África les hacía algo a los occidentales. Al menos, a determinado tipo de burgueses y aristócratas que se trasladaron allí, y que vieron cómo sus usos y costumbres se relajaban en una curiosa mezcla de estilo, bohemia y colonialismo. Un ambiente que disolvía de tal manera las barreras sociales y morales como para permitir el surgimiento de mujeres capaces de tomar las riendas de su vida. Le sucedió a Karen Blixen, la inmortal Isak Dinesen que plasmaría su vida en Memorias de África, pero también le sucedió a una contemporánea suya, misteriosamente menos conocida pero cuya trepidante vida, en algunos aspectos, llegó a superar a la de la danesa.
Se llamaba Beryl Markham. Nacida como Beryl Clutterbuck en Inglaterra en 1902 en el seno de una familia que se trasladó a la África Oriental Británica (lo que luego sería conocido como Kenia) para probar suerte como terratenientes, el fracaso de la experiencia llevó a que su madre pronto hiciera las maletas y se volviera a Europa. La pequeña Beryl, sin embargo, prefirió quedarse en un lugar que cumplía todos sus sueños infantiles al permitirle jugar con los niños de las tribus nativas, aprender suajili antes incluso que el inglés y, sobre todo, descubrir el mundo que siempre le cautivaría de los caballos, hasta el punto de que con 18 años se convirtió en la primera mujer del imperio en obtener el título de entrenadora.
Ni siquiera su casamiento a los 16 años con un vecino terrateniente que le doblaba la edad (posiblemente como "pago en especie" para liquidar deudas contraídas por su padre) le coartó su ánimo poco amigo de limitaciones y cortapisas. Con un físico que encandilaba a los hombres, se casó tres veces, pero la lista de sus amantes, aunque difícil de confirmar, es larga, y entre ellos destaca el príncipe Enrique, hijo de Jorge V, lo que le costó su segundo matrimonio con Mansfield Markham y los rumores de un posible embarazo. Para acallarlos, los Windsor llegaron a un acuerdo de confidencialidad que iba acompañado de una asignación anual vitalicia para ella.
Pero si por un tipo de hombre mostraba predilección Beryl Markham era por los aviadores. Y no cualesquiera: empezando por el mítico Denys Finch Hatton, quien comenzaría su romance cuando aún estaba con Blixen, y que la habría invitado al vuelo fatal que le costó la vida y al que ella prefirió no acudir. Y siguiendo, según algunas fuentes, por Antoine de Saint-Exupéry o el héroe de la Primera Guerra Mundial Hubert Broad.
Y no es extraño, porque Markham también obtuvo la licencia de piloto y trabajó como guía aérea de safaris, llevando correo o cazando desde el aire, en un momento en el que volar era aún algo tremendamente arriesgado, y más en un continente con amplias zonas aún por cartografiar. Sin embargo, su cénit como aviadora lo alcanzó en 1936, cuando se convirtió en la primera mujer en volar desde Europa a Estados Unidos de Este a Oeste, una proeza por la dificultad de hacerlo yendo en contra de los vientos habituales en el Atlántico. Un fallo mecánico del avión impidió que llegara hasta Nueva York, y éste se estrelló en Nueva Escocia. Aunque con algunas heridas, Beryl Markham sobrevivió al choque y fue saludada como una heroína.
En 1942 narró su experiencia en el libro Al oeste con la noche (Libros del Asteroide), con una discreta acogida. Pero, por esas carambolas del destino, la publicación en los años 80 de una correspondencia inédita de Heminghway, que incluía una mención elogiosa al libro en su particular estilo ("esta chica, que en mi opinión es muy antipática e incluso diría que es una zorra de gran nivel, puede hacer círculos alrededor de los que nos consideramos escritores... Es en realidad un libro condenadamente maravilloso"), despertó la curiosidad de un restaurador californiano que hizo gestiones para conseguir su reedición en 1983.
Esta vez, fue un éxito formidable. Los periodistas, claro, quisieron saber qué había sido de Markham, que llevaba años desaparecida. La encontraron empobrecida, malviviendo en Nairobi con lo que le daba su trabajo como entrenadora de caballos (disciplina en la que lo había ganado todo) y de la ayuda que le facilitaban los amantes de la hípica que conocían su trayectoria. El dinero que ganó le permitió vivir con holgura hasta su muerte en 1986, a pesar de rumores de que en realidad no era la autora del libro, pues nunca llegó a conseguir tal altura literaria en los relatos a los que se dedicó después. Ajena a todo, murió llevándose con ella más preguntas que respuestas. Como escritora y mujer europea en África, vivió siempre a la sombra de Karen Blixen; como aviadora, de Amelia Earhart. Algo que ella, siempre independiente, seguramente nunca aceptó. O quizá le importó un bledo.