Por fin, señor, por fin, una pedazo de gala de Supervivientes 2020. Una de esas que se encuentran a la altura de lo que la audiencia se merece. Es que, díganme, ¿qué ha faltado? ¡De nada! Decían estos días algunos que Rocío Flores (23 años) no se estaba mereciendo el trono de honor en el programa y que, vaya cosas, con todo lo que está cobrando para no mojarse en nada como lo está haciendo. ¡Zas!, en toda la boca: Rocío habla, pero, al contrario de otras que escupen sin pincharles, ella lo hace cuando se le pregunta. Como debe ser.
Ella ha hablado, POR FIN, de su madre Rocío Carrasco (42), de ese dolor camuflado en una familia paterna de altura. La Flores se pone rígida y como a la defensiva cuando se aborda este tema. Abre la boca y deja en shock a medio mundo. Acotando, a España entera. No es para menos: es desagradable como él solo. Una madre ausente por esos -lo siento, lo pondré hasta muerte- "supuestos" malos tratos que protagonizaron... No sé, a lo mejor es fácil empatizar con la pequeña Rocío y con su dolor. ¡El caso es que ha hablado! Y cuando Jorge Javier Vázquez (49) pregunta sobre si cree que su madre la estará viendo, Rocío hija yergue el cuello y espeta: "Si te digo la verdad, aunque me duela, ella dio su respuesta donde dijo las declaraciones que dijo".
SUBLIME, grandioso. "Tampoco he dicho tanto", se ruboriza ella. Anda, tonta, sabes que el gramo de tu prosa vale oro. Y no, no das puntada sin hilo y conoces a la perfección el timing y cómo decir lo que sientes. Gracias, solo gracias. Más adelante, ¡más y mejor! ¿Qué creen, que lo voy a develar todo? Ni que yo no conociera esto. ¿Dónde queda el cebo, la intriga humana? Aguantad, ansias. El caso es que esta gala de jueves ha comenzado con una fuerza inusitada. Punto número uno: la primera expulsión de la edición, en el matadero, ellos: Rocío Flores, Antonio Pavón y Bea.
¡Mi gran Bea! Ay, esos sentimientos encontrados que tengo contigo. Luego los pongo en balanza contigo, amor. Como digo, la expulsión es doble esta semana y será en la playa desvalida donde uno de esos tres mencionados se encuentre con Vicky Larraz o Yiya. E, insisto, dos dirán adiós. Pero, como todo relato que se precie, piano piano. La noche no ha empezado siempre buena, sobre todo para algunos, como Ana María Aldón. La pobre, se conoce, tenía el humor revirado de buena entrada y el astro no se encontraba con ella.
Porque, ¡mira que ha tenido mala vibra! Por un lado, en la primera prueba de recompensa -consistía en, a través de un juego de dominó, mantener el equilibrio-, ella se ha tropezado fatalmente y ha hecho perder a su equipo. Mal comienzo. Virgen de regla, apiádate de mí. "Lo siento por mis compañeros", suelta con esa sonrisa hierática, bien por el desapego o por el botox.
Solo esboza una lamentación/perdón cuando dice: "Metí la pata". No sé, lo veo todo demasiado frío, con un desdén extraño. Bueno, no hablemos cuando José Antonio Avilés -ese ser tan...especial-, ha comenzado un inocente juego, el clásico de la botella. En este caso, con un 'yo nunca' escandaloso: el de si jamás nadie, bajo ningún concepto y que me quemen en la hoguera maldita, había sido infiel y se había enamorado de otro. ¡Qué escándalo, qué sacrilegio, qué blasfemia parece haber escuchado Ana María! ¿Qué te pasa, hija mía?, entono como si yo fuera un cura.
Entra en posesión, se siente vilipendiada e insultada. ¿Has sido infiel alguna vez?, pregunta José Antonio a Aldón -ojo, después de haberlo hecho con otros antes- y esta colapsa, pierde la brújula y estalla: "¿Eres gilipollas? ¿Qué carajo te importa?". Y, con el dedo acusador -¿tan Rocío Jurado?, pregunto-, apostilla: "Si me conoces, sabes que esta pregunta no me la tienes que hacer". Y aclara, ya con voz baja, casi inaudible, que, oye, cuando una es mayor no juega a la botella ni a esas cosas... Ana María, lo siento, se me han despertado las alarmas. Te pienso investigar, que conste.
¡Más cosas, que me enroco! Tramas, tramas. Lo hago rápido y ameno. Yiya se ha amputado un dedo mientras intentaba pescar junto a Vicky en la playa esa aislada. Ambas han tenido algún que otro enganchón por el fuego esta semana y, lo siento, más allá de la pelea por la lata del Dios Cristian, -él niega haberse inventado que se la han robado, y sus compañeros lo contrario para comérsela a escondidas-, LLEGA EL MOMENTO ESTRELLA.
Los focos, los cañones hacia la persona de Rocío Flores. ¡Ha hablado, bendito sea Dios! Escuchándola, he pensado en la fórmula del misterio, del enclaustramiento, esa que practica tan bien Isabel Pantoja (63). Como hablan poco, se revalorizan. Comienza su relato Rocío cuando se va a vivir con su padre a Málaga -tras el desagradable y ya público pasaje con su madre-: "No sabía lo que era volver a relacionarme con la gente en Málaga. Me pasó que un alumno me dijo que iba a ir a Sálvame a contar cómo era yo como alumna. Nunca se lo conté a mi padre, para que no pensaran que tenía yo trato de favor, porque no era así".
Y se explaya sobre su padre: "Mi padre me mira y sabe lo que me pasa. Soy una persona afortunada por la familia que tengo". Y sobre su pareja: "Sé que cuando salga, va a estar allí". Y, ¡quiere ser madre! Hey, navegantes, querida madre Carrasco, ahí va el recado, tú lo entenderás: "Me gustaría tener un bebé antes de casarme porque yo estuve con mi padre en su boda". Es decir, para ella el amor es equivalente a su padre y Olga... solo Olga. Un compañero, en esa punta atrayente del relato, le pregunta cuándo dejó de hablarse con su madre, y ella, rauda y restándole grosor con la mano, responde: "No lo sé, ¿por qué? Para mí es funcional Olga".
Y cuando Cristian, el que le ha formulado la pregunta del millón sobre su madre, intenta explicarse sobre las razones de su interpelación, la niña Flores, en un acto espontáneo, le hace ver: "Nos ha quedado clara la pregunta". Las risas han sido atronadores y un buen termómetro: Rocío Flores ha despertado y se ganará su sueldazo.
Expulsada: Bea
Nominados: Ana María, Fani, Alejandro y Cristian
[Más información: La sucia trampa de Cristian y la desaparición de Fani en Supervivientes, ¿alguien sabe algo de ella?]