El final del siglo XIX y los comienzos del XX marcaron el punto álgido de la épica polar. Alcanzados los polos (el Norte oficialmente por Peary en 1909, aunque luego sería discutido, y el Sur por Amundsen en 1911), ya sólo la fracasada Expedición Imperial Transantártica de Shackleton (1914-17) encendió la imaginación. Desde entonces, aunque las expediciones habían continuado, ya no captaban igual la atención del público y los medios.
Sin embargo, hubo un argentino, el general Hernán Pujato, que trazó un plan que iba más allá de los meritorios pero efímeros pasos por el punto extremo sur. Un plan que contemplaba el establecimiento no sólo de bases permanentes en el continente antártico, sino la fundación de poblaciones estables que abrieran la puerta a la reivindicación de aquel territorio como parte integrante de su país.
Pujato había nacido en Diamante, en el estado de Entre Ríos, en 1904, justo el año en que Argentina había establecido su primera presencia permanente en la Antártida con la compra de la Base Orcadas a un explorador escocés. Apasionado de la montaña (llegó a intentar coronar el Acocagua, pero tuvo que retirarse a los 6.600 metros), ingresó en la Escuela Superior de Guerra en 1935, y comenzó una sólida carrera que le llevó a ocupar la agregaduría militar en la embajada argentina en Bolivia.
Para entonces, tenía muy avanzados los planes que, según él, permitirían a su país ocupar el lugar que merecía en el reparto que se preveía del territorio antártico. Pero no era fácil convencer a la cúpula de su país, y por eso jugó la carta desesperada de abordar a Perón durante una visita que éste realizó al país vecino en 1948.
El general, entonces al mando del país, quedó subyugado por los planes del militar, y dio las instrucciones necesarias para que se le facilitaran los medios necesarios para llevar adelante su plan, que incluía el establecimiento de una ambiciosa red de bases científicas, poblaciones permanentes y la creación de un instituto de investigaciones antárticas que fueron bautizados con el nombre de Pujato. Éste, previamente, tomó experiencia con el ejército estadounidense en Alaska y con el sueco en Groenlandia, viajes de los que se traería los cuarenta primeros perros husky de los que descenderían todos los que utilizarían en las décadas siguientes.
Finalmente, en 1951, a bordo del buque Santa Micaela, la expedición de Pujato partió hacia la Antártida, ante una multitud encabezada por Perón y Evita, que quisieron acudir a despedirles. En un momento en el que aún no estaban claras las reivindicaciones de cada país, el establecimiento de la primera base, la General San Martín, en la bahía Margarita, vino acompañado de un intercambio de disparos, que no pasó a mayores, con tropas británicas que se encontraban en la zona. A partir de ese momento, Pujato y sus hombres comenzaron un ambicioso plan de reconocimiento que cubrió más de 105.000 km2, y que llenó todo aquel territorio de topónonimos argentinos. Entre otros hitos, hay que destacar que en 1952 Pujato fue el primero en tomar fotografías de la Antártida desde un helicóptero, y en establecer la primera ruta aérea regular que uniría la base con el continente americano.
Pero pronto se vio la necesidad de que, si se pretendía tener una base sólida para la reivindicación, había que ir más allá, al extremo sur del Mar de Weddell. Para tal fin, Pujato solicitó al Gobierno un rompehielos, pero le fue negado, aunque finalmente logró hacerse con uno en Alemania. Con él logró un trabajoso triunfo al fundar la presencia humana más hasta el sur en aquel momento, la Base General Belgrado, una prodigiosa construcción en el lugar más inhóspito de la Tierra, que quedaba cubierta por el hielo y que permitiría sostener a un grupo importante de personas gracias a su condición subterránea (en la superficie sólo era posible ver las chimeneas y las antenas). Allí tendría que haberse cumplido uno de los planes de Pujato, que preveía llevar a mujeres embarazadas para que dieran a luz en la Antártida, lo que habría abierto otra vía de reivindicación del territorio para Argentina.
Sin embargo, la caída de Perón hizo añicos esos planes. Pujato volvió sin reconocimiento alguno a su país, y a partir de ese momento vivió una existencia en segundo plano. Su nombre fue olvidado prácticamente hasta el cambio de siglo, y ni siquiera su efímera reaparición en plena guerra de las Malvinas, cuando se ofreció voluntario como kamikaze para estrellar un avión lleno de explosivos contra el buque insignia británico HMS Invincible, le devolvió el esplendor anterior. Murió en el 2004, a los 99 años de edad, y sus cenizas fueron trasladadas a la Base San Martín, después de que su nombre volviera a ser reivindicado con fuerza por el Gobierno argentino.