Verano de 1992. Una reportera de la agencia internacional de noticias TV News, Norma Wassaul, se acercaba tímidamente a Mario Vargas Llosa para hacerle la pregunta que toda España se hacía entonces: ¿Qué hay de cierto en los rumores sobre usted e Isabel Preysler? Así recuerda Norma la reacción del genio de la literatura: “Me miró como a una mosca, como si me fuera aplastar. No le sorprendió la pregunta, sino que alguien se atreviese a hacérsela. Casi tiemblo de miedo. Con ese porte de caballero, sus casi dos metros de estatura. Fijó sus ojos en los míos con una fijeza tremenda y se giró, era un hombre maduro, pero tremendamente atractivo en aquel entonces”. Han transcurrido más de 23 años desde entonces, y Mario Vargas Llosa ya es solo un octogenario de piernas y verbo ágil con un cerebro privilegiado que se ha convertido en el protagonista del culebrón más difundido de este milenio.
Gracias a él y a Isabel Preylser, o por su culpa, los intelectuales y literatos, y hasta sus compañeros de tertulia en el viejo café cercano a su antiguo domicilio, leen ¡Hola!, Semana, Lecturas y Diez Minutos. Leen incluso el Pronto. A ‘Varguitas’, como le apodó su primera mujer, Julia Urquidi, tía carnal de la segunda, Patricia Llosa, siempre le gustaron las telenovelas. De hecho, vendió los derechos de La tía Julia y el escribidor para que hicieran una.
No le dio ni un sol a su ex y ella se vengó con Lo que Varguitas no contó, un libro donde da rienda suelta al despecho que sintió después de que su marido le dejara por Patricia, su sobrina adolescente a quien había invitado a pasar una temporada en París.
La guerra de comunicados que se ha cruzado entre el Nobel y su familia a costa de una simple foto en Nueva York en la que posaba junto a Isabel, Tamara y sus tres nietas, está muy por encima de la imaginación de los guionistas de El Secreto de Puente Viejo o Gossip Girl, donde participa otro madurito interesante, Donald Sutherland, cuya voz, el único punto débil de Mario Vargas Llosa, ya quisiera tener el Nobel.
El escritor tiene en su familia todos los ingredientes de una gran historia televisiva con materia prima para 2.000 capítulos: un hijo con complejo de Edipo y también un puntillo de mosca cojonera, Gonzalo, que olvida que él también se divorció y tuvo otras parejas después, como Genoveva Casanova. Otro más comprensivo, Álvaro, que, en contra de las apariencias, es el bueno e ingenuo de la película, porque Patricia se ha quedado con más patrimonio que Mario, y el día que este falte, heredará mucho menos… Pero además de su familia, el escritor tiene una exótica pareja, Isabel Preysler, con tres maridos a sus espaldas y mucha más clase que Joan Collins a quien Gonzalo acusa de manipuladora. Su futuros hijastros, Chabeli, Tamara Falcó, Enrique y Julio José Iglesias y Ana Boyer, divididos en dos bandos. El cantante y la futura señora del tenista están a un lado de la pista. Y eso que, según ha contado en su ridículo comunicado Mario Vargas Llosa al tirarse al barro y calificar de calumnia las acusaciones de su propio hijo, “no es cierto que Isabel no haya tenido gestos cariñosos con mis nietas. Hace muy poco, a pedido de ella, las hizo invitar en Boston a un concierto de su hijo Enrique, quien las recibió y se fotografió con ellas”.
Toda esta polémica añade valor a la exclusiva de la próxima boda de Ana Boyer, a quien no le hace ninguna gracia la presencia del escritor en su boda con Fernando Verdasco, según informó JALEOS. El escritor ha decidido vivir sus últimos años junto a la mujer que ama, y como ocurriera en el caso de sus dos matrimonios, que causaron una honda conmoción en su entorno, casarse para Vargas Llosa es quemar naves, obligar al entorno a aceptar “un hecho consumado. El acto de rebelión amorosa se institucionaliza, se hace socialmente aceptable mediante el matrimonio”, como afirma el periodista y escritor Andrés Garrido en su análisis sobre la obra de Julia Urquidi, la primera mujer del Nobel.
[Más información: Ana Boyer no quiere que Vargas Llosa acuda a su boda con Verdasco]
Para Isabel es algo parecido. Pero hay fisuras en esta relación que aún no ha culminado en boda. Mario Vargas Llosa no es tan encantador como parece. El hombre que provocó una hecatombe cuando se hizo fotos en ¡Hola! en la biblioteca del Nobel, sigue teniendo vestigios del niño consentido y algo déspota que fue en su niñez. Y le aburren soberanamente muchas de las amigas de Isabel, que hasta se ha sacrificado y ha ido con él a los toros, a pesar de no gustarle nada la fiesta. Y la emperatriz del corazón está cansada de tanto viaje. Acostumbrada a no levantarse nunca antes de las once, está agotada de viajar por medio mundo acompañando al escritor. El jet lag estropea la epidermis y ni inyectándose en vena batidos detox de calabacín y alcachofas se pueden remediar los destrozos.
¿Y si Mario se cansa y empieza a añorar los tiempos en los que se subía a las tablas para estar más cerca de Aitana Sánchez Gijón, la actriz que despertó en él unos arrebatadores sentimientos platónicos y una admiración difícil de olvidar? Sí se olvidó en cambio de Mona Jiménez, su compatriota, la de las célebres lentejas, a quien tanto Isabel como Mario deben mucho. Ni la llamó cuando fue a Perú.
El genio es un hombre voluble, y aunque Isabel es mucho más joven que él, aún puede dar muchos capítulos al culebrón público en el que se ha convertido su vida. Y tiene más energías que el capitán Pantaleón del libro de las visitadoras. Su enemigo Jaime Bailly, el escritor, presentador y periodista peruano que encabezó un artículo con el titular más cruel de la historia del periodismo "Viagras Llosa y la hija de Elvis" en Perú 21 y que dio mucho qué hablar, tiene aún una mina con él.