Marlene Dietrich, la diva, la provocación en la National Portrait Gallery
- También es la disidente, la que repudiaba el antisemitismo, la que provocaba a los nazis, la que cantaba para los estadounidenses, la que ocultaba su condición sexual y la que mostraba orgullosa su papel de mujer activista y valiente.
Marlene, la diva por antonomasia gracias, dicen, al gran número de veces que el director de cine Josef von Stenberg contó con ella después de 'El Ángel Azul' (1930), pues vio en ella la imagen perfecta de femme fatale.
Pero lo cierto es que fue ella solita quien se ganó el título a pulso, sin que tuvieran que contar con ella, más bien contando solo con sus agallas. Y es que su mejor papel fue sin duda el que desempeñó en la vida real, un papel en el jugaba con su condición de actriz y cantante para luchar por liberar a la mujer y atacar el nazismo, papeles que a veces pesaban, justo en aquellos momentos en los que la fama era más una carga que un regalo y en los que su opción de vida era casi un delito, o sin el “casi”.
La androginia en la National Portrait Gallery de Washington
Todo en ella era brillo, el de la androginia que hoy tanto se rifan en las pasarelas y en el cine. Y consiguió, en una época en la que las mujeres debían (que no es que quisieran) ser tan femeninas que era impensable la revolución de un traje de chaqueta, conquistar por igual a hombres y mujeres.
Y con ello abrir las miras de una sociedad para la que la feminidad debía cumplir con unos preceptos de lo más estrictos. Ella misma decía "me visto para la imagen. No para mí, no para el público, no por la moda, no para los hombres".
La moda era para ella y de muestra física de esa personalidad arrolladora y de la seguridad que solo las convicciones más férreas mantiene imperturbable.
A ese estilo y a esa personalidad dedica la National Portrait Gallery de Washington una posición monográfica, 'Marlene Dietrich: Dressed for the Image' (hasta el 15 de abril de 2018).
La muestra recorre la vida y la carrera de la actriz a través de fotografías -muchas tomadas por creadores como Irving Penn, Milton Greene o George Hurrell el fotógrafo de la edad de oro de Hollywood-, secuencias de sus películas y objetos personales de la Colección Marlene Dietrich de Berlín.
Marlene Dietrich y los nazis
Como decíamos, la exposición recuerda su vida, y en su vida interpretó muchos papeles pero quizá el más importante de su carrera, y el más real, fue el que jugó junto a las topas americanas en la Segunda Guerra Mundial. Un papel porque acudía a entretenerles, incluso a primera línea del frente. Real porque su lucha activa contra el nazismo marcó su vida.
Corría el año 1930 y Marlene viajaba a Hollywood para estrenar precisamente esa película que la catapultó al cielo de las estrellas, ‘El Ángel Azul’, pero ese año también estrenó su nueva vida eligiendo ser estadounidense de pleno derecho.
No lo hacía tanto por “el sueño americano” como por huir de un país en el que “semejante hombre fanatiza a las masas”, se refería a Hitler claro, un hombre que detestaba profundamente. La huida de Marlene fue una gran pérdida para Alemania, tanto que Goebbles, encargado de la propaganda nazi, quiso tentarla con adulaciones y promesas del Führer de convertirla en la estrella del cine del Reich.
Pero tanto repudiaba aquel régimen, que no sólo se negó si no que en los años cuarenta se puso el uniforme y se fue a convivir y entretener a las tropas estadounidenses, fue entonces cuando popularizó la icónica canción ‘Lily Marlene’, que se convirtió en un himno para las tropas. Pero, ¿por qué provocaba de esta manera a los nazis? “Por decencia”, decía Marlene, así era ella.
El caso es que el país germano, que gozó de unos años 20 de falsa fachada de purpurina, entre cabarets, teatros y cafés de artistas, dio a Marlene sus primeros escenarios, pero una vez pasaron, Marlene también pasó y cruzó el charco asqueada por el antisemitismo.
Ensanchó sus cejas al estilo Greta garbo, perfiló su nariz y se quitó sus muelas del juicio, aunque ella lo negó, para deshacerse de aquellas facciones eslavas, no sabemos si renegando de la que fue su patria o por asemejarse a los estereotipos de Hollywood, el caso es que Marlene se transformaba y se convertía en un icono deseado hasta por la mismísima Edith Piaf, con quien tuvo un romance, aunque hay que decir que fue Marlene quien se fijó en ella, diestra con el violín, tenía oído para la música y la voz de Edith no pasó inadvertida para ella.
Y sí, también desafió las leyes del momento que penalizaban la homosexualidad, manifestándose abiertamente como bisexual y besándose con Edith frente a las cámaras de los pudorosos norteamericanos.
Y en aquel país de falso recato se forjó el mito Marlene a base de grandes dosis de talento al servicio de directores como Hitchcock, de cierta ostentación paseando en aquel Rolls-Royce descapotable de Paramount y de muchos (y muchas) amantes que compatibilizaba con su férreo matrimonio con Rudolf Sieber.
Y al final cayó el telón
Todo era exuberancia hollywoodiense hasta que la fiebre por las actrices de ojos caídos de los años treinta menguó. Aún así siguió recitando y cantando, escenarios nunca le faltaron. Pero fue cuando los espejos de su casa revelaron las marcas de la edad cuando Marlene bajó las persianas y, por añadidura, los telones.
Allí se recluyó rodeada de recuerdos hasta que falleció con 90 años. La enterraron en Berlín, pues en sus últimos años volvió a amar a Alemania, a la ya unificada.
Sin embargo la Dietrich nunca morirá, porque por si a alguien se le olvida, instituciones como la National Portrait Gallery nos la recuerda con exposiciones que se graban en la retina. Y primero y más importante, porque como le escribió Ernst Hemingway, “La muerte es algo que a ti no te concierne, Marlene. Tú eres inmortal”.