Cuando está a punto de cumplirse el 25º aniversario del fallecimiento de Diana de Gales, su recuerdo sigue más vivo que nunca, como queda de manifiesto en la cantidad de productos culturales que ahondan en su verdadera figura. Series como The Crown y películas biográficas como Spencer han permitido conocer mejor la historia de una mujer que nació en el seno de una de las familias aristocráticas más importantes de Inglaterra, y que tenía seis años cuando fue abandonada por su madre (quien, tras encapricharse con otro hombre, se marchó del hogar que compartía con su entonces marido y rompió la relación con sus hijos).
Aquel episodio tuvo un fuerte impacto sobre la salud mental de Diana Spencer, que fue criada por niñeras y llevaba tiempo idealizando el amor cuando empezó a salir con el príncipe Carlos de Inglaterra (73 años), heredero al trono británico. "Antagónicos por naturaleza (y por su propia herencia personal), la pareja inició una relación secreta para el mundo, brotada por distintos intereses. Los de ella, completamente emocionales, y los de él, convenientes para cumplir con los requisitos que su corte le exigía. Así es. Diana encajaba a la perfección en el modelo establecido de cómo elegir a una princesa", señalaría luego la escritora Concha Calleja en su libro Diana, Réquiem por una mentira.
En febrero de 1981, durante una cena en el palacio de Buckingham, Carlos le pidió matrimonio a Diana, entonces una atractiva adolescente tan dulce como inexperta, y de personalidad moldeable. La pareja, que se comprometió sin conocerse mucho, se dio el 'sí, quiero' cinco meses después de la pedida de mano, en una multitudinaria ceremonia celebrada en la catedral de San Pablo de Londres (y retransmitida por televisión en 74 países). Pero Diana no tenía entonces ni la más remota idea de lo que implicaba entrar a formar parte de los Windsor y, además, tardaría poco en descubrir que su marido seguía bebiendo los vientos por quien fuera su amor desde la juventud (y desde abril de 2005 es su esposa), Camila Parker-Bowles (74) (una conocida de su familia con quien Carlos intentó sin éxito contraer matrimonio en los años setenta, porque en ese momento Camila no era ya una mujer virgen).
El príncipe tardó poco en comenzar a ponerle los cuernos a Diana, quien sin comerlo ni beberlo se vio formando parte del triángulo amoroso más comentado de la historia. Podría decirse que la popularidad de la princesa de Gales fue creciendo a la misma velocidad que aumentaba su nivel de desencanto sentimental. De hecho, unas grabaciones suyas revelarían años después que Carlos y ella no volvieron a mantener más relaciones sexuales desde que se quedó embarazada de Enrique.
La princesa, que en esa etapa sufría ansiedad y acabó sumida en una enorme depresión, convirtió los brazos de sus dos hijos en su mayor refugio. "Era extraordinaria mostrando su amor, mostrando lo que significábamos para ella, lo que significaban los sentimientos y lo importante que era sentir (ya fuera encontrando tiempo para estar con nosotros, anulando compromisos para estar juntos o sentándose con nosotros para hablar sobre el colegio o sobre cosas que nos preocupaban). Yo creo que aquella comunicación, siempre abierta, fue muy importante", confesaría en 2017 su hijo Guillermo en el documental Diana, nuestra madre: su vida y legado.
Diana intentó siempre guardar las apariencias, pero todo cambió cuando se filtraron unas conversaciones privadas entre Carlos y su amante. Un día de finales de 1995, cansada de aguantar humillaciones y consciente del hecho de que la cosa no parecía tener remedio, la princesa accedió a conceder al programa Panorama de la BBC una entrevista que cambiaría el rumbo de su vida.
"Había tres personas dentro de mi matrimonio, y eso ya es una multitud", le confesó Diana al periodista Martin Bashir, con quien también habló sobre la gran soledad que había sentido a lo largo de todo su matrimonio, sus intentos autolíticos o el affaire que mantuvo con el comandante James Hewitt (que fue su profesor de equitación) después de percatarse de la traición de su ex. La emisión de aquella polémica charla de una hora (mantenida a escondidas de la casa real británica y obtenida mediante engaños) abrió un cisma en el palacio de Buckingham y precipitó el divorcio de Diana y Carlos, que ya llevaban un tiempo separados por otro lado.
