminable empieza a desarrollarse. En 2002 se pone en marcha Mar de Frades, albariño de la D.O. Rías Baixas. En 2003, aparecen Ribera del Duero con Cruz de Alba; en 2010 inauguran Ramón Bilbao Rueda. Y cierran con Lalomba, también en Rioja, vinos de finca espectaculares.
En la actualidad el grupo Ramón Bilbao es un imperio con 500 hectáreas de viñedo, una producción de unos siete millones y medio de botellas repartidas entre cinco bodegas con un alto nivel de calidad. Como remate, Bastida y su equipo han presentado un vino conmemorativo. Es un gran reserva de 2001, la añada que se llamaba “del siglo”, y eso que acababa de empezar.
Maduro, elegante, intenso, la fruta, que aún mantiene en nariz va dejando paso a los tonos especiados, sobre todo de pimienta negra. Aparecen también los recuerdos balsámicos. En la boca también maduro, pulido, sabroso, muy vivo, a pesar de los años gracias a su buena acidez y equilibrio.
Servido en la cena de gala a los innumerables participantes, representó una demostración de fuerza. Una señal de quien son, y de su trayectoria pasada y futura.
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