Thomas Alva Edison es un nombre sin el que sería imposible entender el mundo tecnológico en el que nos encontramos. Más allá de inventos suyos tan trascendentales como el de la bombilla o el del fonógrafo, su legado más persistente fue concebir la invención como un proceso industrial en el que el talento se diluía en una estructura mayor de la que él era cabeza visible. Por decirlo en corto, su laboratorio de Menlo Park fue lo más parecido a lo que luego sería la Apple de Steve Jobs.
Sin embargo, su leyenda, cuidadosamente construida gracias a la participación de discípulos como Henry Ford, suele obviar que, como por otra parte es común a cualquier emprendedor, también conoció sonoros fracasos. Por ejemplo, gastó la fortuna que le dieron a cambio de descabalgarle de la presidencia de la General Electric en buscar infructuosamente un método de refinamiento del mineral de hierro.
Industria del ocio
Pero si hubo algo que especialmente no entendió fue lo que más tarde se conocería como industria del entretenimiento. Inventó el fonógrafo, sí, pero pretendió monopolizar la distribución de las grabaciones que podrían reproducirse en él: cuando ya estaba prácticamente sordo, se empeñaba en elegir las piezas musicales disponibles para su aparato, siempre piezas clásicas y de ópera, conferencias y contenidos formativos. No fue hasta que unos avispados distribuidores de su invento se independizaron y comenzaron a grabar música popular que el verdadero negocio, el discográfico, despegó (esos distribuidores, por cierto, constituyeron una empresa a la que pusieron por nombre Columbia Records).
Si hubo algo que no entendió fue la industria del entretenimiento. Inventó el fonógrafo, sí, pero pretendió monopolizar la distribución de las grabaciones que podrían reproducirse en él
La miopía de Edison le llevó a pasar de largo sobre otras innovaciones: aunque estuvo en los puestos de salida del cine, consideraba que era una tontería proyectar una película a muchas personas a la vez: era mejor hacer que cada una utilizara un aparato de visión personal, el kinetoscopio (ese retraso le hizo, al final, perder el monopolio de la primera industria cinematográfica, aunque intentara retenerlo con métodos poco edificantes). Y por más que sus hijos le insistieran, en sus últimos años se negó a entrar en el naciente negocio de la radio, aduciendo que se trataba de una simple moda sin futuro.
Sin embargo, pocos fracasos fueron tan espectaculares como su idea de fabricar la primera muñeca parlante. En realidad, se trataba de algo que le había acompañado desde los primeros tiempos del fonógrafo, y en 1878 había hecho un primer intento sin éxito. Pero cuando un ex investigador de la empresa de Graham Bell, William Jacques, le propuso en 1887 asociarse para sacar adelante un juguete que incorporara una pequeña versión del fonógrafo en su interior, decidió aceptar. Como también solía ser habitual, para 1890 ya había tomado el control absoluto de la empresa y apartado a Jacques.
Grabaciones de cuna
Ante la imposibilidad de realizar copias de las grabaciones, contrató a un buen número de mujeres que fueron recitando uno a uno los textos y cantando las canciones de cuna que cada muñeca repetiría cada vez que se girara una aparatosa llave que se insertaba en su espalda. Y nuevamente fue el propio Edison el que seleccionó los textos y las canciones: en su convicción de que debían ser instrumentos de edificación moral, hizo que las grabaciones incluyeran oraciones para antes de irse a la cama, que finalizaban con su correspondiente "amén".
La salida de las "talking dolls" levantó una enorme expectación. Un edificio entero se destinó a facturarlas y conseguir que estuvieran a tiempo en las tiendas. Pero los problemas fueron múltiples: las frágiles muñecas llegaban muchas veces ya rotas en su interior, con la aguja dañada o con los cilindros con las grabaciones rayados, por lo que no funcionaban. Si a eso se le unía su exorbitado precio, y que en realidad eran inquietantes armatostes, difíciles de manejar por los niños, la decepción fue absoluta.
En su convicción de que debían ser instrumentos de edificación moral, hizo que las grabaciones incluyeran oraciones para antes de irse a la cama, que finalizaban con su correspondiente "amén"
Edison tuvo que cesar la producción a las seis semanas, porque pronto fue evidente que se trataba de uno de los mayores fracasos empresariales de aquellos años vertiginosos. Se deshizo de la mayor parte del stock, y algunas se regalaron al comprar fonógrafos. Las muñecas de Edison se convirtieron en algo muy raro, que sólo muy pocos coleccionistas tienen, y desde luego, nadie volvió a oírlas hablar durante más de un siglo.
Hasta que, hace un año, un equipo del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley logró escanear un cilindro y reconstruir la pista sonora sin necesidad de tocarlo con una aguja. El resultado fue demoledor, y ayudó a entender por qué ni siquiera las escasas muñecas que llegaron a funcionar lograron entusiasmar a los niños: las grabaciones recuperadas más parecían unas psicofonías, con voces chillonas que producían a los pequeños más pesadillas que otra cosa si las escuchaban antes de irse a dormir. Si la proverbial sordera de Edison también tuvo que ver algo en eso, lo desconocemos.
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