Coque Malla (Madrid, 1969) ya no es ese espermatozoide de chalequito y cigarro detrás de la oreja que cantaba Adiós, papá, consíguenos un poco de dinero más rascándose la nuca y sonriendo a ninguna parte, como si la movida no fuese mucho con él. Después de Mujeres (2013) y el caprichito de cantar por Rubén Blades (2015), contraataca con El último hombre en la tierra -que saldrá a la venta mañana- un disco de rock que coquetea con lo sinfónico. ¿Se estará sofisticando? "Yo no, pero sí es cierto que es mi trabajo más sofisticado musicalmente", reconoce. "Bebe mucho de los de siempre, de Los Beatles, de la sombra alargada de Bowie. Pero también he escuchado mucho The divine comedy y Richard Hawley para acercarme a lo armónico". Una lectura reciente de Murakami ha hendido la lírica de El último hombre, pero "mis mayores influencias literarias son cantantes de letra, como Dylan".
Conserva su bigote de Mario Bros y un desdén canalla en la mueca de la boca cuando habla, cuando ironiza, cuando delira: será necesario el tic para la estela rockera, igual que el anillo tosco de su dedo corazón -"llevo con él 16 años, el anterior lo tiré al mar"- que de mayor quiere ser la calavera de Keith Richards. Se ha prohibido a sí mismo irse directo al hotel después de un concierto. Dice amar a las mujeres, la adrenalina, la obscenidad. Pero hay cierto protocolo también en la gomina que lo repeina bajo el sombrero, en su desinterés educado ante los temas sociales, en su rechazo a poner los pies sobre la mesa para la foto.
Sangre de murciélago
Coque Malla se ha hecho mayor por dentro aunque nos mire tan terso desde su cara de gorrioncillo y aún se líe con algún pibón veinte años menor que él en un videoclip (She's my baby): "Bueno, bebo sangre de murciélago todas las mañanas, con una gota de sangre de avestruz... combinadas son increíbles", responde, sarcástico, ante la pregunta de cómo mantiene su energía adolescente. "Las pido a una tienda china, por internet. En tres días te llega y rejuveneces inmediatamente". Parece incomodarle el paso del tiempo aunque se guste exento de él. Al final, acepta que el atrevimiento y la frescura "sólo tienen que ver con el amor a la música".
Le inspira el sexo. "Es el motor del mundo". Su única incursión en la canción política fue versionando a Blades con Pablo pueblo o Patria -con esa letra sórdida de poema de Roger Wolfe-, pero la voz díscola sólo la cogió prestada: "Mi patria es ahí donde estoy. Vamos, ésta es mi patria ahora". Miro alrededor: una sala pequeña forrada en madera en Warner, su productora; una calefacción infernal, un café medio derramado y un móvil que vibra y emite polifonías a cada rato. "Mira, yo nunca me decepciono con lo político porque nunca he puesto esperanzas ahí. No ha habido hasta ahora un discurso, unas ideas que me hagan apasionarme", explica. No le gusta la canción política: "Me aburre. Esta época de desgobierno no da ni para una canción. Yo busco la emoción, no este suspense".
Yo creo que un artista lo que tiene que hacer es su trabajo: no tenemos más responsabilidad política que cualquier otro ciudadano
¿Y se ve algún día haciendo un Nacho Vegas, entrando en un banco tocando contra los desahucios? ¿O un Sabina y Cía, cantando en un mitin de apoyo a IU? "Yo, como Patti Smith cuando le preguntaban por esto, creo que un artista lo que tiene que hacer es su trabajo. No tenemos más responsabilidad que cualquier otro ciudadano. Las canciones son algo tan delicado, tan romántico, tan interpretable... que si uno se posiciona demasiado puede romper esa fragilidad".
El cambio interior
Sin embargo, hay un par de temas -delicadamente- irreverentes en su nuevo disco: "Todo el mundo arde me parece el tema más oscuro, complejo y peligroso que he escrito nunca. También El cambio interior se refiere, si no a una cuestión política, humana, como que a veces buscamos culpables externos en lo que nos pasa y no asumimos nuestra propia culpa", reflexiona. "Yo creo que si nosotros cambiamos, cambiarán las cosas. Y, siendo un poco optimista, creo que las cosas están cambiando en este país. Y es por nosotros". No le pide medidas culturales al gobierno, sino al público: "Que la gente compre libros, que vaya al cine... no hay gobierno ni IVA que lo impida. Si la gente devora cultura no habrá poder que acabe con ella".
No arrastra nostalgias de los ochenta, esa época musical dorada para el imaginario del transgresor: "Están mitificados absolutamente, y eso que durante mucho tiempo se consideró la década de la horterada. No sé cuándo se dio este click, pero la verdad es que los peores discos de Bowie o de los Stones están grabados en los ochenta. No hay tanta joya como se recuerda", reflexiona. Coque no comparte que ahora vivamos en "una sequía creativa absoluta" ni aboga por "esas añoranzas del pasado que la gente no para de comentar". Cree que si uno busca, encuentra. Y él ha dado con una especie de fe en artistas noveles como Alondra Bentley y Jacobo Serra. "Hacen falta artistas que no se anden con tonterías, que cojan la guitarra y hagan pasar cosas de verdad, sin pertenecer a algo concreto".
Claro que en las redes sociales hay pornografía emocional, y es una pena: molaría más sólo pornografía
A Coque Malla le hubiese gustado escribir Kiss, de Prince: "Es sencilla como una patata pero genial como un narciso en la mañana". Aquí vuelve a vacilar, claro. Igual que ante la pregunta de a qué colectivo invitaría a su concierto para fomentar su música -siguiendo el ejemplo de Eagles of Death Metal, que en su concierto del martes en París regalaron entradas a los supervivientes de la masacre yihadista-: "A los ornitólogos, ¿sabes? Los que estudian los pájaros... es un colectivo injustamente tratado. Tocaría en el Bernabéu y toda la recaudación sería para la asociación de ornitólogos de Salamanca".
Reside en la sierra de Madrid desde hace cinco años y le viene bien, para que le dé el aire. Allí escapa de la polución, del ruido y de los kioskos -"Desde que vivo allí, he ido dejando de comprar El País"-, pero se engancha a Facebook, que le da "posibilidades maravillosas y perversas de conocer al ciudadano, que vuelca ahí hasta sus tripas": "Claro que en redes sociales hay pornografía emocional, y es una pena: molaría más sólo pornografía". Y de nuevo la sonrisa canallita. El anillo enorme brilla. Pero por aquí, ni rastro de Keith Richards.