Cuenta Enrique Jiménez (47 años) -a todo el que quiera oírlo-, conocido en el mundo de la farándula como Mocito Feliz, que desde que nació vivió obsesionado con perseguir a los famosos. Ese brillo de la fama lo cegó demasiado pronto. En concreto, bebía los vientos por "chupar cámara". Era algo tan irracional como obsesivo; cámara que veía, allí que se ponía él. Y la década del 2000 fue, sin lugar a dudas, la suya. Este malagueño puede llevar a gala haber convertido su pasión en su profesión, en su principal -y por qué no, única- fuente de ingresos. Se ha convertido en el anónimo más famoso de la televisión.
Puede jactarse de haberse colado en todos los planos en los que ha ocupado hueco un personaje del mundillo rosa, sobre todo en ese florecer del siglo XXI. Ahí, su currículo: en la cárcel de Alhaurín de la Torre, durante el mediático ingreso de Julián Muñoz (70), en la clínica sevillana tras el parto de Chabelita Pantoja (23), en un estreno teatral en Madrid junto a la duquesa de Alba. De hecho, se estableció un vínculo muy bonito entre Cayetana y Mocito, confesado por él mismo. Con el tiempo, ese señor bonachón fue de la familia. Todo por unos instantes de protagonismo que no han ido nunca destinados a él. Su omnipresencia seguro que ha incitado a más de un espectador a jugar al Buscando a Wally con la tele.
Casi siempre con un rosario de cupones colgados al cuello -oye, si de paso se vendía alguno, bienvenido era- o con mensajes reivindicativos -pancartas políticas y sociales. A lo tonto, hacía labor social-, y siempre con una sonrisa, Mocito Feliz se llevaba no solo la simpatía de los famosos, sino también magnas propinas que, en perspectiva, le han ayudado bastante. ¡Ninguna de ellas bajaba de los 20 euros! En la actualidad, mucho menos frenética a nivel de seguimiento a famosos, este hombre ha aprovechado su fama para darle visibilidad a los discapacitados en Málaga y forma parte de la plantilla de la Organización Impulsora de Discapacitado, la OID. No hay que olvidar que este lotero tiene una discapacidad del 65 por ciento y es una de las personas más conocidas en Andalucía.
Volvamos a ese niño que no perseguía un balón, sino un atípico sueño: salir en la tele. Este peculiar malagueño se desvivió por ello. "Estar delante de una cámara es la gloria terrenal", ha asegurado en alguna ocasión. Desde hace cerca de 20 años, dedica su vida a seguir a los habituales de la farándula por todas partes. Siempre a la espera de que aparezcan la Isabel Pantoja (62) o el Ortega Cano (65) de turno, merodea por las calles por donde pisan y se abre paso entre incómodas mareas de paparazzis y reporteros. Su única esperanza era que alguien se fijase en él y le diera la oportunidad de abandonar su angustioso anonimato.
Cuentan las malas lenguas que en uno de estos juicios mediáticos tuvieron que atarle a un árbol para que las reporteras pudieran hacer las conexiones en directo sin su aparición estelar en pantalla. Pero en el Festival de Málaga del 2012 pisó la alfombra roja como las grandes estrellas. Fue el protagonista de su propio documental, El famoso desconocido, del director malagueño Ignacio Nacho, en el que se le presenta como un verdadero fenómeno sociológico, "consecuencia de nuestro tiempo". En su época de bonanza audiovisual, este hombre presumía de conocerse al dedillo todas las estaciones de autobuses de España. Pero, ¿cómo se costeaba sus innumerables desplazamientos? Aparte de su paga por discapacidad recibía "propinillas" por cantar en bodas. Eso, y los elevados detalles que le hacían los famosos. También actuaba todos los viernes en un tablao flamenco de Torremolinos y tenía otra cita semanal en una discoteca sevillana. Eso sí, que conste que a él nunca se le cayeron los anillos por pedir en la calle. Cuidado, no lo hacía por necesidad, sino por exhibirse. Ahí es nada.
En sus anhelos se encontraba que Teresa Campos (77) le invitara a Qué tiempo tan feliz. "Ella me lo tiene prometido, pero me da largas", aseguró en un momento dado. Su inagotable persecución a famosos le ha permitido hacerse amigo de su admirada Isabel Pantoja. "Me trata muy bien, me da dos besos y de vez en cuando me invita a sus conciertos. Me quiere mucho la señora Pantoja", narraba en 2014. Lo cierto es que fueron años felices en los que Mocito se granjeó grandes lazos con personalidades que, de seguro, ese niño soñador nunca hubiera imaginado. En los últimos años, su imagen se ha ido desdibujando en los medios de comunicación. Ya no se convierte en la sombra de los famosos como antaño. Hoy, prefiere devolverle a la vida todo lo que le ha dado ayudando por la visibilidad de los discapacitados.
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