En esta segunda normalidad, los empleados de Zarzuela han abrillantado las mejores
porcelanas y la cubertería de plata del Gran Salón del Palacio Real porque este martes 15 de junio celebran la primera cena de gala tras los estragos de la Covid-19 en honor de Moon Jae-in (68 años), presidente de Corea del Sur, y su esposa, Kim Jung-sook (66). De esta manera, Felipe VI (53) y Letizia (48) les corresponden con la visita oficial que estos hicieron al país asiático en la primavera de 2019.
La primera dama surcoreana es una gran descocida. Su sobrenombre ya lo dice todo, la dama risueña. En las distancias cortas es una mujer amable, sonriente, educada, cordial y tan cautivadora que enseguida se cae bajo su hechizo. Como dicen los franceses, tiene charme. Desciende de una familia trabajadora que con mucho sacrificio logró pagarle sus estudios musicales en la Universidad Kyung Hee, donde a través de un amigo común conoció a Moon, por aquel entonces estudiante de derecho.
Aunque desde el principio hubo una amistad cordial, su afinidad política en contra de la dictadura militar de Park Chung-hee les hizo aún más íntimos. En una de aquellas revueltas estudiantiles que abogaban por la libertad, a Moon le hirieron con gas lacrimógeno y Kim le cuidó durante días. Aquellas lágrimas guerreras se transformaron en un sinfín de gotas de amor.
Ella estaba tan perdidamente enamorada por aquel efebo que era la reencarnación oriental de Alain Delon (85) que fue quien ella le pidió matrimonio en una sociedad en la que dar este paso es prácticamente atípico. Tras siete años de noviazgo, se casaron en 1981. Como cristianos practicantes la vida les ha bendecido con una hija, Moon Da-hye, y un hijo, Moon Joon-yong, y son abuelos de dos preciosos nietos. De hecho, el mayor estuvo presente cuando Moon Jae-in ganó las elecciones en 2017.
Desde su más tierna infancia, Kim fue una persona empática y generosa. Y aún lo sigue siendo a pesar de ser la mujer más poderosa del país. El cargo no se le ha subido a la cabeza. Como esposa del defensor de una democracia conseguida en 1987 tras varias devastadoras dictaduras -en eso tienen en común con los Borbones- Kim aboga por los derechos humanos trabajando arduamente para compartir el dolor de los más indefensos, como madres solteras, niños, ancianos y animales, porque el matrimonio tiene un cariño infinito por las mascotas. Por el complejo residencial campan a sus anchas varios perros rescatados y un lindo gatito adoptado con un nombre bastante singular, Quejica.
Los surcoreanos han encontrado en su primera dama el gran consuelo que necesitaban. Por ejemplo, cuando varias de estas madres solteras visitaron la Casa Azul (ubicada en el antiguo jardín real de la dinastía Joseon), residencia oficial de los gobernantes, Kim se acercó a ella para decirles "no estáis solas", reconfortándolas con infinitos gestos tiernos.
En uno de los actos que honraban a las familias monoparentales, la primera dama exclamó: "Todo niño nacido en esta tierra tiene derecho a una cálida hospitalidad. Protegeré sus derechos". Otra de sus actividades favoritas es la de visitar a ancianos que viven solos.
Desde que se conocieran, la pareja presidencial es una de las más queridas y admiradas en Corea del Sur. Y, desde el principio, Kim ha sido la más firme aliada de Moon cumpliendo con sus funciones de esposa, asesora a lo largo de su turbulenta carrera como activista, defensora de los derechos civiles, asistente presidencial, primera dama que lee a su marido todas las críticas negativas y, sobre todo, como persona cercana al dolor de los demás. La noche que ganaron las presidenciales fue tajante: "Mi objetivo es ser yo misma, como siempre lo he sido". Y lo ha cumplido.
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