Ha dicho del Corán que es como el Mein Kampf, el ideario nazi escrito por Adolf Hitler. Geert Wilders (53), el llamado Trump holandés, no se corta en mostrar su odio hacia todo lo vinculado al islam, lo que ha puesto en jaque su seguridad. Tanto es así, que siempre lleva chaleco antibalas, vive rodeado de guardaespaldas, su despacho en el Parlamento de Amsterdam es un búnker y nunca pernocta en el mismo lugar. Una situación que tiene también consecuencias personales: sólo ve a su mujer una vez a la semana.
Krisztina Marfai es una diplomática húngara judía casada con Wilders desde 1992 (no tienen hijos). Discreta y algo tímida, siempre ha querido mantenerse en segundo plano, y eso que los medios holandeses han intentado entrevistarla en más de una ocasión. La esposa del candidato del Partido de la Libertad, el político más polémico en las elecciones que se celebran este miércoles en Holanda, prefiere mantenerse en silencio.
La historia reciente no es halagüeña con políticos como Wilders. En 2002, en plena campaña electoral, era asesinado Pim Fortuyn, político holandés de extrema derecha, antimusulmán y con ideas radicales contra los inmigrantes. Fortuyn moría a los 54 años por varios disparos recibidos en plena calle.
Dos años más tarde, el director neerlandés Theo van Gogh realizaba un documental sobre la muerte de Fortuyn cuando fue asesinado a tiros en plena calle en Amsterdam. Escritor, tertuliano y sobre todo polemista profesional, Van Gogh había atacada a los musulmanes en numerosas ocasiones. Suyo es el documental Sumisión, en el que critica duramente la situación de la mujer en el mundo islámico.
El guión lo escribió la diputada holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, llamada a ser la sucesora de Pim Fortuyn. Aunque finalmente ha sido Wilders quien recogió su legado al aire y lo hizo suyo, logrando mejores resultados incluso que su predecesor.
Con semejantes antecedentes, Wilders no da un paso sin la compañía de sus cuatro -como mínimo- guardaespaldas, entre los que suele haber uno que lleva un maletín largo.
Su odio al islam y a todo lo relacionado con los países musulmanes viene de lejos. Tanto, como de sus ancestros. Así al menos lo han visto en su país, donde se ha estudiado su caso para encontrar una justificación a su xenofobia y racismo exacerbados. Su abuela era una judía indonesia y su abuelo un holandés que perdió el empleo mientras vivía con sus ocho hijos en las lejanas colonias.
Una vida muy dura que la familia superó y que ahora parece que el nieto trata de vengar. Es lo que considera la citada socióloga, que ve en los expatriados un sentimiento de separación difícil de superar. De joven él intento superarlo viajando por el mundo y viviendo un tiempo en un kibutz en Israel, un país por el que siente especial querencia -la fotografía superior es de un joven Wilders en Israel-.
Una de las características de Wilders es su tinte capilar oxigenado, un color de pelo y un peinado que ahora parecen menos inverosímiles por la llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos, pero que cuando Wilders empezó a postularse destacaban sobre los políticos europeos, todos grises y parecidos en general. El candidato del Partido de la Libertad y Donald Trump comparten mucho más que un estilo capilar.