El New York Times, la vieja dama gris, usa tres letras, tan solo tres letras para resumir el sentimiento que aúna a los invitados en una boda. Son, somos, fuimos ayer en la boda de Laura y Risto, una amalgama de parientes, colegas, familiares, amigos, empleados y quizá algún que otro enemigo –no lo se- los que al unísono gritamos la onomatopeya perruna de la emoción: ¡Guau! Eso si el New York Times es capaz de resumirlo con una letra menos: Vow, así se llama su sección de crónicas de casamientos.
Si quisiera mentir escribiría que la boda fue una boda como todas. Como en todas hubo lágrimas y borracheras, mujeres con frío, tobillos hinchados, vestidos de estreno, excesos de maquillaje, habanos humeantes, mujeres bellas, hombres con flores en la solapa, niños que corretean, abuelas sentadas y conversaciones en el servicio. Pero la boda de Laura y Risto no fue una boda más.
Porque ha sido una boda 3.0 y porque ayer en Mas Cabanyes, muy cerca de Argentona, ese pueblo que Rociíto y Antonio David pusieron en el mapa mediático, el amor se cortaba con machete de selva.
Escuchando el lenguaje de las plantas escribiré que el césped mullido anunciaba nada más entrar muy buen rollo, que en una de las garitas de defensa del viejo edificio, coronada de trencadis, brotaba una planta salvaje entre las tejas que la primavera parecía haber puesto allí para anunciar que habría magia.
La palabra más pronunciada fue Hola
Al entrar y al saludar al resto de los invitados y también cada vez que te acordabas que si hacías una foto podías joderles. Pero todos estábamos de acuerdo en que irá bien. Algunos muertos de envidia. Otros nerviosos porque coger el móvil que estaba muy mal visto porque si eras visto algunos se ponían nerviosos.
Ellas de fucsia y azules y uñas pintadas, nosotros de azul marino y algunos de negro. Ellas con zapatos altos y muy altos. Nosotros con brogues y también con Nikes. Algunos preocupados con estirar la jubilación, otros con lo que se paga por un instagram promocionado. Todos con el deseo que el Viva la vida de Coldplay se convierta en el himno de la ONU.
Cada uno representó lo mejor que supo a su oficio. Hubo mimos, ex deportistas, modelos, comediantes, empresarios, vendedores, instagramers, pasteleros, ex roqueros, seguratas, chelistas, conductores de autobús, choferes de Cabify asustados con los fans, camareros, bateristas, paparazzis, leyendas, becarios, marquesas, cocteleros y creativos, editores y acompañantes. Fue una boda para todos los oficios.
Hubo discursos de verdad, emociones explosivas, baile del bueno, vinos ricos, brindis con alcohol del duro, besos de compromiso y besos de amor, y mucha envidia. No hacia falta ser el Inspector Clouseau para sentir que las chicas soñaban con alguna vez estar allí (o volver a estarlo), sentirse tan querida como Laura, y tener a alguien tan seguro, tan inteligente y tan sensible como Risto cerca. Y nosotros, disimulando la emoción, y la envidia de ese momento en el que quieres compartir con los que quieres que el amor cambia el mundo cada día.
Y de testigo de todo un castaño de indias de diez metros que hizo mover sus ramas más altas cuando todos sentados, tras los discursos y los aplausos, gritamos, sin conocernos, un Vow.
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