La piel humana es muy parecida a la de una ciudad. Sufre, se erosiona, se estría. La de El Cairo (Egipto) hace años que se resquebraja. Desde que en enero de 2011 estallaran las protestas en la plaza de Tahrir para tumbar a Hosni Mubarak, la disidencia ha adoptado diversas formas para hacer frente al régimen represivo del general Al Si-si: tatuajes con la palabra “horeya” (libertad), obras de teatro, conciertos y grafitis, entre otras.
La contracultura se ha desvelado como fuerza ciudadana contra la opresión. Y las mujeres han tenido un papel protagonista en estos cinco años desde que comenzó la “Zaura” (revolución) —que en Occidente hemos denominado Primavera Árabe—, a pesar de los intentos del nuevo gobierno por expulsar a las mujeres del espacio público, principalmente mediante el acoso.
Las violaciones y el acoso siempre han existido en Egipto: antes de la revolución, durante la revolución y tras la revolución
Las mujeres fueron atemorizadas para que no acudieran a Tahrir a manifestarse. El método era conocido y apoyado por la autoridad, según explica la investigadora Mariz Tadros en su análisis sobre las razones para que la violencia sexual aumentara en Egipto tras la revolución (Institute of Development Studies, Reino Unido, 2013).
Bahia Shehab, grafitera y directora del departamento de Diseño gráfico de la universidad de El Cairo, matiza que “las violaciones y el acoso siempre han existido en Egipto: antes de la revolución, durante la revolución y tras la revolución”. Sin embargo, el mapeo realizado por el “antiharassment movement” (movimiento antiacoso) en la ciudad de El Cairo muestra que las denuncias por agresión sexual de toda índole han aumentado de manera notable entre enero de 2011 y enero de 2016. El estudio realizado por UN Women in Cairo en 2013 concluyó que “un 99,6% de las mujeres ha sido víctima de algún tipo de acoso basado en su género”.
Para Laura Mijares, doctora en estudios árabes e islámicos y profesora en la Universidad Complutense de Madrid, supone “una maniobra políticamente organizada para desactivar el activismo de las mujeres”. “La represión contra ellas supone un elemento central del régimen, que ha restringido de manera drástica las libertades de asociación y de expresión. Las restricciones impuestas, si bien afectan al conjunto de la población, tienen una incidencia mayor en ellas, ya que sus derechos se han limitado aún más que los de los hombres”, añade.
La represión contra ellas supone un elemento central del régimen, que ha restringido de manera drástica las libertades de asociación y de expresión
Cuando Tahrir convulsionó, la vida se detuvo durante 18 días. En ese momento comienzan los cadáveres en la calle, la violencia, los bloques de cemento protegiendo el Ministerio de Defensa de los ciudadanos, los libros quemados tras arder el Instituto egipcio, y, por supuesto, los cuerpos de mujeres invadidos por manos masculinas. En concreto, fue una imagen la que se convirtió en un icono feminista y revolucionario: un grupo de agentes ataca a una manifestante con velo a la que previamente han medio desnudado.
La piedra grita
A la vista queda su sujetador azul: the blue bra. Como explica el artista grafitero egipcio El Zeft: “Sin ellas no habríamos llegado tan lejos en esta amada revolución”. A partir de entonces, mujeres como Bahia Shehab, Mira Shihadeh o Gee el Shaikh comienzan a embadurnar los muros de El Cairo con su rabia (y pintura). La piedra grita y se convierte en un documento histórico.
“El problema del acoso sexual en Egipto es muy grave. Yo misma he sido víctima en varias ocasiones”, apunta Shehab. “Ha existido siempre, quizá ahora haya aumentado, sobre todo durante aquellos días en Tahrir. Es una cuestión de cómo educamos a nuestros hombres. Porque ellos tienen la culpa, pero nosotras también tenemos parte de la responsabilidad: las madres, las hermanas, las tías tienen que decirles que no pueden tratar así a las mujeres”. La obra de esta grafitera de 38 años procedente del Líbano es un símbolo que desafía a la autoridad.
El grafiti consistía en una plantilla que representaba el ya mítico sujetador azul acompañado de una pisada y un mensaje: “Larga vida a una revolución pacífica”
Comenzó regando la ciudad con spray unos meses después de que comenzaran las protestas. El grafiti consistía en una plantilla que representaba el ya mítico sujetador azul acompañado de una pisada y un mensaje: “Larga vida a una revolución pacífica”. Ahora, una decena de estos grafitis permanecen a la vista de uno de los muros más conocidos de El Cairo.
