En España no se lee y el sexo aburre. Lo primero lo dice el CIS, lo segundo, Durex; pero como Cataluña no es España, o eso dicen, aquí se celebran la lectura y el amor el mismo día. En las librerías y en las redes sociales de gente leída se pueden ver bellas estrellas con un letrero que dice Reading is sexy. Pero neurona y latido no son lo mismo. Sexy es ver a Marlon Brando mirando un libro o a Marilyn Monroe sosteniéndolo entre sus blancas manos. Nunca la lectura, ni el libro, ni quien lo escribe. Lo sexy nace en la mirada, cuando observando y de casualidad, descubre algo que no esperaba.
En Sant Jordi la atención está en la caja, que tampoco es sexy. Este año los catalanes han gastado más de veinte millones de euros en libros pero han comprado un 15% menos de rosas que en 2015. El gran día cayó en sábado e hizo sol, explican los floristas, y los enamorados catalanes prefirieron la playa al amor. También tuvieron algo que ver los puestos ilegales que surgen en las esquinas cada Sant Jordi.
Barcelona no es sexy
Barcelona ya no es sexy. La ciudad perdió esa cualidad a fuerza de albergar turistas y en Sant Jordi, eso es lo que somos todos. Este año, el exceso de gente provocó que los carteristas de La Rambla se suspendieran a sí mismos de empleo y sueldo. Se les vio desistir de su tarea y fundirse con la masa sin tocarla. Porque una cosa es rozar a alguien para birlar una cartera y otra muy distinta meterle mano para arrebatarle un bolso y no tener vía por la que salir corriendo. Es una cuestión de distancias.
Ese control de los espacios no está tan claro en otros gremios. Por eso, en las fiestas que celebran editoriales y diarios por Sant Jordi, se mezclan escritores, periodistas, editores, ejecutores de EREs y futuros despedidos. Comparten canapés y cava y se pueden enzarzar en una bronca o en una ristra de halagos bochornosos delante de todo el mundo. Pero no hay nada que no arreglen las redes, que sí son sexis, y un 'like”, un 'retweet' o un 'favorito' inesperados regulan cualquier exceso ocurrido cara a cara.
La solidaridad no es sexy
La fraternidad tampoco es sexy pero como los libros no se venden solos, sus promotores convierten la lectura en una buena causa. Del puerto a la Diagonal, apenas hubo carpa sin motivo solidario. Parte de lo recaudado, nadie explicó cuánto, iría destinado a las víctimas del terremoto de Ecuador, a darle vacaciones a niños sin recursos, a los enfermos del Hospital de Sant Joan o a la ONG Sonrisas de Bombay. La solidaridad siempre es eslogan y este Sant Jordi, de tanto utilizarla, también pareció disfraz.
“¡Regalo iphones!”, decía el chico del Teléfono de la Esperanza para distinguirse del resto pero en realidad vendía rosas. “Rosas solidarias”, explicaba, que servirán para mantener la línea con la que evitan que la gente se desespere hasta el punto de matarse. Esas rosas pueden ser frescas pero casi siempre son de fieltro, de tela o de papel, a poder ser, reciclado. También las hay comestibles, hechas de gominola o de cupcake, pues ese es desde hace un tiempo el sabor de Barcelona.
Dubái no es sexy
De repente, una sorpresa. Por Rambla de Cataluña y de subida, unas fotos coloridas rompen la monotonía de los austeros carteles que anuncian autores y horario para las firmas. Es un stand donde se explican los encantos de Dubái. Hay algún libro en inglés escrito por algún jeque desconocido y las azafatas no venden rosas, ofrecen dátiles. En ese stand no hay libros, ni cultura, sino vacaciones e inversiones, usted elige. Si es que puede.
Muy cerca están las carpas de La Central. La librería, que este año cumple su veinte aniversario, ha sido este Sant Jordi el Starbucks de la lectura, con la diferencia de que sus dueños no se conforman con las esquinas. Sus empleados, sus libros y sus cajas registradoras se extendieron por Rambla de Cataluña en varios puestos donde la gente se acercó y compró como si fuera día de rebajas y ellos ofrecieran algo que otros no tienen.
La política no es sexy
“La lectura nos permite ser lo que queramos: una princesa con armadura, un caballero que ama las rosas o un dragón vegetariano.” Así reza uno de los anuncios que el Ayuntamiento de Barcelona diseñó para Sant Jordi. En la Generalitat, las cosas se ven de otra manera y el dragón que imagina Carles Puigdemont es feroz y come carne cruda de catalanes.
La metáfora del president para referirse a quienes atacan la lengua y la cultura catalanas le arregló el día a la oposición, que se dedicó a ponerle apellidos al dragón de Puigdemont: presupuestos, corrupción, intolerancia. Debería saber el president, que es periodista, que tirar de un dragón y una leyenda es poco sexy, sobre todo cuando la realidad luce tan exuberante.
Firmar no es sexy
En la FNAC de Plaza Cataluña unas señoras se lamentaban de que Alberto Vázquez Figueroa hubiera anulado su visita para firmar libros. “Con lo guapo que es”, se lamentaba una. Pero esa pasión fue excepcional y el gasto en seguridad que hicieron muchas empresas para proteger a sus firmantes tenía poco sentido.
No había estrellas del rock y el más celebrado fue Víctor Amela, que tuvo en su cola gente diversa, pero tranquila. Ningún fan enfurecido, tampoco excitado. Pero el periodista catalán seguro que se siente hoy más guapo. Su novela, La hija del Capitán Groc, ha sido el libro más vendido y el más firmado de este Sant Jordi. “Me gusta porque es una novela de toda la vida”, le dijo una señora en una frase que puede resumir el gusto de un país.
Lo cursi no es sexy
Blaumut es otro ejemplo. Un grupo musical que ha conseguido gustar a padres, niños y abuelos por igual. Dice la promoción de su libro que el éxito se debe a “sus letras tranquilas y optimistas.” Blue Jean también causó sensación. Al autor, que publica historias de amor para adolescentes, le siguen hordas de jóvenes tras un autógrafo y un selfie y él les ofrece libros que se titulan Algo tan sencillo como darte un beso, Algo tan sencillo como tuitear te quiero o No sonrías que me enamoro.
Todo en Sant Jordi es como esos títulos, que parecen de vainilla, previsibles y eficientes. Nada es sexy, todo es cursi, categoría que triunfa en España, también en Cataluña, porque no admite matiz. Lo cursi es efectista, no precisa digestión. Contiene una causa o en su defecto, un lema. Corto a poder ser y fácil de comprender. No deja marca y tal como llegó se olvida.