Ania Iglesias (48 años) es una mujer que se ha hecho a sí misma con el paso del tiempo. Que no se cansa de intentarlo, ni antes ni ahora. Aunque en la actualidad no lo parezca, una modelo vegetariana era un perfil cuanto menos chocante en la televisión del año 2000. Era el caso de Iglesias. Por entonces era una chica inquieta, con ansias de ser famosa, que quería pegar el salto y la primera edición de Gran Hermano parecía el trampolín perfecto.
Desde que entró en el reality se convirtió en algo parecido a la antítesis de lo que allí se buscaba. Algunos la acusaron, incluso, de ser un topo y sus compañeros de concurso tramaron un pacto para quitársela de en medio. Pese a la inquina aparente, fue una de las estrellas del concurso y Ania llegó a la final. No ganó, se quedó raspando, pero salió disparada a la gran fama que llevaba años buscando de casting en casting. La subida fue fulgurante. Luego vino la bajada y el vértigo.
Después de varios tropiezos y algunas dentelladas en forma de enfermedad, hoy Ania sonríe y se reconcilia con la que un día fue. Pero siempre ha sobrevolado en torno a ella ese medio gas, ese medio camino hacia la meta que nunca ha terminado de ejecutar con éxito. Su presente pasa por el teatro. Ese salto tan vertiginoso del anonimato a la gran popularidad o, mejor dicho, al revés, ha inspirado Reciclando a un famoso, la obra de teatro que la vallisoletana protagoniza junto a Pepe Herrero -GH7- y que se representa en Madrid. Ahora es una mujer que sabe perfectamente lo que quiere, que mira al futuro sin miedo y al pasado tratándose bien. Que ha superado la bruma de la fama que te atonta. Ojo, pese a lo duro de los pasajes de su vida guarda un gran cariño y respeto por el formato de Gran Hermano. Fue el principio de muchas cosas, buenas y malas, pero el resultado de vivir, de caer y levantarse.
Ella, tan clara, respondía sin remilgos hace unos meses a JALEOS sobre sus intenciones en GH. No eran otras que ascender a pasos agigantados: "En contra de la mayoría que dice "vivir una experiencia", yo no sabía qué experiencia iba a vivir. Si quiero vivir una experiencia de una encerrona, me voy con unos amigos no me voy a la televisión. Vi la posibilidad de ser popular para luego, obviamente, intentar hacer una carrera como actriz que es lo que yo quería. Lo había intentado por otros medios, no sé si no valía lo suficiente pero vi que era difícil entrar si no eres "hijo de", "amigo de", o haces lo que corresponda en cada momento".
Esa ambición, cuidado, no significaba hacer cualquier cosa para llegar al Olimpo: ella tenía sus límites. No todo vale. "Hay dos cosas que yo me digo: "jo, a pesar de todo lo has hecho bien, no has entrado en cosas que no van conmigo". Me refiero a que no va conmigo va meterme con nadie, acostarme con nadie para salir en una foto... Me siento orgullosa de no haber caído en la tentación. Pero por otro lado, si yo volviera a nacer o volviera a ser una persona anónima, para ser actriz no elegiría nunca más ese camino". Un extremo no invalida al otro; eso se llama madurar.
A su salida del reality tuvo claro que, pese a la fama de espumillón, no estaba todo hecho: había que seguir currándoselo y era el momento de seguir por la senda de la interpretación. Que participar en Gran Hermano no te cierra puertas, la clave es saber qué puertas tocar. Así lo aclaró para este periódico: "No es cuestión de lo que hagas en GH sino de lo que haces después. He estado en un teatro con Juan Carlos Larrañaga Merlo, actor de una saga de actores que imagínate... No debemos echar la culpa al programa que nos ha dado mucho dinero a ganar". Pero mucho antes de sus logros en el mundo de la interpretación, ella, cuando era anónima, ya desfiló con maniquíes importantes. Ahí, Eva Sannum (43), la expareja noruega de Felipe VI (51).
Todo un bombazo que, siendo francos, le podría haber reportado muchos ceros para asir sueños o, al menos, estar más cerca de ellos. Y no lo hizo, eso marca la diferencia: "Seguro que he ganado muchísimo menos dinero que otros compañeros pero ahora tengo un trabajo con marcas de belleza, llevo la comunicación de varias firmas, cosas relacionadas con la medicina estética. Eso es lo que me interesa". Desgraciadamente, en su camino Ania se ha encontrado con escollos duros en forma de enfermedad: la anorexia.
Ella se considera curada de ella; sí, se puede. "Y además creo que es positivo contarlo incluso cuando es malo. Es preventivo. Ahora estoy curada y también te digo una cosa, tengo una mensaje para la medicina de España: todo lo he solucionado en la Seguridad Social de este país. Todo se lo debo a la Seguridad Social. Hay mucha gente que se va fuera de este país a curarse... Cuando una persona se va a morir, se muere. Un médico es médico, no es Dios", se confesó con este medio en agosto de 2018. A nivel personal, Iglesias está feliz, no se puede ni se debe quejar.
Mantiene una relación sentimental con Javi, su alter ego, como ella lo define: "Todo empezó a redes sociales, él le daba a 'me gusta' a algunas cosas mías y yo a las suyas. Hice un evento y lo invité. Él vino, y lo vi guapísimo, altísimo, morenísimo... Me gustó, pero ahí quedó la cosa. Sin embargo poco a poco empezar a hablar 'pico, pala, pico, pala' y me fue ganando. Llevamos desde marzo y nos pasa una cosa muy bonita: yo nunca he puesto a ningún amor en mis redes sociales probablemente lo he hecho porque no me creía del todo que era fluido. Pero con Javi sí. Javi es mi alter ego. Mi otro yo en hombre". De entrada, está feliz así, viviendo el día a día. De boda, ya se hablará. De momento, trabajo y amor los tiene colapsados...y sí, la salud también. Solo corren buenos tiempos para Ania Iglesias.
[Más información: Qué fue del Padre Apeles, el sacerdote que intentó suicidarse y cayó en el alcohol]