A partir de entonces, la eterna princesa del pueblo se convirtió en una mujer totalmente libre y dispuesta a comenzar una nueva vida pero, además, se consagró como icono de estilo y reina de la solidaridad —tres semanas antes de morir viajó a Bosnia con motivo de su campaña para eliminar las minas antipersona—. "Tenía un sentido del humor muy atrevido. Le encantaban las tarjetas más vulgares que uno pueda imaginar. Era muy alegre y se lo pasaba en grande haciendo travesuras. Pero siempre fue consciente de que había una vida real fuera de los muros de palacio. Yo creo que quería dejar huella", apuntaría luego el duque de Cambridge sobre su madre.
Además de entregarse al cuidado de sus hijos en alma y vida, Diana no cejó en su empeño por encontrar el amor de pareja. De hecho, se enamoró hasta las trancas de Hasnat Khan y, durante la ruptura de su relación con aquel cirujano paquistaní, empezó a salir con el millonario heredero egipcio Dodi Al Fayed, que le regaló un carísimo anillo de diamantes la noche de agosto de 1997 en la que ambos cenaron en la suite Imperial del parisino hotel Ritz, poco antes de fallecer en un fatal accidente de tráfico.
El Mercedes S280 en el que los dos viajaban se estrelló contra el pilar número 13 del túnel del Puente del Alma el 31 de agosto. Ni el chófer del automóvil (Henri Paul), ni Dodi ni ella llevaban puesto el cinturón de seguridad. Los dos primeros fallecieron en el acto, mientras que Diana —que iba sentada detrás del copiloto y se rompió varios huesos debido al impacto— murió pocas horas después del choque en el hospital parisino Pitié-Salpêtrière, debido a la pequeña pero fatal herida que le produjo un pequeño rasguño en una vena de uno de sus pulmones.
Las hipótesis sobre lo que pudo ocurrir realmente aquella madrugada se dispararon, como también lo hicieron las teorías complotistas que apuntaban a que alguien tan popular como Diana se había convertido en un personaje demasiado incómodo para el establishment británico. Pero en 2008, tras conocerse las conclusiones de la correspondiente investigación judicial, el Tribunal Supremo de Londres dirimió que se había tratado de un accidente —el chófer, que había bebido y tomado antidepresivos, perdió el control por exceso de velocidad—.
Aun así, siguen sin aclararse incógnitas como la razón por la que Henri Paul escogió esa noche una ruta más larga para ir desde el Ritz hasta el apartamento de Dodi —algunos han llegado a asegurar que el chófer era en realidad un hombre a sueldo del servicio secreto británico MI6 y de otros servicios de inteligencia—, el motivo por el cual no funcionaba ninguna de las cámaras de seguridad de tráfico CCTV en el recorrido que hizo el vehículo siniestrado, o por qué tardó la ambulancia tres cuartos de hora en trasladar a Diana hasta el centro hospitalario, saltándose durante el recorrido dos hospitales más cercanos —cuando, en condiciones normales, dicho recorrido se realiza en unos siete minutos—.
A Concha Calleja —que pasó varios años investigando los entresijos del misterioso suceso para escribir varios libros— también le llama poderosamente la atención que los archivos con los informes hospitalarios de autopsias y partes médicos desaparecieran, o que a la llamada reina de corazones la embalsamasen sin hacerle la autopsia preceptiva —porque se trató de una muerte violenta o en circunstancias extrañas—, lo que además impidió que se supiera si Diana estaba realmente embarazada de varias semanas. Sea como fuere, el caso está cerrado y parece poco probable que lleguen a despejarse todas estas dudas sobre una muerte que conmocionó al mundo entero.
Con la esperanza de ofrecer palabras de consuelo a los jóvenes que han perdido a un ser querido por la Covid-19, Enrique de Inglaterra (37) habló en un libro titulado Hospital by the Hill de los sentimientos que tuvo tras perder a su madre con apenas doce años. En realidad, el príncipe Enrique ha culpado siempre a la prensa del fatal desenlace de Diana, y ha mostrado su miedo a que su esposa, Meghan Markle (40), se convirtiese en la siguiente víctima. Hastiados de aguantar una noticia falsa tras otra (y, por lo visto, también de que Markle sufriera discriminación por parte de ciertos miembros de su familia política), los duques de Sussex dieron en 2020 un paso atrás como miembros de la Casa real británica e iniciaron una nueva vida en Estados Unidos. El tiempo dirá si su decisión ha sido un error o un acierto, pero resulta incuestionable que la sombra de Lady Di sigue siendo bastante alargada e influyente.
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