El sábado 12 de marzo es una fecha que Irene Rosales nunca olvidará, pues además de ser la del bautizo de su pequeña Ana, fue la de su pedida de mano.
Kiko Rivera se arrodilló ante ella y en presencia de todos los invitados que se dieron cita en la iglesia Santa Ana del barrio sevillano de Triana le pidió que se casase con él. Fue un momento muy emotivo, que se llevaba esperando desde hacía tiempo, dada la buena marcha de su relación y la llegada al mundo de su primera hija en común.
Si bien los preparativos para el gran día ya han comenzado, Irene continua con su vida normal, yendo a comprar al supermercado y llevando a su pequeña Ana en el carrito. La joven, mientras empujaba el cochecito, dejó ver su anillo de compromiso en su dedo corazón. Para ella es una etapa muy feliz y un sueño hecho realidad, pues todo están siendo alegrías últimamente en la vida de la familia Pantoja.
Muy recuperada del parto, que tuvo lugar el pasado 15 de diciembre, la futura esposa de Kiko Rivera, lució su esbelta silueta bajo unos pantalones vaqueros y un jersey granate. Unas zapatillas deportivas y el pelo recogido en una coleta completaban su `look´ en esa soleada jornada en la que llevaba gafas de espejo bajo las que se ocultaban sus ojos.
Con la exclusiva del bautizo los problemas económicos de Kiko habrán disminuido y más lo van a hacer cuando tenga lugar la boda, pues ya se habla de cifras millonarias si el hijo de Isabel Pantoja consigue reunir en su enlace a toda la familia, algo que no pudo ser al recibir las aguas bautismales su pequeña Ana.
Con la boda, se pone el broche de oro a una relación que se iniciaba en mayo de 2014. Por su parte, Kiko Rivera también se dejó ver por los alrededores de su residencia. Él sigue preparando actuaciones en las discotecas y es que quiere recorrer la geografía española y llevar a todos los rincones su música y sus canciones.