La voz silenciada durante años de Coto Matamoros (61 años) se alza para retratar sobre las páginas cada uno de los episodios que le han acompañado en su tumultuosa vida. El colaborador televisivo desata sus recuerdos en Libro de reclamaciones (Libros Cúpula).
Cada capítulo de su vida, desde el día que nació aferrado a su hermano mellizo Kiko (61) hasta los días pesados entre las rejas de la prisión, se reflejan entre las páginas. La historia de un niño que vivió en una casa de 60 metros cuadrados junto a sus cuatro hermanos, su padre y su madre, y que tuvo que convivir con los golpes paternos.
En la infancia están sus recuerdos más amargos. Su padre, un hombre al que temió desde que la memoria le puede alcanzar, se ocupó de hacer de aquella etapa la más amarga. "Supliqué a Dios que lo matara", relata Coto. Ocurrió cuando él tenía 13 años y su progenitor le pegó como reclamo de su silencio. El hombre había puesto un pie en la luna y su padre quería escuchar qué ocurría, recurrió a su mano para pedírselo a su hijo.
"Cuando se escuchaba 'Un gran paso para la humanidad' dos meteoritos alcanzaron mi cabeza, 'Cállate coño, que no me dejas escuchar nada', ni siquiera cuestioné por qué me había dado a mí los guantazos", anota Coto.
No era la primera vez que lo hacía. Con cuatro años recibió el primer golpe de su padre. "Derramé un vaso de agua con el codo y me sacudió un guantazo con el revés de su mano que me tiró de la silla. No me lo esperaba y me hizo mucho daño", cuenta.
Uno de los episodios más duros tuvo lugar frente a la mirada de su madre. "Me descargó un interminable alud de bofetadas y golpes mientras decía algo de la moto de mi hermano. Mi madre gritaba: '¡Manolo, que lo vas a matar!, ¡Déjalo ya por favor!', él seguía a lo suyo", relata en uno de los momentos más complicados de su adolescencia. "Tenía ya una coraza, sus agresiones no me hacían daño ni cuando me hinchaba un pómulo", escribe.
El respaldo de las drogas
"Las consecuencias más reseñables de aquel horror fueron la hiperactividad, el fracaso escolar, la agresividad, las conductas de riesgo, el consumo de drogas y mi inadaptabilidad". Cada episodio en su casa se acumuló en su memoria y le convirtieron en la persona que ha sido después.
Su relación con la droga empezó cuando tenía 15 años, estaba acompañado por una joven americana con la que, minutos después de presentarle a la heroína, perdería la virginidad. "Me dejé llevar. No sentí ni la más mínima aprensión. Me entregué por completo. Todo parecía indicar que había que aprovechar la oportunidad, pues entendí que era otra forma de matar la edad perdida", cuenta en el relato de la primera vez que alguien le propuso probar la droga. Aceptó.
"Disolvió una pizca de heroína en la cucharilla (...) apoyó la cara superior de mi antebrazo en su muslo. Apretó el compresor por encima de mi codo izquierdo. Golpeó mi antebrazo tres veces", recuerda cada movimiento.
Y el recuerdo de la infancia volvía a su mente. "Por un momento tuve una sensación que había tenido en la infancia cuando algún día había despertado descansado, como flotando", las drogas y su infancia, las constantes en su memoria.
Kiko no existe
Su hermano no se llama Kiko. No para él. "El de la incubadora", así lo llama cuando quiere aludir a él. La relación entre los dos hace años que no es la ideal entre dos familiares, hace mucho que el uno se avergüenza del otro.
Le dedica unas duras palabras a su hermano con respecto a los malos tratos de su padre: "Hizo un bodrio titulado La Caja donde confesó haber tenido una infancia plagada de maltratos por parte de mi padre y que la suya no había sido nada comparada con la mía. En fin, en su línea", escribe haciendo referencia a la aparición de Kiko en el especial de Sálvame en el que habló de los temas más serios de sus vidas.
Los días entre rejas
Las apariciones de Coto en la televisión y sus amistades con la farándula española le ganaron más de un adepto en la cárcel. Cuenta que al poner un pie en la prisión un hombre se le acercó con un paquete de tabaco a cambio de que le hablara de Belén Esteban (44).
Pero la estancia en un primer momento no fue fácil. "La celda era la mugre misma: una cochambre que tenía una cama roñosa sin colchón. Olía a orines y miedo", así explica su primer contacto con la cárcel de la que salió tras tan sólo tres meses.
Coto Matamoros deja sobre el papel los episodios más duros de su infancia y deja constancia de cómo cada golpe paterno tuvo una consecuencia en sus decisiones adultas. Un relato en el que no olvida y deja claras sus memorias.