Martí Galindo i Girol (81 años) es un apasionado de todo cuanto hace. De las artes en general. Con solo concederle el deseo de no madrugar nunca, ahí está él entregado en canal. Fue en 1997 cuando se cocinó en Telecinco uno de los grandes programas que marcaron temporada y el corazón de muchos españoles: Crónicas Marcianas. Después de que Esta noche cruzamos el mississippi echara el cierre, llegó a la parrilla el gran buque insignia capitaneado por Javier Sardà (60). Y con él, bajo el ala, grandes colaboradores y genios, como el pequeño gran Galindo. Aterrizado del teatro, de menuda estatura y marcado acento catalán, Galindo atrapó a la audiencia sin ambages: había nacido una estrella. Y todo se hizo a su manera y forma. A su altura.
Su reconocimiento y éxito solo conocieron escala y lo llevaron a co-presentar el espacio junto a Sardà. Él, que venía de estar hecho a las tablas con obras tan significativas en su carrera como la de Alejandro Ulloa, El hombre, la bestia y la virtud, y, antes de dar el salto a la televisión, el musical Snoopy de Ricard Reguant-, se puso al frente de ese programa tan gamberro con una maestría de premio. Supo captar las fortalezas y debilidades tanto de sus compañeros como de los invitados para llevarlos a su terreno y nunca se fue del plató un invitado a quien le resultó insignificante ese ser bajito que canjeó su ínfima estatura con un carácter de altura.
Llegó un tiempo en el que nadie pudo desvincular Crónicas Marcianas de ese genio entrañable. De Galindo, el que trabaja con Sardà a Sardà, el que hace el programa con Galindo, fue la evolución natural. Quién le iba a decir a él, que tuvo una infancia tan complicada al nacer prematuro y con un peso muy inferior al necesario para sobrevivir, que iba a ser tan grande. Pero a veces lo más improbable termina sucediendo y en 2002 la suerte le cambió. Gestmusic Endemol, productora del programa, dado el gradual descenso de la audiencia, decidió darle algunos giros al espacio y, entre esos quiebros, prescindieron de Galindo, que por entonces tenía 65 años y, parece, salía más rentable fuera que dentro.
Después de este revés profesional, Martí Galindo se retiró del mundo del espectáculo sin demasiado ruido. Con elegancia, se plegó. Desde entonces hace vida en Barcelona, como buen jubilado dorado, dedicándose a la vida contemplativa y a diluirse en las cosas que más le apasionan: el teatro, la música y la ópera. Cuentan los que lo conocen que se dedica a vivir como le viene en gana y que, a sus 81 años, goza de la salud que los naturales achaques le permiten en la residencia del barcelonés barrio de Gracia. Desde que cerró etapa en Telecinco, han sido escasísimas las ocasiones en que relajó el celo para comparecer mediáticamente.
Aparte de en La Noria y en Qué tiempo tan feliz, durante una entrevista en 2015 en el programa de Carles Francino La ventana, Galindo se reencontró con Sardà. Maestro y alumno. O alumno y maestro. "Me encuentro bien. A la hora de andar, ya me cuesta más", respondía con humor a Sardá cuando este preguntaba por cómo se encontraba de salud y ánimo. Galindo, de vuelta de casi todo, habló de las pasiones que aún ahora le mueven y conmueven. Confesó que, entre la música y la ópera, una de sus aficiones son las series: "Procuro seguir las que hacen en España o en TV3. Si me gustan, las sigo… si no, las dejo".
Para sorpresa de todos, el catalán habló que sigue siendo un hombre de la noche y que, por favor, nadie le haga madrugar: "Yo soy un noctámbulo, sigo yéndome a dormir tarde como cuando trabajaba en Crónicas o haciendo teatro. Entonces veo algunas series que ya han hecho y no las vi o el Canal 24 Horas... que siempre hablan mal de Cataluña, pero bueno…". Así se las gasta y así las tiras.
En ese mismo encuentro arrullado por las ondas, Sardá destripó cómo surgió la magistral colaboración de Galindo y el arduo trabajo que desempeñó para convencerlo: "Cuanto decidimos el título del programa, marcó que la perspectiva no fuera la típica de una ciudad, sino que se viese el planeta desde lejos. Así que llamé a mi hermana y le pregunté: '¿Tú crees que a Galindo le interesaría ser un marcianito pequeño dentro de nuestro contexto de marcianos?'. Entonces, Rosa me dijo: '¿Quieres hacer el favor de llamarle, inmediatamente?'. Llamé a Galindo para quedar y me dijo textualmente: 'Bueno, pero que no sea muy temprano por la mañana…'.".
Mientras otros se enrocan en términos de parné y condiciones varias, él solo pedía no madrugar. De ese momento, cuando Sardá lo llamó, Galindo siempre ha tenido la humildad de subrayar que "llevaba mucho tiempo parado, que no trabajaba. Pero yo soy así, yo por la mañana duermo. Cuando trabajaba en teatro decía: yo, por la mañana, no ensayo". ¿Qué trabajo cuesta conceder esa minucia para disfrutar de un mago de su talla? Larga vida a Galindo.
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