La historia, contada por la propia Bahia Shehab, es la siguiente: “Un grupo de artistas decidió pintar un tanque de tamaño natural, escala 1:1. Frente a ese tanque había un hombre en bicicleta con un cesto en la cabeza. Después de algunos actos violentos, otro artista pintó sangre, manifestantes atropellados por el tanque y el siguiente mensaje: “A partir de mañana, me pongo el nuevo rostro, el rostro de cada mártir. Existo”. LLegó la autoridad, pintó el muro de blanco, dejó el tanque y añadió este mensaje: “El ejército y el pueblo, una sola mano. Egipto para los egipcios”. Vino otro artista, pintó al jefe de las fuerzas armadas como un monstruo que engulle a una doncella en un río de sangre frente al tanque. La autoridad volvió, pintó el muro de blanco, dejó el tanque, dejó el traje del jefe de las fuerzas armadas y arrojó un cubo de pintura negra para ocultar la cara del monstruo y el cuerpo de la joven. Finalmente, fui con mis plantillas y pinté el sujetador azul —y otros símbolos que significan “No”— sobre el traje, sobre el tanque y en el resto del muro”.
Mira Shihadeh, nacida en Chicago en 1977, de origen palestino y criada en El Cairo, es otra de las grafiteras conocidas en la ciudad por sus pintadas contra el acoso sexual a mujeres. “Mi intención es concienciar a la población de la situación grave que muchas de nosotras vivimos. La rabia por lo que estaba sucediendo, por la violencia sexual organizada, me motivó a enfrentarme a la autoridad a través de las paredes”.
Las mujeres que protestan son cuestionadas moralmente, así como consideradas promiscuas, por lo que merecen el acoso
Acompañada siempre de El Zeft —“prefiero no trabajar sola, no es seguro para mí”, afirma—, fue en 2012 cuando comenzó a retratar a mujeres musulmanas que combatían a sus atacantes con spray, mujeres rodeadas de agresores, y mujeres que lloran por el abuso al que se enfrentan.
Humanistas y feministas
“Las mujeres que protestan son cuestionadas moralmente, así como consideradas promiscuas, por lo que merecen el acoso”, explica la investigadora Mariz Tadros. Esta justificación de carácter religioso unida al anonimato del que disfrutan los hombres inmersos en la multitud y al apoyo (o la inacción) por parte de la autoridad han provocado que la situación empeore. “Me considero humanista más que feminista. Los derechos de las mujeres comienzan por los derechos humanos”, señala Shihadeh.
Gee el Shaikh, originaria de El Cairo y licenciada en Bellas Artes, considera que “el grafiti no es la forma idónea de protestar contra el acoso sexual”. O no la única. “Ya que no solemos ser vistas como mujeres independientes, como mujeres que caminan por la calle sin problemas, como mujeres que simplemente hacen lo que quieren, el arte urbano es una forma de zarandear la zona de confort y el ambiente religioso al que muchos están sometidos. La gente no debería ofenderse ni sentir tanta ira cuando ve a una mujer haciendo ‘algo que no debería’. Mi intención es acostumbrar a quienes no piensan como yo que las mujeres también protestamos”, explica. El Shaikh se convierte así en un sujeto político con pretensión de transformar su realidad. “Es una manera de hacer política al margen de los partidos tradicionales y del marco institucional”, añade. La cultura gráfica que empodera a una generación a pesar de los intentos de represión.
“Me considero feminista porque es la única manera de que las mujeres tengamos un trato igualitario. Muchas personas creen que el feminismo significa algo así como ‘que les jodan a los hombres’, pero en realidad luchamos por no estar atemorizadas en el ambiente en el que nos ha tocado vivir”, apunta Gee El Shaikh.
Aunque pueda parecer que el movimiento feminista es reciente en países como Egipto, lo cierto es que éste cuenta con un largo recorrido histórico que comienza a principios del siglo XX. Liderado en un principio por mujeres burguesas y urbanas como Huda Sha'arawi, poco a poco se integró en discursos, narrativas y espacios a los que estas primeras feministas no llegaban. Ahora toma el spray como objeto de lucha y los muros como campo de batalla. “Las reglas se hicieron para romperlas”, parafrasea El Shaikh. “Y si muchos hombres rompen las reglas, no veo por qué nosotras tenemos que obedecer”.