El príncipe Harry de Inglaterra (36 años) y su esposa, Meghan Markle (39), llevan exactamente una semana siendo uno de los temas principales de todos los medios de comunicación a nivel global. Los duques de Sussex concedieron una entrevista a Oprah Winfrey (69) el pasado domingo hablando sobre el infierno que vivieron en los últimos años tras los muros del palacio de Buckingham y sus palabras y ademanes han sido analizados con lupa. Una entrevista que ahora se puede ver en abierto en España y de la que JALEOS ha extraído un detalle que ha pasado despercibido y que ha llamado especialmente la atención.
La puesta en escena de esta histórica pieza audiovisual es bucólica. La célebre periodista comienza mirando a cámara y explicando por qué los Sussex han llegado hasta este punto. A continuación, Meghan Markle accede sola al set, embarazada de su segundo hijo -una niña-, sin besos ni abrazos -la pandemia no distingue de sangre azul o celebrities- y todo empieza a fluir. Las preguntas, las respuestas, los silencios, las cadencias, los suspiros... Todo parece estar pensado, calculado, medido. Todo forma parte de una perfecta coreografía.
Es el instante en el que el nieto de la reina Isabel II (94) accede al improvisado plató de televisión cuando el matrimonio empieza a familiarizarse con el ambiente y cuando parecen relajarse. De repente, ese armónico baile se rompe. "(Para la boda) nadie me guio ni me enseñó nada", reprocha Meghan, con cierto tono de enfado.
"No es como lo ves en las películas, no hubo clases sobre cómo hablar, sobre cómo cruzar las piernas o sobre cómo ser un miembro real. Puede que existiera para otros miembros de la familia, pero a mí no se me ofreció", declara la duquesa de Sussex. Winfrey continúa indagando por esa senda y replica: "¿Nadie te preparó?". "No", señala, tajante, Meghan.
Justo cuando su marido, el príncipe Harry, quiere aclarar algo a este respecto, ella lo mira a los ojos, lo agarra del brazo izquierdo y lo frena. "Sorry!" ("Perdona"), le espeta para continuar con su speech. "Sorry!" o lo que podría significar, si lo trasladamos y traducimos al idioma real español, un "déjame terminar" en toda regla. Las dos palabras con las que Letizia (48) se presentó en sociedad ante los ojos del mundo como futura princesa de Asturias y reina de España. Las 14 letras que la perseguirán toda la vida. El polémico gesto que ahora, casi dos décadas después, conecta a las dos royals para siempre.
El 6 de noviembre de 2003, cinco días después de que la Casa Real de su Majestad el Rey anunciase por sorpresa el compromiso del príncipe Felipe (53) con la presentadora de informativos Letizia Ortiz, la pareja comparecía ante más de 300 periodistas acreditados en el palacio de El Pardo en Madrid.
Nadie hoy, casi 18 años después, podría hacer esta apreciación sobre la reina Letizia, pero aquella joven periodista de 31 años, acostumbrada a estar siempre en el lado de los reporteros, aparecía muy nerviosa, sobrepasada, sin saber hacia qué cámara mostrar su anillo de compromiso e incluso titubeando en algunos momentos. A la pregunta sobre cómo iba a cambiar su vida laboral, Letizia respondía que su intención era ir desvinculándose paulatinamente del ente público para ir asumiendo determinados roles en la institución monárquica.
"De forma progresiva voy a integrarme y a dedicarme a esta nueva vida con las responsabilidades y obligaciones que conlleva y con el apoyo y el cariño de los...". En ese instante, el entonces príncipe, con el objetivo de que su novia no se perdiera en el discurso, intentaba reconducirla. Pero Letizia sabía perfectamente qué mensaje quería enviar. "Déjame terminar", le espetó con la boca pequeña al futuro rey ante la prensa. Tras la sonora carcajada de todos, incluida la de Felipe VI, ella prosiguió para que su palabra constase: "... de los reyes y el ejemplo impagable de la reina" Sofía.
Aquella anécdota no sólo fue elevada a la categoría de noticia, sino que puso a Letizia en el punto de mira y la convirtió en objeto de feroces críticas. Era su primera aparición pública y ya se habló de su "indómito carácter" y de la necesidad de pulir a aquella joven divorciada sin sangre real para las funciones que estaba a punto de desempeñar. El resto ya es historia.
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